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Laicidad ante las ceremonias de la confusión · por Lola Sanisidro

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Las leyes y normas civiles nos obligan a todos y todas, mientras que las normas y homilías de cualquier creencia solo obligan a sus propios fieles

Este año coincide la conmemoración de la República, el 14 de abril, con lunes santo, así que viene a cuento hablar de un concepto tan republicano y cívico como la laicidad de las instituciones del estado, de la memoria de la libertad de conciencia, de quienes la defendemos como un valor común y de quienes no.

Contra avaricia generosidad, contra ira paciencia, contra soberbia humildad, recitábamos a coro en la escuela bajo la férula de un sacerdote que rara vez mostraba generosidad, paciencia ni humildad. Nunca los vi clamando por la libertad de conciencia.

Desanima constatar que el paso del tiempo no ha suavizado la actitud de ciertas mentes que se encuentran más cómodas en el pretérito imperfecto de la religión obligatoria de la dictadura, que en el presente diverso de la democracia. No son la mayoría, pero hacen mucho ruido.

Pero los conceptos sobre la vida son diversos -a veces hasta divertidos- y por más que se empeñen fervientes en acción, abogados supuestamente cristianos, carcas con pedigrí o matones sin fronteras, la laicidad del estado no es una amenaza contra sus creencias.

No señores, no se vengan a engaños y, sobre todo, no traten de llevarnos a engaño, que por el camino de la laicidad de las instituciones públicas no se alcanza la palma del martirio.

Por favor, no intenten confundirnos. Las personas laicas somos gente sencilla, gente de buena fe social y cívica, que bastante tenemos con orientar nuestras vidas por entre los laberintos de las dificultades terrenales.

La laicidad de las instituciones del estado es más bien la garantía de la libertad de todos y de todas, de la libertad de conciencia, de la práctica privada de las creencias y de la expresión pública de su fe sin la injerencia de las autoridades civiles en cuanto tales.

Esto ha de ser así, como también debe ser que las instituciones no permitan la intromisión de los signos religiosos en las estancias democráticas del estado, al menos en el aspecto formal de los actos civiles, ya que en la conciencia personal no manda nadie.

Que nadie quiera ver paralelismo, no se trata de contrastar el alcance de dos poderes de la misma talla porque no lo son. Anguita lo explicó con sencillez breve y concisa: “Yo soy su alcalde, pero usted no es mi obispo”.

Es decir, las leyes y normas civiles nos obligan a todos y todas, mientras que las normas y homilías de cualquier creencia solo obligan a sus propios fieles. Las primeras son públicas, las segundas privadas y a estas alturas de la vida ya debería ser de conocimiento común el significado de la expresión “mi reino no es de este mundo”, por utilizar los términos que aprendí de niña cuando la religión católica era oficial y obligatoria.

Aprendí también que no se debía tomar el nombre dios en vano ni arrastrarlo por los tribunales alegando supuestas ofensas, que no lo son más que para la propia vanidad de los inquisidores y su fina epidermis de sepulcros blanqueados.

En defensa de la claridad, creo que se hace necesario alguna precisión de términos: Ser persona laica no significa ser persona atea. Es fácil ser creyente y defender la laicidad, sería suficiente con saber y asumir que la fe religiosa y la conciencia civil se mueven en planos diferentes.

Deberíamos saber también, que religiosidad y laicidad no son términos opuestos, y que entre imponer la religión obligatoria y prohibir la religión, la laicidad no es simplemente un término medio, sino una garantía para la convivencia entre la diversidad de las conciencias.

Y, por supuesto, nada de esto tiene que ver con que a uno le gusten o no las procesiones religiosas que, como toda expresión ya sea de convicciones profundas o ceremonias más superficiales, están expuestas al escrutinio público como cualquier otra manifestación de ideas y conceptos.

Ser persona laica tampoco implica ser anticlerical. Oiga, que cada cual articule sus jerarquías como quiera y se administre internamente en su organización religiosa como bien le parezca: Vertical, horizontal, transversal, diagonal, asamblearia, usando el centralismo democrático, burocrático, teocrático o al buen tun-tun.

Aunque tengo entendido que, según las leyes, a las organizaciones de la sociedad civil se nos exige un funcionamiento democrático. Pero ahí lo dejo.

Salud y República.

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