Si alguien acusara al presidente del Gobierno de tráfico de drogas, nos echaríamos las manos a la cabeza. Si de haber asesinado a un contribuyente, pondríamos el grito en el cielo. Si de haber atracado un banco, exigiríamos que la justicia actuara de inmediato para encarcelar, de probarse los hechos, al presidente, o para condenar, de lo contrario, a sus acusadores. Ahora bien, si usted tacha al presidente del Gobierno de cómplice de los terroristas, aquí no pasa nada. Ni Zapatero se presenta en el juzgado de guardia, ni el fiscal actúa de oficio, ni los compañeros de partido del que llevó a cabo la denuncia lo desautorizan de forma rotunda. ¿Por qué? Ni idea. Los terroristas trafican con drogas, matan a mansalva y desvalijan bancos a punta de pistola. Debería provocarnos espanto la posibilidad de estar gobernados por un etarra. Hay algo, en fin, que no encaja entre las condenas retóricas a los del tiro en la nuca y la facilidad con la que cualquiera de nosotros podemos convertirnos en uno de ellos. Sólo falta que para defender a Mayor Oreja salga Rajoy sentenciando, en plan conciliador, que el que esté libre de pecado tire la primera piedra.
Es lo que ha dicho el Papa, por cierto, a propósito de los obispos y curas pederastas. Personalmente, estoy un poco acomplejado, pues no he violado ni maltratado nunca a críos de 10 años. Pero si Ratzinger Zeta ocultó y protegió a sus párrocos corrompidos, la justicia española continúa anulando pruebas o desestimando sumarios a todo tren. Parece el séptimo de caballería cabalgando en ayuda de los de la trama Gürtel, que están rodeados. Los profesores de bachillerato lo tienen crudo para hacer una lista de héroes que mostrar, como ejemplo a seguir, al alumnado. De entrada, ni jueces ni políticos ni patriarcas de la Iglesia. Belén Esteban es, hoy por hoy, la Virgen María.