Convertir en caridad lo que no han sabido o querido hacer como gestores públicos.
NO de ahora, de siempre, los gobernantes, en tiempo de calamidades, proponen remedios caseros para resolver los problemas. Estaba Felipe IV a punto de tener que hacer frente a la rebelión de Cataluña y Portugal, cuando pudo distraer algo de tiempo, en 1639, para redactar un pregón (del que hay, o hubo, un ejemplar en el Museo Municipal de Granada) en el que prohibía a los metrosexuales de sus Reinos llevar copetes y guedejas, porque -dice su Majestad- tanto rizo en el cabello "ha llegado a hazer escándalo". A los gobernantes se les hace difícil aplacar los rizos de la cabeza y el hambre de los pobres. Hace 25 siglos, el filósofo cínico Diógenes reconocía que el hambre de la población resulta más difícil de calmar que el apetito sexual. El hombre había decidido vivir en plena calle, no en un cajero, sino en un tonel, y se le ocurrió responder a los que le afeaban que se masturbara en público que: "si frotándose el vientre se calmara el hambre como se calma el deseo sexual [masturbándose], se solucionarían muchos de los peores males que afectan al ser humano". La Junta de Andalucía cree poder calmar el hambre de los escolares de esta Comunidad, que no tienen para comer, suministrándoles tres comidas al día. Se propone resolver, al estilo de la Madre Teresa, lo que no ha sabido prevenir como gobierno democrático en los treinta y un años que lleva gobernando, con o sin la ayuda de IU, formación tan deseosa de tocar poder, que no le importa compartirlo con un partido sobre el que pesan sospechas tan graves de corrupción como la de los ERE. A los niños, por el momento, y no es poco, se les va a asegurar la supervivencia. Pero la caridad es una medicina de amplio espectro que no está libre de efectos nocivos. Entre otros, crear dentro de la escuela el humillado batallón de los pobres y el lucido grupo de los que sí pueden pagarse la comida. Y fuera de los colegios, convertir al régimen socialista andaluz en un grupo de benefactores, en vías de santificación, por hacer como hermanas de la caridad lo que no han sabido, o no han querido, hacer como gestores democráticos de los caudales públicos. Menos efectos secundarios traería el inaugurar una línea de investigación genética que suministrara pobres sin estómago. En ello se podrían ocupar los licenciados universitarios andaluces que tienen que emigrar a Alemania. Y no habría que beatificar a Griñán y a Valderas. Con Chávez basta.