Lamentablemente, Kamel Daoud es un autor apenas editado en la Argentina. Digo lamentablemente no sólo por la potencia de su escritura, que articula periodismo y literatura como pocas, sino también por la intensidad de su pensamiento: un riguroso ejercicio de reflexión alérgico a las dicotomías fáciles. Podría decirse que lo suyo es la valentía. En Argelia, el país donde nació y vive, hay que ser valiente para defender el laicismo, la libertad de expresión, los derechos de la mujer y declararse abiertamente opositor al islamismo. Pero también hay que serlo para, en el mundo francófono donde circula buena parte de su obra, ser un acérrimo crítico del colonialismo y sus consecuencias. Daoud navega en aguas incómodas: esas que lo llevan a reivindicar la identidad argelina, pero también numerosos aspectos de la modernidad occidental. O defender la vitalidad de la lengua nativa que se habla en las calles de su país frente al árabe clásico donde se encierra la elite religiosa que lo gobierna. Y al mismo tiempo -en un giro quizás incomprensible para muchos de sus compatriotas- sostener la vigencia de una lengua francesa que les llegó por imposición colonial, pero de la que él rescata autores, pensadores y una tradición de la cual también se siente parte.
Escribir aquello que, por desmarcarse del más inmediato sentido común, convoca la perplejidad y los replanteos de quien lo lee; aguzar la mirada y llevarla por encima de las polarizaciones mecánicas, más allá de quienes, más o menos momentáneamente, detenten el poder. Hoy por hoy, no habitamos un mundo que favorezca este tipo de voces.
Entre los últimos trabajos de Daoud se cuenta Mes indépendances, libro recientemente editado en Francia, que compila algunos de los artículos periodísticos que escribió entre 2010 y 2016. Aunque en el volumen se los llama «crónicas» se corresponden más bien con lo que por aquí conocemos como «articulismo»: textos breves -columnas, opinión o editoriales- escritos al ritmo veloz de la actualidad, a veces polémicos, otras rayanos con lo lírico, en ocasiones ligados con temáticas que el puro capricho del autor hizo llegar a la página impresa. Desde sus inicios en el periodismo, hace veinte años en el Quotidien d’Oran, Daoud hizo de este género su trinchera predilecta. Llegó a escribir una columna por día, algo que, en sus propias palabras, lo obligaba a seguir «una disciplina, una suerte de vigilia permanente, constante y atenta. Uno se despierta con una parte del cerebro que husmea el entorno, busca la idea en medio de la turba, se demora en los perfumes o los rasgos de los rostros, en las líneas de la actualidad». En esa dinámica frenética, y convencido de que, en un momento particularmente oscuro de su país, la libertad de esos textos son garantía de oxígeno, Daoud se permite conjugar actualidad y metafísica, filosofía y política, reflexiones que vinculan la arquitectura con la descolonización, el islamismo con el erotismo. «Escribir una columna por día te obliga a trabajar en el apuro, la velocidad, el sentido de la fórmula desarrollado como un tiro al arco, lo lapidario, lo breve y lo desmesurado». Su batalla, entre otras, es contra «la extensión universal del mal y la muerte en nombre de Dios» y, a la medida de semejante oponente, desarrolló una visceralidad frente a la cual es imposible permanecer indiferente; una furia y una sensualidad de la palabra que él define como «flechazo entre la tinta y el blanco de la página».
Pasión política, razón fervorosa, palabras con textura, color, emoción. Rasgos donde Sid Ahmed Semiane, otro periodista argelino (además de escritor, fotógrafo y cineasta), encontró música: «El secreto de la trompeta, el misterio del bebop de las palabras», describe. Una belleza indómita que permitiría oponer, a la grisura finalmente violenta del mundo, el chispazo de la inteligencia.