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La República laica

Con motivo de la editorial publicada este domingo por el semanario Desde la Fe, de la Arquidiocésis Primada de México, en el que las autoridades eclesiales acusan a las autoridades del Distrito Federal “ de hacer del laicismo una religión única e intolerante, realizando ritos laicos contra las verdaderas religiones”, retomamos el texto La República laica de Carlos Monsiváis, publicado en el número 165 del  Suplemento Letra S del periódico La Jornada en el mes de abril de 2010.
 
De alguna manera se le debe agradecer a la derecha mexicana, alto clero incluido en primer término, la nueva y muy amplia preocupación por la laicidad, el laicismo y las libertades en México. Nada pasó cuando Vicente Fox, que, a su divagada manera, presidió la República, mencionó “la tontería esa del Estado laico”, ni cuando tanto se insistió, incluso de parte de funcionarios del PRD, y de intelectuales como Pablo Latapí, en que Estado laico debía contener también la educación religiosa en las escuelas públicas, porque sin eso, se alegó, no se sustentaba la formación moral.
 
Y apenas se tomaron en cuenta las declaraciones desmesuradas de gobernadores, alcaldes, diputados, senadores, todos felices por estrenar convicción pública o por encabezar una procesión o por tener clases de catecismo en el Palacio de Gobierno o por regalarle a la Iglesia católica por cuenta del erario 95 millones de pesos para un santuario o por, tal y como lo hizo el presidente Calderón, asegurar que sólo hay un tipo de familia en México, con lo cual y por ejemplo, las madres solteras, que no escasean, debían ser consideradas “soledades de convivencia”. Todo esto ocurrió sin mayor respuesta, pero en el tiempo reciente el alud contra el Estado laico ha reanimado el espíritu de laicidad y el ánimo del laicismo.
 
Se ha desestimado de un modo carente de argumentos la formación ética que el Estado otorga y puede otorgar. En 2006, todavía secretario de Gobernación, el licenciado Carlos Abascal, el mismo que en enero de 2009 expulsó a un elemento frívolo de la vida nacional (“El condón, además de que no sirve para infecciones de transmisión sexual constituye una herramienta para trivializar el ánimo”), aseguró:
 
"México ha sido un Estado laico que respeta las creencias de la población, pero con reminiscencias del laicismo, una tendencia exacerbada que tiende a proscribir o socavar cuestiones de libertad de asociaciones religiosas… Es necesario recuperar con absoluta libertad de credos la religión como el espacio que propicie la vinculación, la revinculación del ser humano con su destino trascendente para que le dé sentido a los valores éticos que han de comprometer su existencia diaria."
 
La estrategia no admite dudas, y ahora se refuerza con el rechazo del adjetivo laico en la Constitución de la República: insistir en la libertad religiosa definida como el derecho a impartir educación religiosa en las escuelas públicas. No lo dicen con tanta claridad, para no perder fama de astutos, pero tal es el sentido de su batalla. No podemos, insisten, abandonar el sistema educativo en manos de la laicidad negativa, aquella al margen del sometimiento a la ley de Dios, exaltada otra vez, el 11 de enero de 2010, por el arzobispo primado Norberto Rivera, a propósito de la igualdad ante la ley:
 
“No, no podemos callar, pues podemos escapar de los tribunales de los enemigos de Cristo, pero no evadiremos el tribunal supremo de Dios… Nosotros, pastores del pueblo de Dios, tampoco podemos obedecer primero a los hombres y sus leyes antes que a Dios, pues la ley suprema y perenne es la de Dios. Toda ley humana que se le contraponga será inmoral y perversa, pues al ir contra su voluntad termina por llevar a la sociedad a la degradación moral y a su ruina”.
 
El cardenal Rivera levanta, desventajosamente, la ley de Dios contra la Constitución de la República, sin notificar cómo en la práctica se salvará a la sociedad de la degradación moral, que si nos atenemos a lo dicho por sus antecesores, no empezó en 2010 sino bastante antes, tal vez en 1830. Así como todavía no hay tácticas de costura para remendar el tejido social, tampoco la ofensiva salvacionista ha trascendido hasta el momento las acciones en contra de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, así se esmeren localmente las campañas de odio, el hostigamiento a las disidentes, la red de insultos, el alud de e-mails y telefonemas anónimos, las agresiones en la calle, las pintas en las casas heréticas, los enardecimientos contra la heterodoxia. Se quiere “aislar moralmente” a la Ciudad de México y, sobre todo, se quieren instrumentar los métodos que corresponden a la expresión de Benedicto XVI: “El matrimonio de homosexuales puede poner en peligro a la Creación”.
 
Pero los temas hoy muy visibles (el control de la natalidad, el condón, la legalización del aborto, el matrimonio lésbico-gay, la adopción de niños, la eutanasia), no obstante su importancia, son apenas parte del plan general: devolver el país entero (leyes, costumbres, libertades ya ampliamente ejercidas, secularización) al regazo donde “lo prohibido” carezca de derechos, y la evolución de la sociedad se detenga hasta que pase el Santo Viático. El Proyecto Retorno al Index vive ya en el fracaso, lo que se advierte en la tolerancia creciente y, también, muy positivamente, en el paso de la tolerancia al respeto a los derechos constitucionales; sin embargo, en el fracaso de casi todas sus campañas, la derecha eclesiástica y la derecha civil insisten: el enemigo es el Estado laico en su versión juarista y en su versión actual. Si no lo pueden derribar, algo fuera de su competencia y sobre todo de su incompetencia, sí obtienen islotes de retroceso, que en el caso de los derechos reproductivos de las mujeres significa la cadena de sufrimientos, peligros de muerte, ejercicios de clandestinidad, humillaciones, dramas familiares y sensaciones de marginalidad, ya no como antes pero todavía bastantes.
 
Se insiste: la capital de la República es distinta al resto del país. En el sentido de los avances muy probablemente, pero la secularización y la modernidad y el conocimiento de los derechos humanos no se detienen en el Valle del Anáhuac, ni aceptan cinturones geográficos. Lo que la derecha no admite es un hecho múltiple: la provincia conocida ha desaparecido o está en franca agonía. Quedan bastiones paradigmáticos, en el Cinturón del Rosario especialmente, pero ya ni allí funciona el aislamiento del mundo. El DVD, el Internet, la televisión regular, el Cable, los viajes, las revistas, el seguimiento de la moda, la noción de libertades anímicas y corporales, todo esto va más allá de la sociedad intolerante y sus linchamientos morales.
 
Ahora los gobernadores de Sonora, Jalisco, Guanajuato, Morelos y Tlaxcala, curiosamente del PAN, inician la demanda de inconstitucionalidad de los matrimonios de personas del mismo sexo. Su razonamiento, si así hemos de acreditarlo, es textualmente el siguiente: “En virtud de las reformas aprobadas en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, se podría obligar a los estados a reconocer y conceder plena validez a los matrimonios entre personas del mismo sexo, celebrados en el DF”. Gran medida epidemiológica: si se deja sin control a las leyes del DF, contagiarán a todas las demás leyes del país (se recomienda, en recuerdo de las medidas contra la influenza, el uso del tapaleyes). Y como todavía no hay vacunas jurídicas, procede el hundimiento del foco de infección. Alegato impecable: muerta la rabia, que le pongan el bozal al perro, o algún otro refrán de los que abundan en las zonas del alto pensamiento de Kelsen y John Rawls según la derecha mexicana.
 
* Texto presentado en el foro Laicidad y democracia: 150 aniversario de la libertad de pensamiento, realizado en el Senado de la República el 18 de febrero de 2010.

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