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La primera Encíclica del Papa Francisco y el miedo de la modernidad

La cuestión preliminar planteada por la primera encíclica del papa Francisco se refiere a su paternidad efectiva. ¿Quién es el verdadero padre del texto conocido desde hoy con el título clásico de Lumen fidei, “Luz de la fe”? Corresponderá a los futuros estudiosos establecer con precisión cuánto hay de Ratzinger y cuánto de Bergoglio en este importante documento, pero, como se puede leer en el mismo texto, ya se sabe hoy que ha sido escrito en gran parte por el Papa Benito («había completado ya casi una primera versión»), mientras el Papa Francisco dice haber contribuido añadiendo «algunos retoques ulteriores». El origen a varias manos del texto no constituye de por sí una novedad para el Papado, porque son muchos los textos del magisterio, como encíclicas, exhortaciones apostólicas, catequesis o simples discursos, que tienen a la espalda un autor distinto del Romano Pontífice que después los ha firmado, y no creo que pudiera ser de otro modo, considerando la amplia exposición a la que se ve hoy sometido un Papa. Indiscutiblemente nuevo, sin embargo, es el hecho de que, tras un texto solemne como una encíclica, los pontífices sean dos, considerando que Benito XVI ha escrito lás páginas hoy firmadas por el Papa Francisco cuando era todavía él Papa. ¿A qué pontífice atribuir por tanto la substancia de las enseñanzas contenidas en la Lumen Fidei? ¿Y cuál de los dos papas ha escogido el título, que en una encíclica tiene siempre tanta importancia?…

Luego hay otra cuestión preliminar que no es menor: si la encíclica es el documento más importante que tiene a su disposición un Papa, y si la primera encíclica representa habitualmente el acto programático del nuevo pontificado, ¿qué significado hay que dar al hecho de que el Papa Francisco haya elegido hacer suyo un texto escrito casi íntegramente por el Papa Benito? Si Francisco hubiera seguido siempre en todo a su predecesor, la cosa sería perfectamente coherente, pero hasta ahora ha hecho más bien al contrario: otra denominación al presentarse (“obispo de Roma”), otra vivienda (Santa Marta y no el apartamento papal), otra cruz pectoral, otros zapatos, otro empeño al afrontar las dificultades del gobierno vaticano, otras prioridades, como se desprende del haberse ausentado de un concierto de música clásica en el que estaba prevista su presencia, cosa que un cultivador de la buena música y de la etiqueta como Benito XVI no habría hecho nunca. O quizás la asunción del texto con la firma propia es funcional incluso al deseo del Papa Francisco de querer subrayar, más allá de las diferencias contigentes, la total consonancia doctrinal con el Papa Benito sobre cosas fundamentales como la fe y la moral? Creo que a esta pregunta hay que responder positivamente y que sólo así se explica el efecto un poco empalagoso de ver con firma del Papa Francisco un texto íntegramente ratzingeriano.

La encíclica reproduce de hecho con un curso lineal y sin especiales novedades la tradición de la doctrina cristiana relativa a la enseñanza de la fe, entendida ya sea como fides qua creditur, es decir, la actitud interior o la confianza con la que se cree, ya sea como fides quae creditur, es decir, el patrimonio doctrinal a la cual se adhiere con respeto de la inteligencia o bien los llamados artículos de fe. Y lo hace bajo el signo de la más límpida teologia ratzingeriana que surge en el texto con voz inconfundible.

LaLumen Fidei explica el origen de la fe únicamente desde lo alto, reconduciéndola a Dios y declarándola “don de Dios”, “virtud sobrenatural infundida por Él”, “don original”, “llamada” (el término “don”se repite 21 veces; “llamada”, 11). Surge espontánea la pregunta: ¿quién no tiene fe no ha recibido por tanto este don divino? Y si así fuera, no se trataría en este caso de una inexplicable injusticia? Hacia el final de su vida, escribía Indro Montanelli: “Siempre he sentido y siento la falta de fe como una profunda injusticia que le hurta a mi vida, ahora que estoy en el balance final, todo sentido.Si se trata de cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, adónde voy, y qué he venido a hacer aquí, tanto valía no haberlos abierto”.

En vano buscará el lector en la encíclica de los dos papas, no digo la respuesta sino incluso la asunción sólo del problema planteado por Montanelli y por muchos otros antes y después de él, problema que es luego la expresión de la inquietud en la base de la modernidad. Como siempre en la teología ratzingeriana, también en esta encíclica la modernidad se convierte sólo en un adversario que combatir, no un interlocutor con el que establecer un diálogo fecundo. La Lumen Fidei subraya continuamente que hay una “llamada” por parte de Dios, a la que debe corresponder una “escucha” por parte del hombre. La fe, así pues, no se interpreta como una disposición que surge de abajo, como una modalidad para articular el sentimiento, como un acto de confianza hacia la vida: se piensa más bien como una creación unilateral de Dios. El cual, así como se aparece en la historia de Abraham y después de los demás protagonistas de la Biblia, del mismo modo se presenta en la interioridad de de los individuos llamándolos hacia sí. Naturalmente, el texto papal afirma que la plenitud de la fe se tiene con la venida de Jesús, ya sea en cuanto verdad doctrinal que creer y consistente en el acontecimiento de su muerte y resurrección, sea como forma de creer, porque Jesús no es sólo objeto de la fe sino también el modelo: hay una fe en Jesús y hay una fe de Jesús, y a ese respecto hay en el texto pasajes muy hermosos, sobre todo ahí donde se habla de Jesús como de “Aquel que nos explica a Dios”. La centralidad cristológica relativa a la experiencia de Dios no puede no remitir empero a la delicadísima dificultad de la salvación por medio de la fe: si es a través de Cristo que se nos salva, ¿quién está privado de la fe en Él está necesariamente destinado a la perdición? Los no creyentes y los fieles de otras religiones, ¿pueden participar de algún modo en la salvación o bien están necesariamente excluidos? La respuesta de la encíclica papal se configura bajo el lema del modelo teológico conocido como “inclusivismo”, encaminado a afirmar que la fe “atañe también a la vida de los hombres que, si bien no creyentes, desean creer y no cesan de buscar”. El texto llega a subrayar que “en la medida en que se abren al amor con corazón sincero, viven ya, sin saberlo, en el camino hacia la fe”. Se trata en substancia de la teología de los “cristianos anónimos” del jesuita Karl Rahner que hace suya el Papa Francisco (¿o el Papa Benito?). Queda por ver en qué medida esta posición es verdaderamente respetuosa con los no creyentes o con los fieles de otras religiones: ¿qué diría un católico de ser considerado budista o musulmán anónimo?  Algunas de las páginas más hermosas son las dedicadas a la relación entre verdad y amor, allí donde la Lumen Fidei afirma que “si el amor necesita a la verdad, también la verdad necesita al amor”, y que “amor y verdad no pueden separarse”. E incluso: “Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal…La verdad que buscamos, la que otorga significado a nuestros pasos, nos ilumina cuando somos tocados por el amor”. Creo que el sentido de la vida cristiana reside exactamente en estas palabras que destutuyen al frío primado de la doctrina y saben volver a transmitir en lo mejor el sentido evangélico de la verdad. Creo además que si la doctrina católica a escala de la praxis sacramental (veánse los sacramentos negados a los divorciados vueltos a casar), de ética sexual y sobre todo de bioética considerase siempre el alcance de estas palabras, llegaría a revisar muchas posiciones doctrinales actuales que hoy parecen verdaderamente frías e impersonales. Más en general, creo que el texto de la Lumen Fideireproduce la teología ratzingeriana sobre todo en algunos fundamentos como la contraposición entre fe cristiana y mundo moderno, la polémica contra el relativismo, la ubicación de la investigación teológica en la obediencia al Magisterio. Bajo este último perfil es nítida la reconducción de la experiencia de fe a la dimensión doctrinal en su integridad, porque la fe, se escribe en la Lumen Fidei, “debe confesarse en toda su integridad”, considerando que “todos los artículos de fe están concertados en unidad y negar uno de ellos equivale a condenar el todo”. Pero si alguno de estos artículos parece en contradicción con las exigencias del amor, como en el caso de la condenación eterna, o bien del pecado original que mancharía el alma de todo niño en el momento de su concepción, ¿qué debe hacer la inteligencia teológica? ¿Seguir repitiendo afirmaciones magisteriales que parecen infundadas? También a este respecto se buscarán, no obstante, en vano una respuesta en la encíclica de los dos Papas, la cual se limita a resaltar la obediencia incondicionada que la investigación teológica está obligada a llevar al Magisterio romano. Pero el límite más grave del texto papal es el que se refiere a la teología espiritual. La enciclica, de hecho, al insistir tanto sobre la luz de la fe y sobre su capacidad de explicación, termina por ignorar bastante clamorosamente que la experiencia espiritual cristiana se cierra no con la luz sino con las tinieblas, como atestigua el común testimonio de la mística de Oriente y del Occidente cristiana, hablando de “noche obscura”, de “silencio”,de entrada en la “nube del no conocimiento”, y subrayando la necesidad de ir más allá de la dimensión intelectual. Justamente en esto, ignorar la fecundidad de las tinieblas, del no-saber, del vacío, del silencio, reside el gran límite de la teología ratzingeriana y de su intelectualismo, que este texto firmado por el Papa Francisco, como si fuese un sello, reproduce in toto.

Queda por explicar por qué el Papa venido del fin del mundo la ha hecho propia verdaderamente sin “retocarla” con su carisma humano y espiritual, pero para esta pregunta no hay de momento respuestas.

Vito Mancuso(1962), reconocido teólogo crítico italiano, es profesor de Historia de las Doctrinas Teológicas en la Universidad de Padua. Desde 2009 es editorialista del diario La Repubblica. Su último libro publicado es Il caso o la esperanza? Un dibattito senza diplomazia (Garzanti, 2013), junto a Paolo Flores d´Arcais.

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