Descargo de responsabilidad
Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:
El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.
Después de 14 desastrosos años de gobierno conservador, Reino Unido acaba de elegir por mayoría absoluta al Partido Laborista; en el sistema británico, el lider del Partido es nombrado Primer Ministro — en esta ocasión, Sir Keir Starmer, quien es ateo y rechazó hacer un juramento religioso durante su posesión al cargo:
Declaro y afirmo solemne, sincera y verdaderamente que seré fiel y guardaré verdadera lealtad a su majestad el rey Carlos, a sus herederos y sucesores según la ley.
No es la primera vez que Reino Unido tiene un Primer Ministro ateo; antes de Starmer, hubo por lo menos seis Primeros Ministros abiertamente no-religiosos. Todas sus elecciones fueron relativamente recientes (siglo 20) pues hasta 1886, los Miembros del Parlamento (MPs) británico sólo podían tomar posesión del cargo haciendo juramentos religiosos; y al MP Charles Bradlaugh le tomó tres elecciones, cinco años y varios arrestos (!) para finalmente poder posesionarse sin juramentos religiosos, sentando el precedente para que hoy alguien como Starmer pueda posesionarse sin tener que jurarle lealtad a entidades sobrenaturales en las que no cree.
Con este tema siempre surgen varias cuestiones, y hoy es un día tan bueno como cualquier otro para abordarlas:
La primera es que la posesión a cualquier cargo público es, por definición, un acto público en el cual el candidato acepta representar al electorado o partes del mismo. Por el más elemental respeto a la igualdad entre sus representados, ningún candidato tendría por qué invocar a su(s) amigo(s) imaginario(s) particular(es) o jurar sobre el libro de pócimas de sus afectos. La posesión no es suya sino de la ciudadanía, un compromiso para con la misma, por lo que aquí las creencias privadas de la persona que está tomando posesión pintan menos que un pincel sin hebras. Por eso es que el derecho de las cosas sería que no haya ningún juramento religioso en ninguna posesión. A ver si algún día…
Y no es que sea pedir demasiado que un servidor público mantenga sus convicciones privadas en su fuero privado, y reconozca que fue elegido al cargo para que represente a la ciudadanía en general, y no exclusivamente a sus correligionarios — parece que así lo entendieron los presidentes americanos cristianos John Quincy Adams y Theodore Roosevelt al momento de sus respectivas posesiones, sin libros religiosos. ¿Por qué no podrían hacerlo los demás? Por ejemplo, la posesión de Joe Biden en 2021 fue una vergonzosa exhibición religiosa, en la que cristianos evangélicos, ateos, musulmanes, budistas, judíos, y demás minorías religiosas no habrían tenido motivo para sentirse representados.
La segunda cuestión es que yo no prefiero que los servidores públicos sean ateos por motivos de representación; a mí eso me da igual, pues yo me identifico como humano, y el hecho de ver a otro ser humano en el trabajo ya me da la suficiente certitud aspiracional de que yo también podría ejercer el cargo. Es más, incluso si el cargo fuera ejercido por un mono de tres cabezas o un alienígena de piel azul, todo eso sería irrelevante: lo que importa es qué tan bien hacen el trabajo. Y esa es la heurística por la cuál es preferible tener servidores públicos ateos sobre creyentes religiosos, porque cualquier servidor público hará un mejor trabajo entre más preciso sea su modelo de la realidad. Alguien que va a dictaminar el destino de partidas presupuestales y tomará decisiones que tendrán un gran impacto sobre las vidas de sus connacionales debería tener una visión del mundo lo más cercana posible a como este es realmente. Los anales de la historia están a rebosar de dirigentes que arruinaron miles de millones de vidas o apresuraron dramáticamente su trayecto a la tumba porque tenían creencias irracionales, desde combatir el sida con vitaminas hasta el Gran Salto Adelante — no quiero servidores públicos que crean en la homeopatía, los duendes, las hadas, que la Tierra es plana, o que rechacen la teoría microbiana de la enfermedad. Y como no hay evidencia de dios, pues también es preferible tener servidores públicos que sean ateos a que sean creyentes religiosos.
Por supuesto, no sería impensable encontrar un servidor público ateo que viole el laicismo, malverse dinero de los contribuyentes en la promoción religiosa, y recurra a la superstición organizada en ejercicio de sus funciones — y entre los políticos abiertamente ateos no escasean los que se postran ante la religión, e incluso le muestran más deferencia que los propios políticos teocráticos. Es aquí donde volvemos a Starmer, quien durante campaña prometió que su Partido no se entrometería con el funcionamiento de las ‘escuelas’ religiosas, y que sería «aún más favorable» con las mismas de lo que lo fueron los gobiernos conservadores.
Porque sí, infortunadamente Reino Unido tiene escuelas religiosas que son pagadas con dinero de los contribuyentes, lo que es una doble infamia: por un lado, se están desperdiciando dineros públicos en la promoción de creencias privadas. Aún peor es que esto se hace violando los derechos humanos de los niños a la educación y a la libertad religiosa — aprovecharse de que sus mentes no están completamente formadas y no han terminado de desarrollar sus capacidades críticas para meterles de contrabando la sumisión a la autoridad religiosa, la existencia de seres imaginarios, y explicaciones mágicas del mundo por encima de las reales, es un fracaso de cualquier entidad responsable de educar niños.
No existe ninguna diferencia epistemológica entre explicar la existencia de los huracanes como productos de la furia de Poseidón y explicar la existencia de la especie humana como descendientes de Adán y la mujer costilla que habrían sido tentados por la serpiente parlante. Y cualquier persona que se oponga a que se enseñe la primera —en la escuela o en la casa— pero no la segunda, está defendiendo necesariamente el lavado de cerebro de los niños y el reclutamiento infantil (y que se le dé un tratamiento privilegiado a quienes profesan la superstición cristiana por encima de quienes profesan la helénica). Es claro que eso fue lo que hizo Starmer durante la campaña: mantener en su sitio un gigantesco obstáculo a la emancipación intelectual de los niños británicos que tienen la mala fortuna de nacer en familias profundamente fervorosas.
La familia política de Starmer es judía, y resulta que los propios hijos de Starmer están siendo reclutados en el judaísmo, privados de una cosmovisión basada en la realidad. Y el brillante nuevo Primer Ministro trata de salir del trabajo los viernes no más tarde de las 6:00 p.m. para celebrar la cena de sabbat con su familia. No está mal que un político pase tiempo con su familia; aunque nadie puede negar que este es un caso en el que la religión está influyendo directamente el comportamiento del mandatario en el cargo. A estas alturas la posesión laica de Starmer, sin juramento religioso, parece más casi el producto de un milagro que una declaración de postura política.
La National Secular Society (Sociedad Nacional Secular) hizo un llamado para que los Laboristas se repiensen la posición de apoyar las escuelas religiosas — aunque no me hago demasiadas ilusiones, ojalá el Partido que por estos días se estrenó en el gobierno escuche ese llamada, y que en el ejercicio de sus funciones veamos más al Starmer que se posesionó que al Starmer candidato.