Más de 200 millones de personas sufren a diario una notable discriminación social, dificultades en el acceso a la educación o a los servicios de salud y una infrarrepresentación en las instituciones públicas.
La división entre la comunidad hindú y la musulmana continúa en la India casi siete décadas después de su independencia. El ascenso al poder del nacionalista hindú Narendra Modi en 2014 ha significado un declive masivo en la situación de los musulmanes.
Esta minoría, que a su vez es la tercera comunidad musulmana más grande del mundo formada por 210 millones de personas, sufre a diario una notable discriminación social, dificultades en el acceso a la educación o a los servicios de salud y una infrarrepresentación en las instituciones públicas.
La religión en la India presenta un escenario contradictorio. La Carta Magna, que data de 1950, propugna un modelo de Estado laico, es decir, el Estado es independiente de cualquier religión.
Al mismo tiempo, el laicismo también protege la libre confesión de cualquier credo, y no son pocos los que conviven en el país más poblado del mundo: hinduismo, budismo, Islam, cristianismo, sijismo, zoroastrismo, jainismo y la fe bahá’í son algunos de ellos, si bien el hinduismo concentra casi el 80% de la población.
Pero desde la llegada al poder del Bharatiya Janata Party (BJP) –el Partido Popular Indio– en los comicios de 2014, la religión ha ocupado el tema principal de la agenda política. En este sentido, la hegemonía hinduista se ha impuesto en la última década sobre las demás, con el fin de crear un Estado por y para hindúes.
Una de las medidas más sonadas contra esta minoría fue la nueva Ley de Ciudadanía en 2019, impulsada por el Gobierno para permitir que las minorías perseguidas de países como Bangladesh, Pakistán y Afganistán tuviesen más facilidades para obtener la nacionalidad india, siempre y cuando no fuesen musulmanes.
La nueva ley trató de flexibilizar la anterior norma, promulgada en 1955 y mucho más exigente con el control migratorio. De hecho, aseguraba que todo aquel migrante indocumentado que entrase en el país sería automáticamente detenido y deportado. Los críticos a la modificación, entre los que se encontraba la Liga Musulmana de la Unión India, denunciaron que se trataba de «una medida discriminatoria y contraria a la esencia secular de la Constitución».
Precisamente la comunidad musulmana ha sido la diana del sector más radical del BJP, quienes han llevado a cabo una persecución sin precedentes en la que se han sucedido varios ataques a mezquitas y hacia otros objetivos de valor religioso. Una violencia que a día de hoy, denuncian las organizaciones de derechos humanos, se ha mantenido impune.
«El Gobierno no está tomando los pasos necesarios para asegurarse de que se están persiguiendo estos ataques. Tampoco se preocupa en lanzar un mensaje advirtiendo de que se aplicará la ley contra ellos», explica a Público Meenakshi Ganguly, subdirectora de Human Rights Watch en Asia. La persecución contra los musulmanes es mayor en las regiones gobernadas por el BJP
La organización de Derechos Humanos denuncia que la discriminación está mucho más presente en aquellas regiones teñidas de color azafrán –el color característico del BJP–. India es una estructura federal en la que hay muchos estados –28 en total– y cada región tiene su propio gobernador y sus propias autoridades.
La hegemonía hindú en la India
«¿Cómo puede ser que, por un lado, se prohíba el hiyab en las escuelas por ser un Estado laico y luego autoridades religiosas hindúes organicen libremente actividades en el espacio público?», critica el activista musulmán Asif Khan en una conversación telefónica con esteperiódico. Khan denuncia que las políticas de Modi van siempre hacia una misma dirección: «Un Estado por y para hindúes». Khan: «El Gobierno está cambiando los nombres de ciudades y monumentos con herencia islámica»
La nueva identidad que se pretende construir desde el Ejecutivo de Delhi pasa primero por borrar el pasado árabe medieval, explica. «El Gobierno está cambiando los nombres de ciudades y monumentos con herencia islámica. Están cambiando los libros para borrar nuestro pasado y reescribir nuestra historia», sentencia.
Lo que denuncia el activista ya ha ocurrido en una treintena de localidades gobernadas por el BJP, en las que se han sustituido los topónimos con raíz árabe o islámica por otros nombres que «encajan mejor» con la identidad hindú.
Uno de los casos más relevantes fue el de la histórica ciudad de Allahabad, que desde 2018 se llama Prayagraj. Ubicada en el estado de Uttar Pradesh, se trata de una de las ciudades más importantes de la región, habitada por más de un millón de personas.
Otra ciudad que padeció el mismo desenlace fue la urbe, esta vez de de origen persa, Lucknow, que pasaría a llamarse Lakshman, en alusión al hermano menor del dios Rama.
El templo de Ram, la última división
El pasado 22 de enero, Modi posaba victorioso junto a uno de sus proyectos electorales estrella, la inauguración del controvertido templo Ram, un Vaticano indio dedicado a la deidad del dios hindú Ram en Ayodhya y erigido sobre las ruinas de una antigua mezquita.
En 1992 una turba de extremistas hindúes destruyó la mezquita de Babri porque alegaban que fue construida «por invasores musulmanes». Como respuesta al ataque, se sucedieron disturbios en todo el país que se cobraron la vida de casi 2.000 personas, en su mayoría musulmanes.
Muchos hindúes también creen que el antiguo lugar de culto musulmán fue levantado sobre el sitio exacto del nacimiento del dios Ram y un antiguo templo hindú de esta deidad.
El proyecto de construcción del templo ha estado envuelto en un largo proceso judicial hasta que, en 2019, el Tribunal Supremo de Allahabad dio la sala central del templo a los hindúes.
«Ram no es un problema, sino una solución», afirmó Modi en respuesta a las críticas ante la preocupación de que volviesen a abrirse viejas cicatrices entre ambas comunidades. «Estamos sentando las bases para los próximos 1.000 años. Nos comprometemos a construir una India capaz, grandiosa y divina a partir de este momento», añadió.
«El hecho de que se haya sido construido finalmente significa que el BJP ha cumplido con una promesa a sus votantes que se remonta a hace tres décadas«, explica Ganguly. A pesar de que el primer ministro asegurase que este momento debería ser una celebración de fe, y no debería haber violencia, HRW registró en ese mismo día el estallido de una nueva ola de violencia. Y una vez más, recuerda, el Gobierno no fue capaz de perseguir estos actos y controlar a su gente.
Momentos después de la consagración, el medio catarí Al Jazeera publicó que grupos radicales incendiaron un cementerio musulmán en el estado de Bihar, en el norte de la India; se hizo desfilar a un musulmán desnudo en el sur del país; y se izó una bandera azafrán que representaba el hinduismo militante en lo alto de una iglesia en el centro de la India.
India vuelve a acudir a comicios este 2024 y todo apunta a una cómoda victoria del BJP de Modi frente a sus opositores, de acuerdo a la mayoría de encuestas. El templo Ram, además de su alto significado religioso, fue un intento de calmar las aguas entre los extremistas hindúes.
Sin embargo, las organizaciones de derechos humanos y activistas coinciden en que la «sed de sangre» contra las minorías no va a detenerse. Mientras el Gobierno siga incitando a la violencia, los extremistas seguirán teniendo otras mezquitas bajo su punto de mira.