Ambos grupos terroristas cuentan con potentes filiales, especialmente en África
Los últimos doce meses en la lucha antiterrorista internacional han sido particularmente exitosos, con la muerte del líder de Al Qaeda y de dos líderes sucesivos de Estado Islámico, pero en un momento en que la ‘guerra’ lanzada por Estados Unidos a raíz del 11-S parece quedar relegada a un segundo plano ante amenazas como Rusia o China, los expertos advierten de que el problema dista mucho de haber desaparecido.
«Pese a las continuadas pérdidas de líderes por Al Qaeda y Estado Islámico, el terrorismo en general se ha vuelto más preponderante y se ha extendido más geográficamente, afectando la vida de millones de personas en todo el mundo», alertaba hace unas semanas ante el Consejo de Seguridad el responsable de la Oficina de Lucha Antiterrorista de Naciones Unidas, Vladimir Voronkov.
En los últimos años, estos grupos terroristas y sus filiales «han seguido explotando la inestabilidad, la fragilidad y el conflicto para hacer avanzar sus agendas», denunció, llamando la atención en particular del deterioro en este sentido registrado en África Occidental y el Sahel, donde amenazan con seguir ampliando su área de operaciones.
La ‘decapitación’ vivida tanto por Al Qaeda como por Estado Islámico, término que se emplea en el argot antiterrorista cuando el líder es eliminado, ha abierto una nueva etapa en ambas organizaciones que sin embargo estas han gestionado de forma muy dispar.
Al qaeda, aún sin nuevo líder
Al Qaeda sigue sin haber confirmado oficialmente la muerte de su líder, Ayman al Zawahiri, en un ataque de un dron estadounidense el 31 de julio en Kabul. Tras la muerte de su fundador, Usama bin Laden, en una operación estadounidense en Abotabad (Pakistán) el 2 de mayo de 2011, el grupo terrorista tardó apenas un mes en confirmar que su ‘número dos’, el egipcio Al Zawahiri, tomaba las riendas.
Sin embargo, la confirmación oficial de la muerte del líder de Al Qaeda, anunciada sin ningún género de duda por el presidente estadounidense, Joe Biden, sigue sin llegar e incluso el grupo terrorista ha parecido querer jugar al despiste con algunos de sus últimos mensajes.
Los expertos coinciden en apuntar a que el heredero ‘natural’ de Al Zawahiri sería el también egipcio Saif al Adel, considerado hasta ahora como ‘número dos’ y que reside desde hace años en Irán, en circunstancias no del todo claras.
Precisamente esta última cuestión podría ser determinante en cuanto a su ascenso como líder de Al Qaeda, ya que no sería fácil de entender que el grupo terrorista suní esté capitaneado por alguien que vive en el país chií por antonomasia. Sin embargo, Al Adel podría intentar abandonar Irán hacia el vecino Afganistán, donde las nuevas autoridades talibán son el mejor aliado de Al Qaeda y donde tradicionalmente ha estado la cúpula de la organización.
En un reciente artículo en Lawfareblog, los expertos Raffaello Pantucci y Kabir Kaneja apuntan a varias posibilidades, desde que Al Adel esté también muerto pero no haya trascendido hasta ahora, pasando por la imposibilidad de este para comunicarse con la cúpula de Al Qaeda o a su deseo de mantener un perfil bajo para poder reorganizar el grupo y evitar poner desde ya una diana sobre su cabeza.
Por su parte, Bruce Hoffman y Jacob Ware advierten en otro artículo en el ‘CTC Sentinel’ del Centro de Lucha Antiterrorista de West Point de que si finalmente es Al Adel quien coge la batuta de Al Qaeda «traerá credibilidad al papel de líder dada su larga y variada experiencia» desde hace décadas en la organización terrorista.
Asimismo, auguran que aportará «un enfoque más práctico y de hacer bloque» a la hora de continuar con sus campañas a nivel local, regional e internacional y que «probablemente evitará operaciones espectaculares como el 11-S y en lugar de ello volverá a poner el foco de Al Qaeda en atacar embajadas y consulados, destinos turísticos y la aviación comercial».
Doble relevo en estado islámico
En el caso de Estado Islámico, están ya más acostumbrados al relevo de sus líderes y el proceso se lleva a cabo con fluidez. Así ocurrió primero cuando en octubre de 2019 el que fuera su primer ‘califa’, Abu Bakr al Baghdadi, se inmoló al verse asediado en una operación estadounidense en el norte de Siria.
Su sucesor, Abú Ibrahim al Hashimi al Quraishi, fue anunciado apenas cuatro días después. El 3 de febrero pasado, Estados Unidos informaba de su muerte en una operación también en el norte de Siria y en circunstancias similares a las de Al Baghdadi, sin que Abú Ibrahim hubiera llegado a realizar ningún mensaje público en los más de tres años al frente del grupo.
También esta vez el relevo fue rápido y Estado Islámico anunció el 10 de marzo al nuevo líder, Abú Hasán al Hashimi al Quraishi. Su mandato ha sido mucho más efímero que el de su predecesor, sin que de hecho esté del todo clara su verdadera identidad. En su caso, fue Estado Islámico quien anunció su muerte en combate el pasado 30 de noviembre y directamente a su sucesor, Abu al Husein al Huseini al Quraishi.
Como en las anteriores sucesiones, las distintas filiales en todo el mundo se apresuraron a jurar lealtad a su nuevo ‘califa’. «Los juramentos de lealtad de las varias filiales pese a las frecuentes transiciones de liderazgo indican que sigue estando cohesionado como movimiento global y sigue teniendo la capacidad de inspirar apoyo y lealtad entre las filiales», constatan Hoffman y Ware.
Las filiales, las grandes bazas
Con todo, en los últimos tiempos la preocupación en torno a ambas organizaciones terroristas ha estado menos centrada en su núcleo central que en la capacidad de sus filiales, dado el proceso descentralizador que han llevado a cabo y que ha permitido que sus distintas ramas actúen con gran autonomía, aunque el enemigo último siempre sea Estados Unidos y Occidente.
Por eso, aunque sigue preocupando tanto la situación en Irak y Siria, bastión original de Estado Islámico, como en Afganistán, donde Al Qaeda cuenta con un refugio seguro con la connivencia de las autoridades talibán, todas las miradas están cada vez más puestas en África, que ha pasado a convertirse en el principal ‘punto caliente’ del terrorismo mundial.
Así, altos cargos estadounidenses apuntan al riesgo que plantean tanto Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), la última filial que ha conseguido ayudar a coordinar un ataque en Estados Unidos desde el 11-S –el de Pensacola en el que un militar saudí mató a tres marinos estadounidenses en dicha base de la Marina norteamericana en diciembre de 2019–, como Al Shabaab, su filial en Somalia y África Oriental.
«La probabilidad de que un grupo de Al Qaeda lleve a cabo un ataque terrorista internacional sigue aumentando a medida que las ramas regionales se fortalecen y la presión antiterrorista se levanta», alerta en declaraciones a VOA la experta Katherine Zimmerman.
El Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (JNIM), la filial en el Sahel, es un buen ejemplo de ello ya que comenzó su actividad en el norte de Malí y se ha ido expandiendo a las vecinas Burkina Faso y Níger y avanza ahora hacia los países del golfo de Guinea.
Por lo que se refiere a Estado Islámico, Hoffman y Ware sostienen que al igual que pasa con Al Qaeda su amenaza «sigue siendo principalmente local y regional y no internacional». «Sin embargo, el movimiento prosigue sus esfuerzos de larga data para inspirar ataques violentos en Occidente, mediante pequeñas células e individuos radicalizados online e inspirados para atacar en sus países natales», subrayan.
Así las cosas, advierten de que «el peligro ahora es que en su priorización de otras cuestiones de seguridad nacional, Estados Unidos se vuelva complaciente en su lucha antiterrorista». «Nuestros adversarios extremistas de toda la vida están preparados para golpear y la vigilancia eterna es esencial», rematan.