Son días de cierta espiritualidad. Días de liturgia y de cirios como tu cabeza. Por mi parte yo hago lo que puedo al respective de este asunto, si bien nunca sentí la llamada mística, comparezco ante lo supraterrenal con deportividad y buena disposición. Cierto es que cada día que pasa se cree menos, así lo atestiguan los datos, que según se mire representan otro tipo de devoción; una más precisa y aséptica, sin trompetillas ni incienso. Un estudio de la Fundación Ferrer i Guàrdia estima que la pandemia habría acelerado la pérdida de religiosidad y la secularización de la sociedad española, al aumentar la cifra de agnósticos y ateos del 27,5% en 2019 al 37,1% en 2021, un incremento de casi 10 puntos porcentuales en sólo dos años.
Es obvio que vinieron mal dadas de un tiempo a esta parte, pero de ahí a borrarse hay un trecho. Las deserciones pandémicas de la santa liga del renacido son, si me permiten, cosa de advenedizos, como si tras una mala racha de resultados nos diésemos de baja del equipo que nos hizo felices, o como si la fe fuera susceptible de una lógica más propia de un votante de Ciudadanos. O se cree o no se cree. Lo cual, por cierto, es ya una suerte de encerrona, a fin de cuentas no creer en Dios es un modo de refrendar su existencia. Mucho mejor, ya puestos, creer en vainas locas. Los hay que profesan devociones extravagantes, incluso los que, ajenos a la movida, se decantan por el apateísmo, culto que se diferencia del ateísmo en que asume la posibilidad de que haya dioses, solo que el asunto les importa un bledo a sus creyentes.
El caso es que esta semana hemos podido testimoniar el nacimiento de una nueva fe. Dos discípulos avezados, apóstoles de un tiempo nuevo, se han encomendado a la gracia de un misterioso proveedor malasio conocido como San Chin Choon. Para que luego digan que no vivimos tiempos fervorosos. La búsqueda de certidumbres nunca nos abandona. Yo sin ir más lejos creí ver la luz anoche. La luz del alumbrado público. Mas fue un espejismo. Mi ventanuco da a un patio de luces demasiado angosto, tanto que llamarlo “patio de luces” es propiamente un acto de fe. El caso es que ahí asomado y siendo como era Sábado de Pasión, sentí que el duende se abría paso dentro de mí, incluso barajé la posibilidad de cantarle una saeta a San Chin Choon, una cosa arrebatada e intensa, con sus requiebros y sus quejíos. Pero luego me contuve. Al ser yo asmático no estoy para alardes torácicos. Opté finalmente por ponerle una velita a San Chin Choon. Para que me eche cuentas e ilumine, de una santa vez, este patio mío.