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La nueva guerra fría del lefebvrismo

La irrupción en la Catedral de un grupo ultraderechista para impedir la conmemoración de los pogroms antisemitas en la Noche de los Cristales Rotos de 1938 revivió un nombre: el del obispo Marcel Lefebvre.

Aunque la Guerra Fría ya terminaba, el texto se inspiró en ella: “Supo salvaguardar, frente al comunismo ateo y el materialismo decadente, la herencia de los más sagrados valores occidentales”. Así despidió el líder ultraderechista francés Jean Marie Le Pen al obispo cismático Marcel Lefebvre el día de su muerte, el 27 de marzo de 1991.

La Unión Soviética estaba herida de muerte e implosionaba. El 26 de diciembre de 1991, un día después de la renuncia de Mijail Gorbachov como presidente de la URSS, el Soviet Supremo se declaró autodisuelto.

La Guerra Fría entre Washington y Moscú se convirtió en un abstracción cuando se esfumó uno de sus polos. Pero sobrevivió en sectores de extrema derecha una ideología anticomunista y agresiva con aires de paranoia. El último jueves, la eurodiputada Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional e hija de Jean Marie, comenzó negociaciones con otros dirigentes afines del Partido por la Libertad de Holanda, la Liga Norte de Italia, los belgas de Vlaams Belang, Alternativa por Alemania y los austríacos del Partido por la Libertad. El holandés Geert Wilders es un islamófobo que incluso desea prohibir el Corán. En Grecia, el partido Amanecer Dorado, con un símbolo parecido a una svástica, tiene 18 diputados en el Parlamento.

Así como América latina, según Raúl Zaffaroni, tiene como chivo expiatorio el adolescente pobre, la ultraderecha europea crece desde la denuncia del inmigrante, sobre todo africano, una figura más palpable y débil para el ciudadano temeroso que el sistema financiero sobredimensionado.

Una semana antes de su muerte, el Estado francés multó a Lefebvre porque había propuesto la expulsión de todos los musulmanes y árabes de Francia.

El orden cristiano

En 1985 Lefebvre publicó su libro Carta abierta a los católicos perplejos, que Emecé editó en castellano al año siguiente. Dice uno de sus párrafos: “El orden cristiano respeta la propiedad privada, protege la familia contra todo lo que la corrompe, fomenta el desarrollo de la familia numerosa y la presencia de la mujer en el hogar, deja un legítima autonomía a la iniciativa privada, alienta a la pequeña y a la mediana industria, favorece el retorno a la tierra y estima en su justo valor la agricultura, preconiza las uniones profesionales, la libertad escolar, protege a los ciudadanos contra toda forma de subversión y revolución”.

También carga contra el laicismo: “Este orden cristiano se distingue abiertamente también de los regímenes liberales fundados en la separación de la Iglesia y del Estado y cuya impotencia para superar las crisis es cada vez más manifiesta. ¿Cómo podrían superarlas después de haberse privado voluntariamente de Aquel que es ‘la luz de los hombres’? ¿Cómo podrían reunir las energías de los ciudadanos, siendo así que ya no tienen otro ideal que el de proponerles el bienestar y la comodidad?”. Así continúa el argumento de Lefebvre: “De manera que hablar de un orden social cristiano no es aferrarse a un pasado caduco; por el contrario significa una posición de futuro que el católico no debe tener miedo de manifestar. El católico no libra un combate de retaguardia, es de aquellos que saben, porque reciben sus lecciones de Aquel que dijo: ‘Yo soy el camino, la verdad, la vida’. Nosotros tenemos la superioridad de poseer la verdad; eso no es mérito nuestro del que debamos enorgullecernos, pero debemos obrar en consecuencia; la Iglesia tiene sobre el error la superioridad de poseer la verdad. A ella le corresponde, con la gracia de Dios, difundirla y no ocultarla como con vergüenza”.

En su Carta abierta a los católicos perplejos, Lefebvre simbolizaba todos los males de la Iglesia Católica en el Concilio Vaticano II, iniciado en 1962 por el papa Juan XXIII y concluido en 1965 por Pablo VI. Uno de los errores del Concilio habría sido, según el obispo ultraderechista, no haber tenido en cuenta al comunismo como “el error más monstruoso que haya salido del espíritu de Satanás”.

“El hecho de que este concilio pastoral se haya negado a condenarlo solemnemente (al comunismo) basta para cubrirlo de vergüenza ante toda la historia”, dice el texto al comentar un acontecimiento que sintonizaba con el clima de los ’60. Sólo un ejemplo: incluso en medio de la Guerra Fría, en 1965 la Fiat decidió instalar una fábrica en la Unión Soviética, y de común acuerdo el sitio fue llamado Togliatti, en memoria de Palmiro Togliatti, el histórico secretario general del Partido Comunista Italiano.

En su crítica al modernismo, Lefebvre mostraba la imagen de una Iglesia vencida. Para el Concilio, a su juicio, “la Iglesia de la tradición era culpable por sus riquezas, por su triunfalismo, y los padres del Concilio se sentían culpables por estar fuera del mundo, por no ser del mundo; ya se avergonzaban de sus insignias episcopales y pronto se avergonzarían de mostrarse en sotana”.

Por esa “atmósfera de liberación”, el espíritu de colegiación “sería la manta de Noé que se arroja sobre la vergüenza de ejercer una autoridad personal tan contraria a la mentalidad del hombre del siglo XX, ¡del hombre liberal!”, y “la libertad religiosa, el ecumenismo, la investigación teológica, la revisión del derecho canónico, atenuarían el triunfalismo de una Iglesia que se proclamaba única área de salvación”.

Autoridad

En su libro La mano izquierda de Dios, sobre la Iglesia en la última dictadura, Horacio Verbitsky consigna que el 29 de agosto de 1976 cinco mil católicos integristas asistieron en el estadio deportivo de Lille a una misa oficiada en latín, según la liturgia del Concilio de Trento, celebrado entre 1545 y 1563. Lefebvre “en su homilía exaltó a la dictadura de la Argentina porque el nuevo gobierno tenía principios y una autoridad que imponía orden, impedía que los forajidos mataran y de ese modo permitía la recuperación de la economía”.

“El lefebvrismo es una sección con connotaciones muy cercanas al fascismo”, dice Rubén Dri, teólogo, filósofo y ex sacerdote. “Tiene una historia. Cuando se construyó la Iglesia Católica como poder que negocia con el poder político y el poder económico, siempre existió una derecha. Con las transformaciones como el Concilio Vaticano II perdió la hegemonía, pero volvió a tener relevancia bajo el pontificado de Juan Pablo II. A partir de la renuncia de Benedicto XVI y la asunción de Jorge Bergoglio como Francisco esa situación cambió, porque la Iglesia dejó de tener esa política de derecha sin medias tintas ni mediaciones. La política de la Iglesia, podemos decir, es siempre de derecha en el sentido de que está de acuerdo con los poderes fácticos, pero conoce las mediaciones. Un político tan inteligente como Francisco de ninguna manera aceptará que la hegemonía la tenga un sector como el lefebvrismo.”

Para Dri tampoco es hegemónico hoy “el antisemitismo que también expresa el lefebvrismo y tiene raíces en la historia de la Iglesia Católica”.

“Pero hay que tener cuidado porque la crisis del capitalismo en su etapa neoliberal dio fuerza a las ultraderechas”, opina. “La crisis del neoliberalismo significó también la crisis de la Iglesia porque Juan Pablo II estaba comprometido con el proyecto neoliberal.”

En cuanto a las raíces del antisemitismo lefebvrista, según Dri “teologiza problemas que surgieron entre los primeros grupos cristianos y grupos judíos”.

Agrega Dri: “Todos eran grupos judíos. La vertiente cristiana se separó, traumáticamente, y esa separación generó conflictos y reproches. Incluso en los Evangelios aparecen las culpabilizaciones al pueblo judío por la muerte de Jesús, lo cual históricamente es equivocado, porque ningún pueblo mató a Jesús: fueron élites sacerdotales y el Imperio Romano. Pero esos relatos sirvieron para una política que ve al pueblo judío como enemigo o pueblo deicida, lo cual es una atrocidad”.

Para el teólogo, “se toman los Evangelios como si fueran palabra revelada y como si Dios estuviese revelando verdades”. La revelación significa “encontrar el sentido de los textos pero dentro del contexto y sin literalidades”.

“La palabra de Dios no está sobre la historia, no se reveló de una vez y para siempre como si Dios fuera un extraterrestre. Dios se va revelando en la historia a través de los valores de justicia, de solidaridad… El amor al prójimo es fundamental. Ahora, cómo expresar el amor al prójimo en las distintas culturas es un tema de reinterpretación. ¿Es dar limosna a los pobres o es cambiar el sistema social que produce pobres?”

“La fe se sustentaba en certezas”, escribía por el contrario Lefebvre. “Al quebrantarse éstas, se ha sembrado la perplejidad.”

Marcel Lefebvre

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