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La nueva ética laica del neoliberalismo: el emprendimiento

Enrique Javier Díez Gutiérrez, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León. Miembro del Grupo de Pensamiento Laico, integrado además por Nazanín Armanian, Francisco Delgado Ruiz, Pedro López López, Rosa Regás Pagés, Javier Sádaba Garay, Waleed Saleh Alkhalifa y Ana María Vacas Rodríguez.

Si buscas emprendimiento en Dialnet, una de las grandes bases de datos de ciencias sociales de España, aparecen más de 11.000 documentos sobre el tema: Emprendimiento y sostenibilidad, Emprendimiento y democracia, Emprendimiento y fiscalidad, Emprendimiento y discapacidad o La empresa y el emprendimiento, son algunos de los primeros títulos de artículos publicados en revistas «científicas».

Si buscas emprendimiento en un buscador de internet, los resultados se multiplican exponencialmente. En Google aparece 61.400.000 resultados con este término. Su definición en Wikipedia es «el proceso de diseñar, lanzar y administrar un nuevo negocio, que generalmente comienza como una pequeña empresa o una emergente, ofreciendo a la venta un producto, servicio o proceso«.

Incluso se ha creado en España la figura de la Oficina del Alto Comisionado para España Nación Emprendedora, que depende directamente del presidente del Gobierno. Su responsable, para la revista Forbes, es uno de los veintiún «change makers» que lideran las iniciativas para cambiar la sociedad española en 2021. Este change maker, afirma en su Twitter, con 1.585 seguidores, que quiere «construir la Nación Emprendedora». Eso sí, todo ello acompañado por muchos eslóganes, sobre todo si son en inglés que vende más. Sandbox financiero, sectores tractores, ecosistema emprendedor, rompehielos de un nuevo modelo de país, disruptores, escalabilidad…, junto con los ya clásicos: coworking, hub, business angels, etc.

¿En qué se concreta realmente todo esto? Hasta ahora parece que en entrevistas en radios y artículos de opinión en periódicos. Diversas reuniones de promoción. El anuncio de «Misiones País para la Innovación», cuyo ‘primer instrumento’, «Misiones Ciencia e Innovación», destina 95 millones de euros a proyectos de I+D+I de las grandes empresas. Y la declaración de «convertir a la administración pública en un Sector Público Emprendedor». Poco más.

Me recuerda exactamente lo que pretendía el anterior gobierno en el campo de la educación y que el nuevo gobierno mantiene también en la nueva ley de educación: el emprendimiento. Este «espíritu empresarial o emprendedor» se ha introducido así en los contenidos escolares desde infantil a universidad. La Recomendación Europea 2006/962/CE insta a los Gobiernos de la Unión Europea a que introduzcan la enseñanza y el aprendizaje de competencias clave en sus estrategias de aprendizaje, siendo el «espíritu empresarial» una de las ocho claves.

Todas las administraciones públicas impulsan su promoción a través de un discurso que reviste esta categoría de «emprendedor» dentro de un hálito mágico, que supone una representación ideológica del mismo, provisto de cualidades personales y sociales extraordinarias, presentados estereotípicamente como generadores de desarrollo y bienestar, creativos líderes innovadores y visionarios, personas «hechas a sí mismas», que transforman y construyen nuevas realidades y cimientan el cambio social que requieren las sociedades actuales.

La mitología de los emprendedores es la reedición del mito del «sueño norteamericano», pero un sueño convertido en pesadilla de autoexplotación. Descontada la razonable potenciación de la capacidad de iniciativa, el sustrato de este enfoque es una mitificación idealista que utiliza tal eufemismo de emprendedores para que los trabajadores y las trabajadoras pasen a ser autónomos o «pequeños empresarios» sometidos a las reglas del juego de las grandes empresas, en lo que es un claro abuso de la retórica en alza del individualismo empresarial espontáneo, tan útil a la flexibilidad laboral a ultranza que acompaña a un mercado de trabajo aceleradamente desregulado.

En el actual escenario laboral de neoliberalismo salvaje, se avanza hacia la progresiva uberización del modelo emprendedor, siguiendo el ejemplo de plataformas, falazmente llamadas colaborativas, como Uber o Deliveroo, en donde el capitalista ya no precisa ni arriesgar su capital, y en el que los trabajadores y las trabajadoras se aprestan a generar beneficios para estas plataformas, sin salario ni descansos regulados, sin protección ante la enfermedad, asumiendo todo el riesgo, pero felices y contentos de no ser ya «clase trabajadora», sino avispados emprendedores. Se produce así una transferencia total del riesgo a la clase trabajadora.

El objetivo no es otro que descargar en la persona todo el riesgo y la responsabilidad de su futuro laboral, a la capacidad de empleabilidad de cada uno. Ante el derrumbe del modelo de empleo estable y la precariedad organizada como sistema, se desplaza el riesgo y la responsabilidad a cada individuo, que debe hacer de su capacidad de empleabilidad una premisa frente a un mercado de trabajo inestable e inseguro por sistema. Por lo tanto, ya no puede haber protesta. Se deslegitima así el conflicto social, ya que no hay responsable ajeno ni otras causas que la propia incapacidad. Se convierte a las víctimas en culpables, responsables de su propia situación.

De esta forma ya no se trata de cambiar el modelo laboral de precariedad y temporalidad instaurado por las reformas laborales de los gobiernos conservadores y neoliberales al servicio del sector empresarial y las corporaciones multinacionales, sino que cada uno ha de convertirse en «inversor y accionista» de su propia fuerza de trabajo y como tal debe actuar, haciendo de su vida un proceso de reconversión continuo que busca el máximo interés individual, en un marco de relaciones interesadas y competitivas entre individuos.

Esta subjetividad neoliberal está marcada por un discurso que alega que la búsqueda del interés propio es la mejor forma mediante la que un individuo puede servir a la sociedad, donde el egoísmo es visto casi como un «deber social» y las relaciones de competencia y mercado se naturalizan. La finalidad del ser humano se convierte en la voluntad de realizarse uno mismo frente a los demás.

La noción de emprendimiento entronca directamente con la visión que el pensamiento neoliberal tiene acerca del ser humano como homo economicus: individualista, competitivo y que busca la consecución de sus propios objetivos a través de las opciones que le ofrece el mercado. En un entorno de coworking, rodeados de frases positivas y glamurosas de la «ciencia de la felicidad» y el pensamiento positivo al estilo Paulo Coelho —quien le teme al fracaso, le teme al éxito—. Complemento necesario para gestionar la experiencia opresiva de la explotación y sentirse incluso un colaborador libre y proactivo en la propia explotación, mediante técnicas de management emocional, aprendiendo a cambiar antes las percepciones que las condiciones de explotación.

Son las nuevas técnicas de fabricación de «la empresa de sí«. La empresa se convierte así, no sólo en un modelo general a imitar, sino que define una nueva ética, cierto ethos, que es preciso encarnar mediante un trabajo de vigilancia que se ejerce sobre uno mismo y que los procedimientos de evaluación constante se encargan de reforzar y verificar.

De esta forma, cada persona se ha visto compelida a concebirse a sí misma y a comportarse, en todas las dimensiones de su existencia, como portador de un ‘talento-capital’ individual que debe saber revalorizar constantemente. El primer mandamiento de la ética del emprendedor es «ayúdate a ti mismo». Y sus tablas de la ley se rigen por la competencia como el modo de conducta universal de toda persona, que debe buscar superar a los demás en el descubrimiento de nuevas oportunidades de ganancia y adelantarse a ellos.

La gran innovación de la tecnología neoliberal consiste, precisamente, en vincular directamente la manera en que una persona «es gobernada» con la manera en que «se gobierna» a sí misma. En el contexto de lo que el filósofo Byung Chul Han denomina el «capitalismo de la emoción», la biopolítica foucaultiana, el control panóptico exterior, es continuada por la psicopolítica neoliberal haniana, que busca seducir en vez de someter y en la que el control pasa al interior y se gestiona desde la emoción. Esta es, en lo esencial, la función de los dispositivos de aprendizaje, sumisión y disciplina, tanto económicos, como culturales y sociales, que orientan a las personas a «gobernarse» bajo la presión de la competición, de acuerdo con los principios del cálculo del máximo interés individual.

Enseñando igualmente a no identificarse con lo público; a desinteresarse y a asumir que el bien común quedó obsoleto, que cada persona solo depende de su destreza individual para vivir y que vivir significa fundamentalmente conseguir más dinero. ¿Qué sociedad pensamos construir si lo que enseñamos y promueven todas nuestras administraciones es esta nueva «ética laica del emprendimiento neoliberal»?

Frente a esta moral corrosiva, que expande esta «ética laica del emprendimiento neoliberal», inmersa en los valores del capitalismo, extractivista y depredador, ecocida e insolidario, reivindicamos una ética laica del bien común y la justicia social, asentada en los derechos humanos, democrática, inclusiva, ecofeminista, postcapitalista y antineoliberal. Es en estos principios en los que debe basarse la educación de las nuevas generaciones y la urgente reconstrucción de un modelo social postcapitalista, postcolonial y antipatriarcal, como demanda Boaventura de Sousa Santos. Sin concesiones ni medias tintas. Es la única forma de revertir el auge del fascismo que resurge como una pandemia mundial y de heredar un planeta todavía vivible a las futuras generaciones.

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