El Ecuador, pese a ser un estado laico, tolera en sus instituciones públicas ciertas prácticas religiosas, lo cual se explica, en razón de que una mayoría de sus habitantes profesa la religión católica.
Estas costumbres no deberían llamarnos la atención, de no ser porque en algunas instituciones, estas prácticas rebasan lo aceptable y atentan en contra de uno de los principios fundaméntales de la nación: el laicismo.
Quienes conocen la historia nacional, no pueden ignorar los graves conflictos que tuvo que enfrentar el país como consecuencia de la injerencia de la Iglesia Católica sobre los asuntos del gobierno, la que solo pudo ser eliminada en 1895 en la presidencia del general Eloy Alfaro, al consagrarse en la constitución de la república la separación entre la iglesia y el Estado, acción que estuvo precedida de cruentas confrontaciones entre ecuatorianos.
Por tal razón se vuelve moral y legalmente cuestionable el que misas, cánticos, oración y novenas se trasforman, por obra de la Navidad, en actividades usuales en instituciones que se supone son la expresión más acabada de la pluralidad como es el caso de las universidades estatales.
En esta vorágine de consumo, en la que hábiles mercaderes han trasformado a la Navidad, no debería sorprendernos que algunos directivos recuerden constantemente a sus servidores su inmensa ‘generosidad’ que de tanto repetir aparece como una dádiva por la que se les debe gratitud eterna.
En las instituciones de libre pensamiento, ninguna celebración religiosa justifica alimentar y fomentar prácticas religiosas en horas de trabajo.
Misas y novenas en las que participan algunos de sus servidores y estudiantes a través del canto y la oración no deberían continuar.