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La mujer en la religión: un ensayo sobre lucha de géneros, pensamientos y libertades

Las iglesias y partidos políticos han propiciado estancamientos científicos, tecnológicos y artísticos, afirma Julio Paniagua López, autor del libro La mujer en la religión

La importancia de esta obra titulada La mujer en la religión, firmada por Julio Paniagua López, radica en varios puntos en este contexto de tránsito del siglo XX a las primeras décadas del siglo XXI, que se produce como discurso reflexivo en uno de los países centroamericanos.

El primero: se trata de un ensayo histórico cuyo trasfondo es la laicización de buena parte del mundo—no importa la idea de Dios, no importa Dios, no importan las religiones—, tanto como la ignorancia de la historia, en este caso de las tres iglesias monoteístas.

Segundo: emplea una estilística entre formal y humorística al referirse a los personajes citados en la relación.

Tercero: las circunstancias en que la mujer profundiza su ya larga lucha por sus derechos negados por los imperios como por los distintos credos. Pugna de géneros, pugna de pensamientos.

Cuarto: planteamiento decisivo de la masa humana no sexual como humanista: la equidad entre la mujer y el hombre; porque biológicamente y en capacidades son similares, como se ha demostrado.

Quinto: libertad de manifestaciones, de expresiones, de opciones sexuales, de pensamientos, de religiones y de política y la plena libertad de actuación en los núcleos sociales y continentes a los que pertenecen.

Dos factores, afirma con acierto Paniagua López, han propiciado estos estancamientos científicos, técnicos, tecnológicos, creativos o artísticos y estos han sido las iglesias y los partidos políticos, desde la antigüedad olímpica.

La obra está estructurada por un exordio que explica diáfanamente esta lucha, que bien vista es una lucha de poder entre hombre y mujer. El hombre aparece como dueño del honor y señor de horca y cuchillo —en cualquier estatus— de obrero, urbano, campesino, ciudadano o monarca o rey. Es el macho. La mujer, por el contrario, aparece como esclava u objeto de comercialización, despreciada, desdeñada, olvidada, arrinconada, mal vista, empequeñecida, desairada… Sobre la que se ejercía en el viejo como en el nuevo mundo el derecho de pernada.

Acaso esta dependencia tiene el más remoto origen en el conflicto de poderes que se remonta a la creación en el paraíso terrenal de la mujer, de la costilla del hombre. De ahí su inferioridad. O acaso de la inocencia o ingenuidad femenina frente a la serpiente que le ofertó la manzana para igualarla con Dios.

Los hombres son los militantes de los partidos políticos que gobiernan los países y han sido los diseñadores de los sistemas sociales y económicos racistas y clasistas. Se creen agregados a la fuerza de todos los vivientes, restituidos al mundo de su nacimiento, libérrimos, impostores de la verdad como del fuego, con la rectitud de los árboles…

Pero no ha resultado así, pues como dice Paniagua López:

La paz será con todos por los siglos de los siglos cuando el hombre sea justo sin abrazar religión alguna; mucho menos credo político y se humanice. Se convenza a sí mismo, mediante la educación, de la bondad que lleva consigo, sin recibir castigos ni premios futuros y que el secreto de vivir es compartir. Educando de distinta y mejor manera, su corazón llevará credo amoroso para derrocharlo. Que la similitud en la diversidad con justicia sea con todos. ¡Alabado sea el varón y la varona! Mujer, mujer divina ¿Llegará la paz por el amor? ¡Alguna vez! ¡Que la paz sea con todos!

Después del exordio se estudia la mujer como «anterior a la vida, anterior a Adán porque la naturaleza era toda una mujer», según los versos de Carlos Martínez Rivas; hembra y como procreadora que contradictoriamente es, repito, considerada como solo animal, generadora de placer y de vida que suele ser vista con irresponsabilidad e indiferencia.

Posteriormente, se especula sobre el hombre o macho. Ambos, mujeres y hombres en el ensayo son abordados con subversión e ironía. Trata, como la literatura de la Edad Media, de «don» al varón como don Marcos, como don Lucas, doña María, alternando con guerrilleras, cantantes populares, doña Gioconda Belli, Agustín Lara y César Vallejo, sin faltar «el paisano inevitable», etc.

Consecutivamente, se abordan las religiones monoteístas: «El mazdeísmo (Zoroastro)», «El judaísmo», «El cristianismo», «La mujer en el cristianismo», «El islam», «La mujer en el islam», «Por sus frutos los conoceréis», «Opinantes primero hasta el décimo cuarto» y «El epílogo».

Ensayo aborda el judaísmo, los cristianos y los musulmanes

Las tres iglesias monoteístas que aborda este ensayo son el judaísmo, los cristianos y los musulmanes; las tres iglesias se han caracterizado por el mal trato a la mujer: los judíos ni siquiera le conceden la mirada, los musulmanes les han dado muerte por lapidación, o sea a pedradas, argumentando infidelidades; los judíos igualmente han practicado la lapidación.

Recientemente, según la Bristish Brodcasting Corporation (BBC) del 4 de noviembre de 2015, en Afganistán, lapidaron a una joven llamada Rokhshana, quien fue casada en contra de su voluntad y huyó con otro. Los casos se repiten con gran frecuencia.

Sin hacer proselitismo y sin olvidarnos de las aberraciones (la santa inquisición, las persecuciones, las excomuniones, etc.), el cristianismo también ha incurrido en atropellos contra las mujeres quemando supuestas brujas o hechiceras. Cuando la Iglesia católica abandonó las catacumbas y, por tanto, dejó de ser perseguida, se convirtió en uno de los factores decisivos del poder gracias a la conversión del emperador Constantino, hijo de Elena, una de las primeras santas de la Iglesia. El cristianismo primitivo tuvo entre sus seguidores muchas mujeres.

Jesús mismo fue amigo de las hermanas de Lázaro, resucitó a la hija de Jairo, curó a la suegra de san Pedro, conversó —lo que constituía todo un delito— con la samaritana, se dejó lavar y perfumar los pies por la misma santa María Magdalena que enjugó sus pies lavados en la cruz; se dejó limpiar el rostro por la Verónica… Bien podríamos afirmar sin ningún riesgo que Cristo fue un precursor de un tratamiento equitativo y humano con la mujer.

No en vano, la mañana de Pentecostés, María, su madre, estaba entre los apóstoles. No es gratuito que desde la cruz Cristo declarara a su madre: Madre de toda la Humanidad. Si bien es cierto que la Iglesia la fundó Cristo también es cierto que está formada por hombres, y en el hombre «existe mala levadura».

El cristianismo triunfante ya tuvo ciudad en una de las colinas de Roma, el Vaticano. Los mármoles de los coliseos y templos pasaron al Vaticano, residencia de los papas, ya la Iglesia constituyó un verdadero poder, a tal grado que el Nuevo Mundo, descubierto en 1492 por Cristóbal Colón, fue donado a los reyes Isabel y Fernando, los Reyes Católicos, después de que estos habían expulsado a moros y judíos de España, donde habían convivido por siglos.

Abriéndose y engrosándose de fieles y extendiéndose por aquel mundo, las mujeres de la tradición de la Iglesia primitiva lograron pertenecer a la Iglesia, integrarse a la Iglesia, fundar conventos, congregaciones, donde vinieron a destacar mujeres como santa Teresa de Jesús y otras, que a su muerte los pueblos las canonizaban sin tantos trámites ni investigaciones ni milagros que las elevaran al altar.

El poder y empoderamiento de la Iglesia, la alianza con los clanes y familias de las clases altas romanas y florentinas la condujeron a la corrupción, a la venta del papado y en muchos casos a la adulteración del Evangelio, razones por las cuales Calvino y Martín Lutero rompieron con la Iglesia de Roma, congregaciones religiosas pusieron en duda, así como a Cristo redentor, la Inmaculada Concepción de María, provocando un verdadero movimiento polémico.

La influencia de los franciscanos, según Alejandro de Villalmonte, fue en realidad múltiple, bajo los más varios aspectos: en la propagación del culto a la Inmaculada entre los fieles, en la génesis de algunos documentos pontificios, que afianzaron la creencia y dieron pasos decisivos hacia la definición dogmática; en la misma expresión artística y literaria de la creencia inmaculista.

Si bien es cierto que las iglesias monoteístas no han tratado equitativamente a la mujer como creación de Dios, también es cierto que la Iglesia cristiana se ha aproximado a un trato más humano y humanista y, por tanto, cristiano.

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