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La monarquía contra la brujería

La creencia en la brujería y la lucha contra ella mediante amuletos ha quedado plasmada en infinidad de cuadros

Hoy 5 de junio, pero en 1599, es muy probable que naciese el pintor Diego Velázquez. No lo sabemos con seguridad porque, como con tantos otros personajes ilustres, lo único que conservamos es su partida de bautismo y aunque es de suponer que nació unos días antes de su bautismo no podemos saber qué día vino al mundo.
Para lo que si es válida esta efeméride es para dar eco a un apasionante descubrimiento hecho por el Centre d’Art d’Època Moderna (CAEM), de la Universidad de Lleida (Lérida) quienes han identificado un cuadro de Velázquez bajo otro pintado por su yerno, Juan Bautista Martínez del Mazo.

Retrato de Felipe Próspero pintado por Velázquez en el que vemos al heredero de la corona española rodeado de amuletos contra el mal de ojo

Retrato de Felipe Próspero pintado por Velázquez en el que vemos al heredero de la corona española rodeado de amuletos contra el mal de ojo. 

Para ilustrar esta noticia, distintos medios han utilizado un cuadro de la  Kunsthistorisches Museum de Viena, que oculta algo más, el terror de la monarquía hispánica hacia algo difícil de controlar. La brujería.
Ese miedo (presente en otras monarquías europeas y en toda la sociedad en general) se focalizaba especialmente en los niños a quienes se les consideraba vulnerables ante fuerzas malignas como es el mal de ojo.

En el retrato de la infanta Ana Mauricia de Austria (pintado por Pantoja de la Cruz) los amuletos son tan protagonistas como la niña

En el retrato de la infanta Ana de Mauricia de Austria (pintado por Pantoja de la Cruz), los amuletos son tan protagonistas como la niña. 

Esa creencia y la lucha mediante amuletos quedó plasmada en infinidad de retratos infantiles de Velázquez, Baltasar González, Pantoja de la Cruz o Santiago Morán, que retratando a los más pequeños de la casa real, pintaron también este tipo de piezas mágicas.
Estos amuletos consisten generalmente en una cinta de tela a modo de cinturón del que pendían los amuletos en cuestión, que podían ser minerales, vegetales o incluso restos de animales.
Esta superstición estaba tan extendida que incluso en algunos museos, que muestran la vida cotidiana de aquel entonces, conservan algunos de estos cinturones mágicos. En la Casa-Museo de Lope de Vega (Madrid) guarda un cinturón compuesto por ocho amuletos que serían:

-La castaña engarzada en plata

-La pata de tejón

-Un corazón de piedra

-Un colmillo (quizá de jabalí)

-Un trocito de coral

-Una campanilla

-Una higa de ébano

-Un sonajero de plata

Cinturón de amuletos conservado en la Casa Museo de Lope de Vega

Cinturón de amuletos conservado en la Casa-Museo de Lope de Vega. 

Si nos fijamos hay elementos comunes entre algunas de estas piezas, la plata, la capacidad de producir sonidos (la campanilla y el sonajero) cuya misión sería la de distraer la mirada de aquellas personas capaces de generar mal de ojo la mirada, por ello si alguna de las piezas sonaba distraería la vista del aojador evitando así males al niño.

La castaña, por su parte, fue considerada como remedio ante la erisipela, el usagre, las hemorroides y el reumatismo. La garra de tejón nos habla de las propiedades mágicas que se le atribuía a este animal que por sus hábitos nocturnos y sus madrigueras en las entrañas de la tierra era considerado como un nexo entre el mundo de los vivos y los muertos. De hecho, en algunas regiones de España como el País Vasco su piel también era considerada como un verdadero talismán en los aperos de labranza como los yugos de los bueyes.

El colmillo de jabalí, como los alicornios (o cuernos de unicornio), se consideraba destructor de venenos y ponzoñas al introducirlos en las bebidas o alimentos que se fueran a consumir. Igualmente, valorado por su forma de cuerno eran los amuletos de coral, especialmente el coral rojo, cuyo aspecto fusiforme lo han asemejado desde antiguo al cuerno de la abundancia (la cornucopia) dotando así al coral de propiedades beneficiosas cuanto más retorcido sea.

Por último la higa es quizá el amuleto por antonomasia en la península Ibérica, donde se tiene constancia desde la antigüedad. Este amuleto representa una mano cerrada, mostrando el pulgar entre los dedos índice y corazón y aunque en este caso está hecha de ébano es frecuente encontrarla de azabache y otro tipo de materiales en los que predomine el color negro.
Más numeroso y más sorprendente, por su ubicación, es otro cinturón de hasta catorce amuletos existente en la también Casa-Museo de Joaquín Sorolla. En este, además de escapularios y representaciones religiosas como la virgen del Pilar, se añaden un chupador de vidrio y un esenciero. Obviamente, el pensar que algunas de estas piezas estaban destinadas a que los niños se las llevasen a la boca, es inevitable reflexionar sobre si verdaderamente estas creencias no perjudicaban más que ayudaban al niño que tenía a su mismo alcance amuletos de protección y focos de infección.

Cinturón mágico en la Casa Museo de Sorolla

Cinturón mágico en la Casa-Museo de Sorolla. (Fuente: Ceres)

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