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La Masonería del siglo XX: la realidad tras la leyenda negra

Uno de los grabados del documento de Léo Taxil, Les Mystères de la Franc-Maçonnerie, París, 1886. 

“No os enfadéis, mis reverendos padres; reíos más bien de buena gana al saber hoy que lo que ha pasado, es exactamente todo lo contrario de lo que habéis creído. No ha habido aquí, ni por lo más remoto, un católico consagrado a explorar, bajo una careta, la Alta Masonería del Paladismo, sino un librepensador que, para su edificación personal, en manera alguna por hostilidad, fue a vagar por vuestro campo, no ya once años, sino doce, y… Es un servidor vuestro. No hay menor complot masónico en esta historia.”

Así iniciaba su discurso Léo Taxil, una confesión de la que fueron testigos los asistentes a la conferencia de prensa organizada por la Sociedad de Geografía – evento que pasó a la historia como la “Broma de Taxil”. Es comprensible que, como lector, se esté preguntando quién fue este peculiar personaje y a qué complot masónico se refería.

Corría el año 1897 y el protagonista de este singular episodio histórico acababa de admitir, públicamente, que las revelaciones sobre los masones que había llevado a cabo durante los anteriores doce años eran ficticias, una patraña premeditada con el objetivo de cultivar influencia y fondos gracias a sus publicaciones, divulgadas y respaldadas por el propio Papa León XIII. Durante esa década de exitosa carrera literaria, Taxil amasó un amplio número de admiradores católicos, siendo considerado un férreo detractor de la masonería en todas sus facetas, una práctica abiertamente condenada por la Iglesia. Nada más lejos de la realidad.

Taxil había demostrado la facilidad con la que un montaje se había integrado en lo más profundo del imaginario popular y que, si bien es cierto, contaba con elementos tomados de la realidad – como podía ser parte de la iconografía masónica o términos empleados por los miembros de estas congregaciones – se sustentaba sobre fábulas y leyendas negras difundidas por la Iglesia durante siglos. Consiguió vengarse de dos instituciones enfrentadas históricamente, ridiculizando particularmente al catolicismo. El temor que estos libros enfundaron en la sociedad de finales del siglo XIX y el posterior escándalo tras la revelación del montaje por parte de su ejecutor, tuvieron consecuencias irreversibles sobre la percepción de la masonería, vista aún por muchos como una práctica sectaria y satánica.

Es necesario entender que la campaña difamatoria contra esa institución intelectual que llevó a cabo Léo Taxil estaba motivada por el rencor que este sentía desde que fue expulsado de su logia por acusaciones de plagio. Con un enemigo fijado, comenzó a ejecutar su venganza como el mismísimo Conde de Montecristo: dejó de lado su marcado anticlericalismo y fingió convertirse al catolicismo, anunciando su intención de reparar el daño que había causado a la “verdadera fe”. Después, inventó una orden masónica satánica de nombre Palladium, cuyo objetivo principal sería el de dominar el mundo. Lo demás vino rodado. Se convirtió en el caballero de brillante armadura con el que la Iglesia Católica había soñado para llevar a cabo una guerra contra la masonería. Tal fue su influencia en la mentalidad popular de la época, que el propio Papa reconoció ser un admirador de su obra y se ofreció a financiar futuros libros, llenando los bolsillos del topo Taxil. Cuando admitió la naturaleza satírica de dicho experimento social, fue repudiado por aquellos que una vez lo veneraron. Sin embargo, parece ser que esas fábulas antimasónicas resultaron demasiado atractivas como para dejar que cogieran polvo, y aún hoy día miembros de logias maldicen el momento en el que al señor Taxil se le ocurrió tal ocurrencia.

Sin embargo – y sin justificar la estafa de Léo Taxil – son muchos los factores que han mantenido una imagen muy alejada de la realidad de la masonería, especialmente en España. Históricamente, la masonería aparece como un conjunto de grupos que, de manera clandestina por el riesgo que corrían las vidas de sus integrantes, defendía las nuevas ideas liberales y, según los lugares, nacionalistas, contra las estructuras político-territoriales del Antiguo Régimen. “En la actualidad, estas actitudes no están justificadas por el estado de libertades en el que se vive en la mayor parte del mundo. Posiblemente eso implica que, si algunos grupos lo siguen manteniendo, sea porque buscan objetivos políticos, sociales o económicos inconfesables y, por tanto, perjudiciales y dañinos para unas sociedades satisfechas con sus regímenes”, explica Ramón Moreno, maestro y licenciado en Historia y Geografía. Además, añade que el rechazo latente hacia esta institución se da particularmente en los sectores no intelectuales de la población. “El motivo puede ser el desconocimiento de sus objetivos y ritos en un tiempo en el que no es necesario ocultarse para luchar por las ideas, como les ocurría a los primeros carbonarios”, concluye el historiador.

En el caso de España, además hay que añadir la punzante influencia de la Iglesia y las consecuencias ideológicas del régimen franquista en el imaginario popular. Es posible que le suene el célebre recurso propagandístico de la falange que hacía referencia a un “contubernio judeo-masónico-comunista”. Pues bien, dicha terminología no podría ser más contradictoria: la masonería está prohibida por el régimen comunista desde sus inicios, y el judaísmo no deja de ser una religión que poco tiene que ver con un movimiento ilustrado. Para Uriel, miembro de una logia masculina de Madrid, bajo la Orden Gran Oriente de Francia, y Doctor en Historia especializado en la masonería madrileña, se trata de un problema de memoria, debido a que “el franquismo no solo ganó la Guerra, ganó la memoria”.

Hoy día, en pleno siglo XXI, los estigmas sociales siguen ensombreciendo la esencia de la francmasonería. A pesar de que en países como Francia o Estados Unidos sus miembros son reconocidos por su responsabilidad y dedicación con la causa, en España es otra historia. Aquí, masones como Uriel o Ibis – quien, además, posee el rango de Maestro Masón dentro de su logia madrileña – prefieren hacer uso de los nombres simbólicos que les conceden en sus fraternidades para mantenerse en el anonimato, eludiendo cualquier tipo de represalia. Para ambos, la sociedad actual tiende a prejuzgar a los miembros de estas órdenes por la desinformación que existe.

“Recuerdo que un día salió el tema con una amiga del trabajo, y esta se refirió a los masones como a una secta. Como es de entender, me hubiera resultado muy incómodo haber compartido una información tan personal con alguien que muy posiblemente me iba a juzgar por ser un sectario”, cuenta Uriel. Su preocupación va, incluso, un paso más allá de su repercusión a nivel individual. “Si yo cometo un error – relata Uriel – me responsabilizo de las consecuencias y estas solo me afectan a mí. Sin embargo, si yo, siendo abiertamente masón, cometo un error, se van a decir cosas como «menudos son los masones»”.

Ibis, por el contrario, comenta que no lo dice pero que tampoco se oculta. “En mi trabajo lo saben y no tengo problemas. También es verdad que lo que podríamos llamar el «promedio ideológico» no se corresponde con el nacional, pues todos nos inclinamos más hacia la izquierda”. Ante esta declaración, Uriel se ve en la obligación de contextualizar, como historiador, que, contrario a la creencia popular, la masonería no es un movimiento de izquierdas, sino que tuvo su origen en los círculos burgueses e ilustrados de la sociedad, es decir, en la clase alta del siglo XVIII. “Hasta la llegada de la República, personalidades reconocidas a nivel nacional – como Alejandro Lerroux, Santiago Ramón y Cajal o Diego Martínez Barrio – estaban afiliadas a logias a pesar de ser consideradas hoy día de ideología centro-derecha. No fue hasta principios del siglo XX cuando se adhirieron estratos sociales de menor rango”.

Al pensar en este tipo de hermandades, una de las primeras palabras con las que se las suele asociar es “secta”. Esto se debe, principalmente, al carácter confidencial de sus reuniones. En la larga y turbulenta historia de la humanidad, el secretismo ha sido sinónimo de “tener algo que ocultar”. “Siempre digo que si me tomo un café con amigos íntimos y les cuento una situación personal no tengo que pedirles que no lo cuenten, se da por hecho. Cuando se reúnen los sacerdotes o los accionistas de una empresa también es secreto. Es uno de nuestros principios básicos: ser de fiar”, enfatiza Uriel. En relación con las sectas, mientras que estas buscan adeptos y tienen un dios – revelado o no – la masonería no tiene esos dos valores. “Algunas obediencias creen en el llamado Arquitecto del Universo, aunque no es el caso de la nuestra, la Gran Oriente de Francia. Cada masón profesa lo que quiere, y el Arquitecto se reduce a un símbolo más, como lo es la escuadra. Además, aunque hay hermanos que sí son proselitistas, creemos que debe de ser el profano (como se denomina a aquel que no pertenece a la Orden), el que tiene que llamar a la puerta. Que tengas la libertad de decidir si quieres serlo. En el caso de las sectas, su objetivo fundamental no es otro que conseguir adeptos para recaudar fondos”, puntualiza Ibis.

Si bien es cierto que ser de fiar es uno de sus valores fundamentales, se rigen por un principio más básico aún: sus parejas y familias deben saber sobre su membresía en la logia. Uriel explica que otra diferencia fundamental con las sectas, es que estas son concebidas por sus adeptos como lo más importante de sus vidas.

“En la masonería, creemos que no puedes evolucionar como individuo si te planteas dejar un compromiso tan importante, como puede ser tu pareja, por pertenecer a una logia”. “En alguna ocasión – añade Ibis – hemos votado en contra de un nuevo candidato porque su pareja no estaba conforme con que este fuera masón. Es irónico, pero cuando se habla de la masonería, o se cree que es muy mala o se cree que es muy buena”.

La masonería es muy común en países de Latinoamérica, de ahí a que la visión que se tiene respecto a esta institución difiera tanto de la que encontramos en España. Claudia, natural de Chile, es ahora hermana de una logia mixta que también se rige por la Orden Gran Oriente de Francia, tras haber pasado por la Gran Logia Femenina de España. “Está presente en nuestras vidas desde que estamos en la escuela – explica Claudia – porque gran parte de los procesos de emancipación latinoamericanos fueron promovidos por personas vinculadas con la masonería. Por lo cual, para nosotros, desde tiempos pretéritos, tiene una connotación positiva, de libertad”. En el caso particular de Chile, esta corriente ilustrada ha tenido una influencia positiva desde la constitución de la república, es decir, desde hace más de doscientos años. Políticos influyentes, como Salvador Allende, fueron abiertamente masones. “Decidí postular por la masonería por los valores que compartía con personas asociadas a ella, la visión del mundo que tenían y los cambios que se habían llevado a cabo, a nivel social, en mi país”, recuerda Claudia.

Tradicionalmente, ha sido una institución exclusivamente masculina. Gracias a los avances sociales, la mujer ha encontrado su lugar dentro de la masonería, afiliándose a hermandades mixtas o fundando sus propias logias femeninas. Claudia explica que, al principio, no tenía muy claro que las mujeres pudieran pertenecer a esa institución, debido a la escasez de información que había al respecto. “Por desconocimiento, postulé por la Gran Logia Femenina de España, pero actualmente estoy en la Gran Oriente de Francia, que es mixta desde 2010. Para que te hagas una idea, la Gran Oriente de Francia existe desde 1725 y, hasta hace apenas diez años, era únicamente masculina”, cuenta Claudia. El hecho de que las mujeres hayan tenido alguna cercanía con la masonería desde el siglo XVIII sí era posible, pero solo a nivel de entidades tuteladas, como un “club de esposas” de los hombres que pertenecían a la masonería. “Así como la sociedad ha ido evolucionando, la masonería va por el mismo camino; – reflexiona Claudia – tal vez, incluso, un poco más lento, pese a los valores que nos representan, siendo uno de ellos la igualdad”.

Existen los que se denominan “regulares” y los “no regulares” (también entendidos como liberales). Los “regulares” provienen, en general, de la masonería de origen inglés y suelen, aunque no siempre, requerir creer en un ser supremo para pertenecer a esas obediencias, al que se le puede llamar Dios o “Gran Arquitecto del Universo”. Por otro lado, están las obediencias “no regulares”, las cuales no requieren reconocer la presencia de ese ser superior. La otra diferencia entre ambas corrientes de pensamiento es la creencia en la vida después de la muerte. Mientras que los “regulares” la dan por hecho, los “no regulares” tienen libertad para decidir si eso es posible o no, sin ser un condicionante para pertenecer a esa orden.

Jim Gonyea, Gran Maestro Masón de la Gran Logia de Massachusetts, Estados Unidos, considera que, además, existen diferencias a nivel estructural. “Los ritos que se llevan a cabo en cada reunión varían en función de la obediencia a la que están adscritos. Ambas corrientes están profundamente influenciadas por ritos religiosos, independientemente de sus creencias particulares, debido a la larga tradición histórica. En las ceremonias se utilizan símbolos que tienen su origen y su explicación en libros sagrados. También hay otros que tienen corrientes esotéricas y están influenciados por corrientes de idolatría provenientes de Egipto”. Para Margaret Jacob, profesora de historia en la UCLA y autora de varios libros sobre la materia, estas variaciones se deben, en parte, al contexto geopolítico y social de la época en la que fueron hechas. “De hecho, el origen de la masonería moderna, como tal, se entiende que fue en 1717, en Inglaterra. Posteriormente, se dividió y de ahí surgieron los “regulares”, que mantuvieron esa línea ideológica, y los “no regulares” en Francia, de carácter liberal”.

“En Estados Unidos, la masonería está muy aceptada y existe una gran acción filantrópica, como la organización Lions Club International. Este tipo de iniciativas han hecho que haya permeado en la sociedad norteamericana”, dice Danny Done, Gran Maestro de la Queen Anne Lodge, en el estado de Washington. “Es como una sociedad a escala, – afirma Claudia – se ven las mismas dinámicas y juegos de poder que existen a nivel social”.

En cuanto a las previsiones de futuro, ninguno se muestra particularmente optimista. Entienden que la responsabilidad no reside únicamente en la sociedad, sino también entre la masonería. Claudia considera que los masones españoles se encuentran en una posición bastante pasiva respecto a lo que fueron y a lo que pudieron haber hecho. “Es cierto que en España está demonizada porque no ha estado vinculada a cambios políticos tan prominentes como en Latinoamérica, pero considero que sus miembros deberían salir de su caparazón y sacar su espíritu de reivindicación. De puertas para adentro, es un tema que se comenta mucho en las logias de España, pero creo que tenemos que sacar ese miedo, esa vergüenza, respecto a ser conocidos y reconocidos en la sociedad”, añade Claudia.

Los libros anti-masones, como los de Ricardo de la Cierva, venden más. Las conspiraciones y el misticismo siempre resultan más atractivos que la realidad; hasta a mí me gustan las novelas de Dan Brown”, bromea Uriel. Según Claudia, la masonería no ha sabido romper con esa imagen y sus libros no son divulgativos. “Está más en nuestra mano que en la de cualquier otro el rescatar los valores que verdaderamente nos representan: la libertad, la igualdad y la fraternidad. Nos queda mucho camino por recorrer, al igual que a la sociedad”.

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