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De la ronda de la santa por un sistema de salud pública extremeño en permanente acoso no se esperan grandes milagros.
Según se desprende del cartel anunciador de la próxima actividad organizada por la Asociación de la Virgen y Mártir Santa Eulalia de Mérida, consistente en una procesión del icono religioso y acólitos el próximo sábado 6 de julio por la barriada de Nueva Ciudad, con colofón sacro y parada en el Hospital de Mérida, donde “se rezará una oración por todos los enfermos”, cartel donde figura bien placentero el sello del SES, Servicio Extremeño de Salud, y del mismo Hospital, como patrocinador de tan pío acto, a partir de ahora quien sea diagnosticado o diagnosticada de enfermedad leve, grave o sin pronóstico deberá encomendarse al amparo de Dios y de sus santos varones o hembras, preferiblemente de la fe católica, apostólica y romana, dado que, a pesar de ser un lugar que se supone laico y entregado a una ciencia que ha superado hace ya tiempo el cultivo de la milagrería en la sanación de los enfermos, este hospital fomenta y prodiga los cultos a la Santa Madre Iglesia, como en tiempos de antaño, cuando la sanidad pública era tan mala que antes de entrar en un hospital era preferible decir aquello de “¡que Dios nos coja confesaos!”.
Sin ganas de ser aguafiestas y para darle cariz científico a este asunto, digno de rechifla en quien todavía sea capaz de distinguir entre ciencia y religión, cabe recordar el memorable experimento mencionado por el etólogo Richard Dawkins, el “otro” bulldog de Darwin, en su ensayo El espejismo de Dios. Dawkins contó que la Fundación norteamericana Templeton gastó 2,4 millones de dólares de sus propios fondos en el Gran Experimento de la Oración, consistente en poner a rezar a un grupo bastante numeroso de personas, verdaderos creyentes de tres congregaciones distintas (Minessota, Massachusetts y Missouri), por la sanación de 1.802 personas enfermas, distribuidas por seis hospitales, a quienes se les había practicado cirugía cardiaca e implantado un bypass.
El experimento, que corrió a cargo del Herbert Benson, un cardiólogo del Mind Body Medical Institute, siguió todas las pautas de un estudio científico serio, dividiendo al grupo de enfermos en tres: aquellos que sabían que se estaba rezando por ellos (Grupo 1, para lo cual se dio a los “rezadores” el nombre de pila e inicial de apellido, con el fin de que Dios supiera a quién debía curar), otro grupo que no sabía que se estaba rezando por ellos (Grupo 2, y a quienes también se identificó ante Dios) y un tercer grupo que desconocía todo y por los que nadie rezó (Grupo 3, de estos Dios no sabía nada).
El experimento incluía una fórmula común para la plegaria, con el fin de que nadie confundiera qué era lo que había que pedir. En concreto, había que decir, apelando a la sanación del enfermo con nombre de pila e inicial de apellido: “por una cirugía de éxito con una rápida y saludable recuperación, sin complicaciones”.
Los resultados, publicados en la revista American Heart Journal de abril de 2006, fueron claros: no había diferencia entre aquellos pacientes por quienes se había rezado (Grupo 2) y aquellos otros por los que no (Grupo 3). Pero lo más sorprendente fue que aquellos que sabían que se estaba rezando por ellos (Grupo 1), sufrían en su recuperación, significativamente, más complicaciones que el resto de los grupos.
Los resultados de la investigación, que gastó dos millones y medio de dólares tontamente, se pueden ver en https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/16569567/. Para nuestro relato de los hechos, probados, seguimos la edición de El Espejismo de Dios (Richard Dawkins, de la editorial Espasa, 2007, páginas 72-77).
Que el fetiche de la mártir niña, tratada de seducir por el pérfido Calfurniano entre azotes, garfio y potro, acuda al Hospital de Mérida dice mucho de quienes lo gobiernan y de quienes tienen las riendas de la sanidad pública en Extremadura, a quién sirven y a quién deben su trabajo
Que el fetiche de la mártir niña, tratada de seducir por el pérfido Calfurniano entre azotes, garfio y potro, acuda al Hospital de Mérida dice mucho de quienes lo gobiernan y de quienes tienen las riendas de la sanidad pública en Extremadura, a quién sirven y a quién deben su trabajo. Tal vez el auspicio de tales gobernantes a actos de este tipo contribuya a desviar la atención del verdadero problema de unos servicios públicos en progresivo desmantelamiento, en el que se introducen elementos distorsionantes tanto para la salud privada como pública: para la primera porque confía la esperanza del paciente en devaneos de curandería mítica; para la segunda porque contribuye a desandar el camino dado por la ciencia desde que aportó luz a la oscuridad religiosa.
No son entes incorpóreos. Quienes gobiernan estas instituciones, como el Hospital de Mérida, tienen nombres y apellidos, y deberían saber que la sanidad pública es para todos y para todas, para creyentes y no creyentes, y que este tipo de actos ofenden, y mucho, a quienes no creen, o a quienes profesando una determinada fe, algo muy respetable, saben distinguir entre lo privado y lo público, sin necesidad de mezclar las churras con las merinas. Igualmente, es de suponer que a quienes trabajan en dicho hospital no les hará ni maldita la gracia tener que consentir un acto religioso en su centro de trabajo, que es de carácter público, aconfesional y laico.
¡Ver para creer!