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La marea verde se desborda

El éxito de los islamistas en Egipto, Túnez y Marruecos inquieta a Occidente El recuento asigna el 40% de los votos a los Hermanos Musulmanes egipcios

Una mujer cubierta con el niqab (el velo que tapa toda la cara a excepción de los ojos) muestra su dedo índice manchado de tinta, prueba de que ha votado. Así ilustraba este diario en su portada del martes la información sobre las elecciones egipcias. La imagen iba sin embargo mucho más allá; simbolizaba las esperanzas y los temores que ha desatado la enorme transformación emprendida este año en varios países de Oriente Próximo y el Norte de África, en lo que se conoce como primavera árabe. Al entusiasmo inicial por las revueltas contra las dictaduras de Túnez o Egipto y las reformas preventivas de otros autócratas, ha seguido la preocupación por el avance del islam político al que abre la puerta el proceso democrático. El portavoz de la Comisión Electoral egipcia declaró ayer a la agencia Efe que, escrutado un 62% de los votos de la primera de las tres fases electorales, los Hermanos Musulmanes rondan el 40%, y los salafistas de Al Nur, el 20%. ¿Está justificado el miedo a los islamistas que con tanto éxito agitaron los dictadores ahora depuestos?

La visión de Occidente está lastrada por dos errores. El primero es agrupar bajo la etiqueta de islamistas tanto a quienes hacen bandera política del islam como a quienes utilizan la violencia al estilo de Al Qaeda y rechazan la democracia. El segundo, ver a aquéllos como un fenómeno reciente sin raíces en la historia árabe.

“No resulta provechoso echar en el mismo saco a todos los islamistas y presentarlos como un peligro colectivo. Un islamista es alguien cuya visión de la sociedad y la política está guiada por el islam. Pero si su interpretación de este es moderada, puritana o algo intermedio, es un asunto totalmente distinto”, señala Jan Michiel Otto, de la Universidad de Leiden, en un email. Tras recordar que durante años el islamismo ha sido la única forma viable de oposición a los gobiernos autoritarios árabes, este profesor de Derecho que ha comparado la aplicación de la sharía (corpus legal islámico) en 12 países, aconseja “esperar y ver antes de hacer juicios apresurados”.

Similar prudencia expresa Theodore Karaslik, director del centro de análisis Inegma de Dubái. En su opinión, “trabajar con grupos islamistas moderados puede traer avances positivos [para Occidente] en política exterior y abrir nuevas vías de cooperación y respeto”. “Lo que hay que vigilar es si los movimientos islamistas son secuestrados por extremistas, en especial los salafistas violentos”, precisa.

Los analistas señalan que es un error agrupar partidos que son heterogéneos

Ha habido sin embargo gestos que han alarmado no solo a Occidente sino a muchos ciudadanos árabes, como cuando en vísperas de las elecciones tunecinas el líder de Ennahda, Rachid Ganuchi, fijó el número de votos por debajo del cual no dudaría en lanzar a sus seguidores a la calle. Tampoco resulta tranquilizante la decisión del Consejo Nacional de Transición libio de anular una ley de la época de Gadafi que prohibía la poligamia. En Yemen, como en Egipto, fue notorio cómo los islamistas se hacían con el control organizativo de las protestas y segregaban a hombres y mujeres.

Aun así, la mayoría de los analistas consultados estima que esa alarma es desproporcionada. “Incluso si los islamistas sacan el mayor beneficio de la ola de cambios, no me asusta porque siento que ahora los musulmanes formamos parte integral de la sociedad global. Salvo excepciones, la mayoría de los islamistas que se espera que ganen son buenos ciudadanos del mundo y están dispuestos a respetar las normas globales de democracia y derechos humanos”, asegura Abdullah al Faqih, un politólogo yemení formado en EE UU. Al Faqih no descarta alguna reacción negativa, pero se muestra convencido de que “el mundo se está moviendo hacia adelante sean cuales sean los obstáculos”.

No todo el mundo es tan optimista. Dos parecen ser las principales preocupaciones de quienes ven con prevención el ascenso político de los puritanos. La primera que, al estilo de los clérigos iraníes, utilicen la democracia para alcanzar el poder y cerrar el paso a una eventual alternancia. La segunda, que su defensa de la sharía como fuente de legislación se traduzca en un retroceso de los derechos humanos, sobre todo, los derechos de la mujer.

Fares Braizat, director del centro de estudios Polling Arabia, rechaza ambas. “No creo que tengamos que temer en absoluto ni que los islamistas sean elegidos ni que formen gobiernos. El motivo son los números. No se espera que obtengan una mayoría absoluta, si acaso una minoría significativa”, apunta por teléfono desde Jordania. Braizat se muestra convencido de que “la implicación en el proceso democrático moderará sus puntos de vista”. Tampoco considera verosímil que vayan a recortar los derechos de las mujeres.

El principal temor es que, logrado el poder, impidan la alternancia

“Tienen que respetar sus compromisos y ya han dicho que no van a revertir esos avances. Sería catastrófico para ellos. Saben que sería un error político”, declara, convencido de que terminarán siendo “como cualquier otro partido conservador en lo social, pero democrático, al estilo de los democristianos en Europa”.

Aunque habrá que esperar para ver el peso efectivo que los islamistas obtienen en cada uno de los países en fase de transición, su declarada intención de aplicar la sharía ya ha desatado la polémica. En Occidente esa palabra se asocia de forma inmediata con lapidaciones, cortes de manos y otros castigos crueles. Para las feministas, remite a un código de familia que reduce a las mujeres a eternas menores, sin derecho al divorcio, la custodia de los hijos o la misma herencia que sus hermanos.

De hecho un grupo de defensores de los derechos humanos y feministas ha lanzado un manifiesto en la web por un Oriente Próximo y Norte de África Libre y Laico. Los firmantes, entre los que se encuentra la escritora egipcia Nawal el Sadaawi además de activistas de Irán, Irak y de otros países islámicos, expresan su convicción de que “el laicismo es una condición mínima para el reconocimiento de los derechos de la mujer y la igualdad”. El mensaje subyacente es que el islam político es incompatible con los derechos humanos.

“No hay verdadera democracia sin paridad. Las mujeres árabes se han sacrificado igual que los hombres por la revolución. Ahora no se las puede apartar”, subraya Randa Achmawi. Para esta comentarista política egipcia, “el problema es que quienes arriesgaron sus vidas para conseguir el cambio no son quienes están dictando las reglas del juego”. Achmawi habla de “oportunistas”, pero termina admitiendo que se refiere tanto a los islamistas como a los partidarios del régimen anterior (que en Egipto han sido responsables de la mayoría de los abusos contra las manifestantes). Aun así, esta mujer, moderna y cosmopolita, no teme la sharía, sino cómo se aplique.

“No me preocupa si tenemos un islamismo como el de Turquía o al estilo de la democracia cristiana europea. Es decir, si se cumplen las reglas democráticas”, resume Achmawi.

Como ha escrito el intelectual palestino Daoud Kuttab, el éxito de la primavera árabe “va a depender del compromiso de los islamistas con la democracia”. Se trata de un camino que no está trazado de antemano y que se adivina lleno de obstáculos, pero que incluso los árabes que abrazan el laicismo están dispuestos a emprender. “La alternativa es peor”, concluye Braizat.

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