Desde la carga militar contra los campamentos islamistas ha habido 42 iglesias atacadas Lejos de El Cairo, los Hermanos Musulmanes mantienen su lucha
En decenas de kilómetros, no se ve un sólo agente de policía o soldado. En las vastas zonas rurales de la provincia egipcia de Fayún las cuentas se saldan entre familias y las leyes que rigen no son de este tiempo. La afrenta a un hermano es como una herida en la propia carne. Por eso, el 14 de agosto, cuando desde El Cairo llegaban noticias sobre una matanza de islamistas durante el desmantelamiento de dos campamentos de partidarios del presidente depuesto Mohamed Morsi, desde varios altavoces en la villa, algunos de ellos en lo alto de las mezquitas, se comenzó a oír un grito de guerra. “¡Venguemos a nuestros hermanos, defendamos el islam!”. Aquellos que hicieron caso a esa llamada sabían muy bien quiénes debían ser el objeto de su ira. Los cristianos, ancestrales enemigos, debían pagar.
Gerges Bushra, carpintero cristiano de 55 años, cuya casa comparte pared con la ermita de la Virgen María, reconstruida recientemente y con numerosas antigüedades en su interior, supo inmediatamente lo que debía hacer: proteger como fuera el templo. Fracasó. Una turba islamista le agredió a él y a sus hijos y luego lanzó botes de bencina encendidos dentro de la ermita. De ella hoy solo quedan ruinas: unos cuantos muros calcinados, el techo derrumbado, la cúpula a punto de desmoronarse. Esta villa es un feudo de los Hermanos Musulmanes. Mientras Bushra muestra el daño efectuado a la iglesia, tres hombres, con largas barbas y actitud recelosa, miran fijamente mientras pasan de largo. “Son de la hermandad. Tomaron parte en el ataque. No les gusta que mostremos lo que han hecho a las iglesias”, dice.
En varias zonas rurales de Egipto como esta ha habido recientemente una guerra religiosa. Ante la imposibilidad de tomar represalias contra el ejército o el nuevo gobierno, los islamistas, agraviados por el golpe de Estado, han cargado contra los coptos, los cristianos de Egipto, 10% de la población. En los pasados días, desde la carga militar contra los campamentos, han muerto en Egipto más de mil personas y, según un recuento reciente de Human Rights Watch, han sido atacadas 42 iglesias. “Durante semanas, se veían venir estos ataques, dado que los miembros de los Hermanos Musulmanes acusaron a los cristianos coptos de tomar parte en la deposición de Morsi, pero las autoridades no hicieron nada para prevenirlos”, según Joe Stork, director interino de la organización en Oriente Próximo.
Los coptos, cristianos de Egipto, suponen un 10% de la población del país. En las zonas rurales viven aislados, rodeados de comunidades islámicas
“Los Hermanos Musulmanes llamaron a nuestra destrucción”, dice el padre Alkomus Gindi Yaakov, de 58 años, entre los escombros de lo que era su iglesia, la de Amir Tadros. Aquí no queda nada más que rocas y algunas cruces quemabas. El fuego reventó los muros y dobló las vigas. Un hostal para peregrinos, con 28 habitaciones, quedó arrasado y sus dependencias calcinadas. Desde los altavoces del pueblo, el padre oyó aquella noche gritos distantes: “Salvad al islam, ayudemos a nuestros hermanos”. Cuando llegó la turba, debió buscar refugio, como los demás cristianos, en una casa privada. “Esto no es cosa del islam o de la religión, es cosa de política. Los culpables no son las personas de fe, sino los Hermanos Musulmanes, que son una organización terrorista, aquí y en todo el mundo”, añadió.
Estos cristianos dudan de que la policía vaya a investigar ahora nada. Aquí no llega la mano del gobierno. No es fácil ser cristiano en una zona tan depauperada y tan lejana, física y culturalmente, de El Cairo. Las mujeres a las que se ve en la calle van en su gran mayoría cubiertas con el nicab, el velo que sólo deja descubiertos los ojos. Los varones lucen largas barbas. Imperan las costumbres islamistas. Las mujeres cristianas queda a recaudo en sus casas. Cuando salen a la calle lo hacen temerosas, siempre con sus maridos. Los recelos son muchos. “El islam”, dice Majhed Eyad, informático de 48 años, mientras señala los escombros ennegrecidos de lo que era su templo. Sólo se ha salvado, a duras penas, un mural en un ábside que muestra a Jesucristo, sentado en un trono, el día del juicio final.
Human Rights Watch dice que durante semanas se vieron venir los ataques contra iglesias, pero la policía no hizo nada por evitarlos
En las grandes ciudades egipcias, como El Cairo o Alejandría, los Hermanos Musulmanes y sus líderes están o bien en prisión o bien desaparecidos. El cerco del ejército se ha estrechado sobre ellos, y poco a poco han vuelto a la clandestinidad. Aquí en Fayún, sin embargo, el golpe de Estado y la matanza de islamistas sólo ha enardecido a la cofradía, cuyas bases están decididas a tomar represalias contra aquellos a los que considere culpables y estén a su alcance. La presencia del patriarca copto Teodoro II en el anuncio formal de golpe de Estado del 3 de julio echó sal sobre las viejas heridas religiosas. Ahora los coptos, con sus comunidades pequeñas y aisladas, son un objetivo fácil en una guerra que para los islamistas sólo acaba de comenzar.
Los restos de la iglesia de Amir Tadros en la provincia egipcia de Menia, al sur de El Cairo. / VIRGINIE NGUYEN HOANG (AFP)
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