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Moisès furibund.Fine Art Images (Heritage Images/Getty Images)

La intolerancia judía · por Jordi Llovet

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Las religiones, aunque se practiquen menos, dejan una impronta sólida en las costumbres y la moral de una población

Es muy extraño que los medios de comunicación hayan tratado el conflicto bélico entre Hamás e Israel desde el punto de vista del poder militar, de la cuestión geopolítica, de las consecuencias de la Shoa, del apoyo de los Estados Unidos en el estado israelí y de más aspectos, pero no hablen nunca de un factor de lo más determinante en cualquier cosa que tenga que ver con Israel, el de hoy y el de cualquier tiempo.

El pueblo hebreo posee una religión en que la violencia contra el enemigo está perfectamente justificada, por no decir legalizada en las Escrituras que confirman la base de su religión, de su cultura y de su civilización. Las citaciones bíblicas sobre este tema son incontables, y referimos solo unas cuántas a modo de ejemplo: “Entre las unidades de Israel movilizaron mil hombres de cada tribu, en total doce mil hombres armados para salir en campaña… Hicieron la campaña contra Madian, y mataron todos los hombres” (Nm, 31); “Los israelitas mataron todos los hombres de Ai que habían salido de la ciudad hacia el desierto para perseguirlos. Todos murieron a golpe de espada; no quedó ni uno” (Js, 8); “Tú que habitas en el Líbano, que tienes el nido en un cedro, como gemirás cuando te vengan los dolores, cuando te atornilles como la parturienta” (Jr, 22); “[Jahvè] hará llover desdichas sobre los injustos, fuego, azufre y viento ardiente: este será su destino” (Sl, 11); “Me has armado de valentía para combatir, doblas los rebeldes bajo mío, haces huir de mi ante los enemigos, extermino mis adversarios” (Sl, 18); “No es tan difícil que unos cuantos lleguen a doblegar a muchos. Y, además, a Dios le es igual salvar con muchos hombres que con pocos. La victoria en un combate no depende de la potencia de un ejército, porque la fuerza viene de Dios. Estos vienen contra nosotros hinchados de orgullo y de maldad, para destruirnos a nuestras mujeres y nuestros hijos y apoderarse de nuestros bienes. Nosotros, en cambio, luchamos por nuestra vida y nuestras leyes, Dios los destrozará ante nosotros. No os tienen que dar nada de miedo!” (1Ma, 3). Las citaciones salen todas de la Biblia catalana interconfesional, Barcelona, 2005.

Sumáis a esto el hecho que los palestinos profesan una religión en que la violencia es tan presente, en su libro fundacional, como al Testamento Hebreo. Otra cosa es el testamento cristiano, que fue justamente revolucionario en la medida que propugnaba el perdón, la comprensión y la caridad. Pero es inútil ir a judíos y árabes con esta doctrina: secularmente han abrazado otros principios. Diréis: “Ha pasado mucho de tiempo desde los libros sagrados del judaísmo”. Idea absurda: las religiones judía y, sobre todo, musulmana pueden tener una vida civil anclada en el presente científico, tecnológico o militar, pero tienen una vida religiosa anclada en unos textos que valían tanto para los creyentes del tiempo de los grandes legisladores, Moisés y Mahoma, como sirven a para nuestros días.

Diréis: “Los ultraortodoxos de Israel solo representan un tanto por ciento pequeño de la población”. Da lo mismo: todos los israelíes se expresan ahora en lengua neohebrea, basada en el hebreo bíblico, y todos conocen a la perfección qué legitimidad teológica les da el hecho de pertenecer, poco o mucho, al judaísmo de siempre: unos solo leen la Biblia en el colegio, otros la saben de memoria y, además, estudian la enrevesada doctrina que contiene el Talmud: la Mixnà y la Guemarà. La religión judía no es una religión cualquiera: de ella salieron las otras dos grandes religiones monoteístas que conocemos, las cuales, desde el punto de vista del mesianismo hebreo, son consideradas dos imposturas: el cristianismo y el mahometismo.

Es cierto que las leyes civiles entran en contradicción, a veces, con las leyes religiosas de los ortodoxos, y ya no pasan aquellas cosas que pasaron hasta muy entrado el XVIII, quizás más tarde y todo. Spinoza se salvó de la lapidación y tuvo que esconderse a causa de su supuesto ateísmo o politeísmo; y su maestro, Uriel da Costa, explica en un libro ahora inencontrable en lenguas hispánicas, «Exemplar humane vitae», que a causa de sus ideas prespinozianes —los milagros bíblicos solo son metáforas, nunca fueron realidad; Dios solo es una idea que nos hacemos de aquello sobrenatural— fue igualmente sometido a la excomunión (el «herem» de la tradición rabínica), a la flagelación pública y a ser humillado, escupido y pisado por la asamblea de los “piadosos”. Escribe esto: “Con cuánta más de razón yo podría infligiros penas ejemplares para que no osarais tal tipo de actuaciones contra los hombres amantes de la verdad; vosotros, enemigos de fraudes, amigos por igual de todo el género humano, pero del cual sois los enemigos comunes, porque a todas las naciones que no son la vuestra las consideráis menos que nada y contáis sus habitantes entre las meras bestias, mientras desvergonzadamente os atribuís en exclusiva el acceso al paraíso…”.

Esto ya no pasa. Ni los judíos lapidan a los infieles, ni los cristianos, como hicieron durante siglos, queman los detractores de los dogmas canónicos. Pero todas las religiones, aunque se practiquen menos que tiempos atrás, dejan una impronta muy sólida en las costumbres y la moral de una población.

Traducido por Paco Galiano

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