La Iglesia cristiana desde sus inicios desarrolló una serie de normas con las cuales se intentaba controlar el ejercicio de la sexualidad.
El cristianismo desarrolló unos planteamientos sobre la sexualidad que era toda una negación de la existencia del deseo. Este planteamiento de la negación del cuerpo y de los placeres asociados al ejercicio sexual, fueron considerados como normas éticas y mentales que todos los cristianos debían cumplir.
La visión cristiana de la vida supone la existencia de un “pecado”. El pecado es la trasgresión a un compromiso personal, a una exigencia infinita de un poder inconmensurable. Es la ruptura de una relación, es una desviación y también una prisión, porque el pecador requiere ser liberado.
Pecar es faltar a los mandatos de Dios, que constituyen la base moral de los creyentes. La sociedad cristiana occidental vinculó desde los orígenes de su discurso, la sexualidad al pecado. El ejercicio de la sexualidad apareció en el mundo cristiano siempre ligado a la maldad, a Satán y esto se manifestó en pensamientos y discursos.
La Iglesia cristiana desde sus inicios desarrolló una serie de normas con las cuales se intentaba controlar el ejercicio de la sexualidad. Los predicadores se esforzaban por interiorizar en las mentes de los cristianos la diferencia entre Dios y el demonio. Se plantea el discurso sobre la sexualidad y éste se empezó a utilizar como forma de delimitar manchas y pecados.
De esta manera, el control de las pulsiones sexuales se constituyó en un elemento fundamental en la construcción del primer cristianismo y fue piedra angular en su desarrollo posterior. Desde el principio. la Iglesia cristiana hizo suyo el terreno de la sexualidad.
El sexo, dada la rigurosa obsesión de la religión cristiana por la castidad, fue enormemente reprimido por el Santo Oficio en todos los territorios en que fue implantado. Esto lo podemos comprobar, en Valencia donde cerca del 10% de todos los procesos inquisitoriales llevados a cabo tuvieron a que ver con asuntos sexuales (unos 600 casos entre 1530 y 1609).
La mayor parte de procesamientos inquisitoriales fueron por motivos sexuales y se debieron a la simple fornicación o a la práctica del sexo. Los inquisidores deseaban erradicar la creencia de que el sexo no era un pecado moral. No será hasta la segunda mitad del siglo XVI cuando comencemos a encontrar este tipo de casos. Dada la cercanía del Concilio de Trento donde se impone una visión más restrictiva del campo sexual, lo que está en el origen de que esta nueva mentalidad represiva se haga muy patente..
La “pureza” de las mujeres es algo que ha obsesionado a nuestra sociedad hasta hace bien poco debido a la influencia de la iglesia. Estaba bastante extendida la creencia de que acostarse con una mujer casada no era pecado para el hombre, la culpa siempre era de la mujer. Esta forma de entender la sexualidad tan permisiva, choca con los principios más duros de la Inquisición, que siempre defendió lo inmoral del adulterio siguiendo las recomendaciones de San Vicente Ferrer que culpabilizaba a la mujer, así por ejemplo pedía que no se maquillasen.
El diablo era considerado como un objeto maligno, que predica los valores contrarios a los que propone el cristianismo. Surge la llamada tentación que siempre se asocia con la figura del diablo. El sexo queda directamente prohibido, puesto que significa el pecado que cometen los débiles de corazón al sucumbir a los encantos del mal.
Siguiendo con la tradición cristiana, el sexo femenino aparece como señal de debilidad, ingenuidad y poca voluntad. Se desarrolló la creencia de que las mujeres son seres muy fáciles de manipular y de fácil tentación para el diablo, alimentando las tentaciones de los hombres.
Hay un desprecio del cuerpo humano al identificarlo en el mundo cristiano con la incitación al pecado, porque permite que el diablo ejerza su dominio sobre las mujeres. Las brujas, hechiceras y los demonios menores quedaron plenamente identificados en el “Malleus maleficarum”.
El Tribunal del Santo Oficio actuaba como un órgano judicial encargado de juzgar las herejías y las manifestaciones demoníacas, constituyéndose en un organismo de sometimiento y validación del mensaje cristiano. La fuerza de la Iglesia llegó a las naciones y echó abajo ideas científicas so pretexto de posesiones y trampas demoniacas en sus creyentes.
Entre todas las cosas que se asumieron como negativas en el mundo cristiano, el sexo ocupó el lugar más elevado de los actos contra la voluntad de Dios. No sólo era el placer, sino que también prohibieron el reconocimiento del cuerpo humano, siendo relegado a un lugar indigno, sucio e indeseable, lugar donde se aposentaba el diablo.
La histeria es el síntoma de una sexualidad reprimida y se produce durante la existencia de la Santa Inquisición. Anteriormente la sexualidad era vista de forma totalmente diferente a la que propone el concilio de Trento a partir del siglo XVI. La histeria es valorada por la iglesia con un signo del dominio del diablo y en consecuencia se convierte en objeto de persecución del Santo Oficio.
El Papa Lucio III fue el creador literal del sistema de la Inquisición. El Papa Sixto IV dictaba, en el año 1478, la bula “Exigit sincerae devotionis affectus”.
Fue en el año 1478 cuando los Reyes Católicos fundaron el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, tanto en Castilla como en Aragón, con el fin de mantener el dogma católico en todo su territorio y unificarlos socialmente. Recordemos que por esas fechas España estaba invadida por musulmanes y vivían numerosos judíos, que al no poder vivir en libertad su religión, se vieron obligados a abandonar el reino español o bien someterse al tribunal torturador.
Esto supone el inicio de las actividades de la Inquisición en algunas zonas de Castilla. Posteriormente, se extiende a la Corona de Aragón. Tomás de Torquemada fue el primer Inquisidor General. Su competencia era la persecución de la herejía, especialmente de los judíos. Los Reyes tenían la potestad de nombrar y cesar Inquisidores, por lo que fue una herramienta de la monarquía.
¿Cómo funcionaba el tribunal de la Inquisición?
La iglesia, tras su misa de los domingos, pedía a sus feligreses que se confesaran de sus pecados. A esto le llamaban «edictos de gracia o de fe». Tenían aproximadamente un mes para confesarse, así los castigos no serían tan severos. El problema es que entre los castigos, había uno que era el de dar el chivatazo de otros conciudadanos «herejes».
Esta práctica se acabó eliminando, ya que hubo muchas denuncias falsas por envidias o viejas rencillas, que acabaron con la tortura o muerte de muchos inocentes.
Pasado este mes de gracia, se detenía al acusado y se requisaban sus bienes. Tras este tiempo, el Tribunal de la Inquisición se encargaba de juzgar y aplicar el veredicto:
1º Si resultaba inocente, se liberaba al reo.
2º Si resultaba inocente, pero sospechoso se suspendía y se liberaba al reo.
3º Si resultaba culpable, el reo debía pagar penitencia públicamente confesando sus pecados: el castigo podía ser desde el destierro, pagar una multa o condenado a galeras.
4º Si resultaba culpable, pero reconciliado públicamente con la iglesia, el reo era condenado a cárcel, galeras o castigos físicos como los azotes.
5º Si resultaba culpable totalmente, sin posibilidad de reconciliación con la iglesia, se le aplicaba el garrote vil ante el público y después quemado en la hoguera. Si no aparecía arrepentido, se le quemaba vivo en la hoguera.
Todo este sistema inquisidor duró en España unos seis siglos. En julio de 1834, al inicio de la Regencia de María Cristina de Borbón, el gobierno liberal moderado de Francisco Martínez de la Rosa aprobó un decreto cuya disposición primera decía: “Se declara suprimido definitivamente el Tribunal de la Inquisición”. Fue la cuarta y última abolición de la Inquisición en España.
Castilla exportó en 1579 la Inquisición a América, donde creó tres tribunales: Lima, Cartagena de Indias y México. Los indígenas quedaron fuera de su jurisdicción, al ser competencia de los misioneros. Su principal temor era la presencia de herejes y libros prohibidos en América, que podían pasar ideas diferentes de la línea oficial católica a esos territorios, o «pervertir» a los indígenas.
El Santo Oficio no tenía autorización para perseguir el pecado de sodomía, correspondiéndole a la justicia real y al obispo la represión a los/as practicantes del amor que no osaba decir su nombre. La Inquisición es la peor de las atrocidades de la historia, y la mano ejecutora de la iglesia.
INQUISICIÓN Y SODOMÍA
Bennasar nos dice que “las cosas del amor y más concretamente las del sexo interesan constantemente a los españoles en un grado elevadísimo desde el siglo XVI hasta hoy”.
Para los teólogos cristianos vivir en pecado con una mujer era más o menos malo y escandaloso, sin embargo, proclamar que no era pecado entonces constituía un crimen.
La iglesia ha tolerado la prostitución, admitiendo ser una enfermedad, pero estas descargan la conciencia en la confesión. La Inquisición perseguía a las personas que decían que la libre práctica del amor no era pecado.
La sodomía quedó fuera de sus competencias, aunque en algunas ocasiones bajo la acusación de herejía podían ser juzgados. Con la aparición del protestantismo, el Santo Oficio amplió sus competencias contra lo que consideraba unas creencias heréticas.
Los Reyes Católicos, en el año 1497, preocupados porque la sodomía no recibía el suficiente castigo, promulgaron una Pragmática Real, que señalaba el crimen contra natura, cometido contra el orden natural. Esta ley solo fue efectiva en Castilla.
Las leyes sobre sodomía en los territorios de la corona de Aragón eran más ambiguas, pero sí aparecía en algunos fueros locales como los de Tortosa o Teruel. Los tribunales podían utilizar los viejos códigos visigodos o los cánones religiosos.
Las sentencias de los tribunales del Santo Oficio debían aplicarse de acuerdo con «las constituciones y leyes seglares» de cada país, según la citada bula papal de 1524. Los jueces catalanes, aragoneses o valencianos vieron invadidas sus competencias y se agarraron a este aspecto para poner todas las trabas que tuvieron a su alcance.
Las leyes seglares o las constituciones no permitían los juicios secretos, sin desvelar la identidad de los testimonios y mucho menos la incautación preventiva de bienes, en el Reino de Aragón. Estaban prohibidas las torturas para forzar declaraciones. Se llegó al acuerdo de que un juez asistiría como «oyente» a los juicios del Santo Oficio, al que se le dio la categoría de «consultor». Pero se crearon las cárceles secretas donde se torturaba sin piedad a los reos.
Las sentencias de muerte debían ser ratificadas por las distintas audiencias y estas raramente lo hacían cuando eran por sodomía. La mayoría fueron bloqueadas. Los tribunales de la Inquisición optaron por enviar a galeras a los condenados. En Catalunya a partir de 1524 no se condenó a muerte a ningún acusado de sodomía. Felipe II logró que las constituciones catalanas condenaran la sodomía, pero el conflicto de competencias siguió vivo.
Deleito y Piñuela nos describen una homosexualidad que se producía entre los criados de la aristocracia El Santo Oficio solía condenarlos a la hoguera. En los Avisos de Pellicer se relata que en octubre del año 1639 en la villa de Madrid sucedía lo siguiente: “hicieron justicia de dos hombres por el pecado nefando. Están presos por el mismo delito nueve más y dicen que han culpado a casi sesenta, los más o todos, gente baja”.
Como podemos comprobar en el delito de la homosexualidad, no sólo sucedía en las clases altas, sino también en gentes con muy limitado acceso a mujeres, tal era el caso de vagabundos, esclavos, soldados, marineros y clérigos.
El poder seglar así como la Inquisición castigaban la homosexualidad con la hoguera, pero a partir del siglo XVII dejo de hacerlo. Sin embargo, el clero que lo practicaba era recluido en conventos, así nos podemos explicar, por qué fueron en los conventos donde la práctica de la sodomía era muy frecuente.
LA LIBERTAD SEXUAL
La libertad sexual no era igual en todas las partes del país, no era la misma en el campo que en la ciudad y dentro de esta destacaba las clases altas. En el siglo XVII, la condesa de Aulnoy decía “el único goce y la sola ocupación de los españoles consiste en sostener una afición. Los jóvenes aristócratas con dinero empiezan desde los doce o catorce años a tener manceba”.
Madrid siempre estaba lleno de mancebas y cortesanas. Antoine de Bruenel decía “cuando se habla de los grandes gastos de los españoles, todos los que han vivido en Madrid me aseguran que las mujeres arruinan las haciendas”. La clase alta nunca llegaba a la Inquisición no tanto por sus privilegios, sino porque nunca eran denunciados por sus prácticas sexuales.
Deleito Piñuela en su libro “la mala vida en la España de Felipe IV” decía que a mediados del siglo XVII había en Madrid más de 800 burdeles, pero normalmente la justicia se inhibía. Ni la prostitución ni la fornicación amenazaban la moral oficial. Sólo intervenía cuando el pecador no tenía conciencia de su pecado y decía que fornicar no era un delito.
Satán y la hechicería
Se consideraba que las mujeres eran inferiores en el Medievo y aptas para transgredir la razón fácilmente, por lo que se desconfiaba mucho de aquellas que se desviaban de las normas. Se castigaban más los delitos femeninos porque tenían amplias posibilidades de alterar el orden público y eran consideradas seres muy peligrosos cuando sus faltas estaban vinculadas a la pasión sexual.
Los encantos eróticos formaban parte de la antigua tradición de supersticiones populares. La hechicería fue una de las actividades más importantes, al que debía hacer frente la Inquisición. Debemos saber, que en la mayoría de los casos de la hechicería urbana consistía en como atraer a los novios. Este encanto de la hechicería era debido a que suponía confiar en poderes prohibidos, además solían tener orígenes judaicos o islámicos y en muchos casos suponía pactar con el diablo.
La brujería se representaba como un “habitus de gracia negativa” y se entiende en el sentido religioso como la disposición permanente de hacer el bien o el mal, en este sentido, la enfermedad y el amor pueden inducir a conductas sospechosas lejanas a los patrones cristianos.
La noche, la luna y la muerte siempre se han vinculado a lo femenino como contaba el antropólogo vasco Caro Baroja en el año 1986, y también a lo oscuro y al mal. Muchas mujeres, que fueron acusadas de brujería, eran aquellas que de alguna manera habían estado ligadas a la naturaleza con tradiciones mágicas, muchas veces vinculadas con asuntos amorosos o sexuales; estas mujeres tuvieron un papel inquietante ya sea como curanderas, brujas o seductoras.
Se decía que el diablo penetró en la naturaleza femenina en el siglo XVII y gran cantidad de mujeres fueron perseguidas como brujas; un documento escrito por un inquisidor Boloñes en 1639, señalaba que:
“…Bruja formal es aquella que ha hecho pacto con el demonio y apostatando de su fe, con sus maleficios o sortilegios ha dañado a una o más personas, de modo que de tales maleficios o sortilegios se siga la muerte, o por lo menos enfermedad e impotencia para engendrar o detrimento notable a los animales, el pienso y otros frutos de la tierra…”
El Santo Oficio de la Inquisición fue una institución productora y difusora de ideologías, entre ellas la brujería que se desarrolló en la Europa Occidental entre los siglos XIV al XVII.
A partir del discurso sobre la brujería, curanderos, magos y hechiceros que eran aceptados en la cultura popular, en las creencias populares, fueron estigmatizados al vincularlos con la noción del diablo y considerados elementos de peligrosidad social.
Sin embargo, los demonios no estuvieron presentes sólo en estos individuos, sino también en los místicos, los alumbrados o iluminados que cayeron en manos del Tribunal del Santo Oficio y fueron acusados de herejes.
La bigamia
Era muy frecuente en la sociedad española de los siglos XVI-XVII la práctica del coito prematrimonial y en consecuencia la aparición de hijos inesperados. Esto provocó la aparición del aborto como consecuencia de la no aceptación de los hijos ilegítimos. Como el aborto no siempre era posible ni fácil, se abandonaba a los niños, lo que originaba problemas de saturación en los hospitales que atendían a los niños expósitos.
La Inquisición detuvo en Barcelona, en el año 1665, a una mujer que había sido abandonada por su esposo y vivía con otro hombre como si fuese su esposa. La Inquisición pensaba, que este coito permanente no era preocupante, pero sí la actitud de aparentar una convivencia legítima, consideraba que esta situación era una ofensa al sacramento del matrimonio. Para la Inquisición la bigamia era un grave pecado.
Esta obsesión por la bigamia la podemos constatar en otros casos juzgados. Mathías Navarroso era un soldado castellano que tenía cuarenta años y fue detenido por la Inquisición en el año 1616, en Barcelona, acusado de bigamia y condenado a cuatro años en la cárcel de Orán (Argelia) y a otros cuatro de exilio.
Veamos otro caso que juzgó el mismo tribunal. Ciprián Torrens era un labrador de Torréns y tenía treinta y seis años fue condenado por bigamia a cinco años de galeras y otros cinco de exilio. Estamos viendo castigo a hombres ¿Cuál era el de las mujeres bígamas? La Inquisición castigó en el año 1681 a una mujer con cien latigazos en público por las calles y ocho años de exilio.
El Concilio de Trento trató de resolver la problemática de los matrimonios clandestinos, prohibiéndolos y penalizándolos. Entre los escritores de la época como Molina planteaban, que la razón más probable por la que se producía la bigamia era el no haber tenido hijos en el primer matrimonio, algo de lo que culpaba obviamente a la mujer. Así mismo, este autor realiza una descripción del hombre bígamo como aquel tímido y dominado por la mujer brava, reñidora y loca.
La bigamia era una cuestión muy frecuente en el siglo XVII y XVIII pues no se admitía el divorcio y lo que se solía hacer era trasladarse de ciudad y casarse ahí por segunda vez.
La infidelidad del clero
Era habitual tanto en el siglo XVI-XVII que muchos religiosos incumplieran la norma de la castidad. La Inquisición tuvo que hacer frente a muchos casos sobre el incumplimiento de la castidad por parte del clero regular. Era práctica muy frecuente que el sacerdote viviera junto a su ama de llaves.
Si vemos los numerosos archivos existentes sobre la Inquisición, veremos la gran frecuencia de esta figura. Lo podemos comprobar en un caso que se da en Barcelona en el siglo XVII, donde se le acusa de bigamia y la Inquisición lo definía como “de incontinencia”. Sin embargo, al ser ya viejo pues tenía más de sesenta años y su ama de llaves era también vieja y desdentada sólo fueron castigados con una amonestación pública.
En esos momentos históricos, la corrupción eclesial era mayoritaria, de ahí que se inventara los confesionarios para así poder separar físicamente el sacerdote del pecador. Los alguaciles dedicaban gran parte de su tiempo a perseguir la inmoralidad que se daban en las iglesias. Eran frecuentes las denuncias amatorias de los clérigos.
Sirva como ejemplo de esto, el caso del párroco de Calonge en Girona que se llamaba Juan Comes y conocía por medio de la confesión que una mujer estaba disgustada con su marido. Le hizo llamar a la mujer para que fuera a la iglesia con manto para que la consolara. Llegando al confesionario y queriendo santiguarse le dijo que no lo hiciera y le declaró su amor y que no se sorprendiera pues era un hombre y ella una mujer y cogiéndola de la mano la beso en la boca.
Veamos ahora algunos de los instrumentos de tortura empleados por la Inquisición española y comprobaremos su crueldad
La sierra
Éste instrumento de tortura no necesita muchas explicaciones. Debido a la posición invertida del reo, se asegura suficiente oxigenación al cerebro y se impide la pérdida general de sangre, con lo que la víctima no pierde el conocimiento hasta que la sierra alcanza el ombligo, e incluso el pecho, según los relatos contados en el siglo XIX.
Eran forzados en la boca, recto o vagina de la víctima y allí expandidos a fuerza por el tornillo a su máxima apertura. El interior de la cavidad en cuestión era irremediablemente mutilada y normalmente provocaba la muerte. Las puntas al final de los segmentos servían para cortar mejor la garganta, los intestinos y el cervix. El uso de la pera originalmente fue ideado para aquellas mujeres que habían sido encontradas culpables de la unión sexual con el diablo o sus familiares.
La doncella de hierro de Nuremberg
Es un envase, caja cerrada, similar a un ataúd que estaba parado íntegramente y cerrado firmemente. En uno de sus lados una puerta y sobre ella se añadieron unos pinchos. Se colocaban a las víctimas paradas allí dentro, cuando la puerta con sus pinchos se cerraba, éstos últimos se dirigían a los cuerpos de las víctimas. Las garras no fueron diseñadas para matar, francamente, pero sin embargo la víctima podía disfrutar de su nuevo hogar varios días antes de morir.
La doncella de Nuremberg fue usada por la por la condesa Elisabeth Bhatory, cuya historia le recomiendo lean, para comprobar hasta donde pueden llegar las locuras humanas. Pueden poner en google “la sangre y la condesa Elisabeth Bhatory” por Edmundo Fayanás.
La rueda para despedazar
Era el instrumento de ejecución más común en la Europa germánica, después de la horca, desde la Baja Edad Media hasta principios del siglo XVIII. En la Europa latina el despedazamiento se llevaba a cabo con barras de hierro macizas y mazas herradas en lugar de ruedas. La víctima, desnuda, era estirada boca arriba en el suelo o en el patíbulo, con los miembros extendidos al máximo y atados a estacas o anillas de hierro. Bajo las muñecas, codos, rodillas y caderas se colocaban trozos de madera.
El verdugo, asestando violentos golpes con la rueda de borde herrado, machacaba hueso tras hueso y articulación tras articulación procurando no asestar golpes fatales.
La víctima se transformaba, «en una especie de gran títere aullante retorciéndose, como un pulpo gigante de cuatro tentáculos, entre arroyuelos de sangre, carne cruda, viscosa y amorfa mezclada con astillas de huesos rotos”.
Después se desataba e introducía entre los radios de la gran rueda horizontal al extremo de un poste que después se alzaba. Los cuervos y otros animales arrancaban tiras de carne y vaciaban los ojos de la víctima hasta que a ésta le llegaba la muerte.
El desgarrador de senos
Ya sean frías o incandescentes, las cuatro puntas desgarraban hasta convertir en masas informes los senos de incontables mujeres condenadas por herejía, blasfemia, adulterio y muchos otros «actos libidinosos», aborto provocado, magia blanca erótica y otros delitos.
En varios lugares en diferentes épocas y en determinadas regiones de Francia y Alemania hasta el siglo XVIII un «mordisco» con dientes al rojo vivo se aplicaba a uno de los pechos de las madres solteras, a menudo mientras sus criaturas se contorsionaban en el suelo salpicadas por la sangre materna. Además de la función punitiva, el desgarramiento de senos servía como procedimiento inquisitorial y judicial.
La cuna de Judas
La víctima es izada y descendida sobre la punta de la pirámide; de tal forma que su peso reposa sobre el punto situado en el ano, en la vagina, bajo el escroto o bajo el coxis. El verdugo, según las indicaciones de los interrogados, puede variar la presión desde nada hasta todo el peso del cuerpo. Se puede sacudir a la víctima o hacerla caer repetidas veces sobre la punta.
El potro
La víctima es atada al potro y estirada poco a poco por periodos de días. Podemos hablar de cuerpos que han sido estirados hasta doce pulgadas ( una pulgada es 2,54 cm), es decir, 30,48 cm. Esto provoca la dislocación de cada una de las partes del cuerpo, ocasionando fuertes ruidos de los huesos dislocado, gritos de agonía.
Los reos son introducidos dentro de la efigie de un toro de Falaris, una vez dentro se produce su quema y donde los alaridos y los gritos de las víctimas salen por la boca del toro como si estuviera mugiendo.
La silla de interrogatorio
Para el inquisidor es un instrumento básico pues los efectos de los pinchos sobre los reos desnudos son evidentes. Sufre atrozmente y puede ser endurecido cuando se golpea brazos o piernas u otras partes del cuerpo. Este asiento habitualmente era de hierro y a veces se calentaba. Hoy en día se usa la electricidad.
Eran como cuatro dedos de hombre montados sobre un mango, se empleaban para reducir a tiras la carne de los reos y extraerle los huesos, en cualquier parte del cuerpo: abdomen, espalda, extremidades, seno…
La garrucha
Consistía en amarrar al preso con los brazos hacia atrás, colgarlo y subirlo lentamente. Cuando se encontraba a determinada altura era soltado bruscamente, sujetándosele fuertemente antes de que tocase el piso. El dolor producido en ese momento era mucho mayor que el originado por la subida. Si el preso no confesaba en la segunda subida, le colocaban un sobrepeso en los pies a fin de aumentar el dolor.
El arañado
El arañado era la versión femenina de la uña de gato. La araña era un trozo de hierro, en rodillo, con filo en forma de tenedor y se lo colocaba en los pechos. Nuevamente, ésta era una tortura muy exclusiva para las mujeres.
Método de aplasta cabezas o cráneo
Casco finalizado en un torno con una manivela. El casco, a su vez estaba colocado en una estructura metálica que permitía que al girar la manivela, fuera bajando. Pues bien, la víctima se tumbaba boca abajo con la mandíbula apoyada en el suelo, colocándosele entonces el casco y se comenzaba a girar la manivela, provocándole la ruptura de los dientes, el quebranto de la mandíbula y de los huesos del cráneo, antes de estrujar el cerebro. El mecanismo por tanto, actuaba como una prensa.
El collar de púas punitivo
Está provisto de pinchos en todos los lados. El instrumento de la fotografía pesa más de cinco kilos, se colocaba en el cuello de la víctima, y a menudo se convertía en un medio de ejecución: la erosión hasta el hueso de la carne del cuello, hombros y mandíbula, que producía la progresiva gangrena, la infección febril y la erosión final de los huesos, sobre todo de las vértebras descarnadas que conducen irremediablemente a una muerte segura, atroz y rápida.
Aparte de esto, el collar presentaba la ventaja de economizar tiempo y dinero: su función es pasiva y no requiere el esfuerzo, ni por tanto el pago, de un verdugo.
Como vemos, la Inquisición ha sido uno de las instituciones más horrorosas de la historia de la humanidad, que provocó miles de muertos y que fue el brazo armado de la Iglesia para imponer mediante el terror su pensamiento social, religioso y sexual a toda la sociedad. Esta es una de las partes más negras de la Iglesia, junto a otras ya relatadas en otros artículos.