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La incierta revolución de Arabia Saudí

La cuna del wahabismo -que ha amueblado el ideario de la yihad global, desde Osama Bin Laden hasta Abu Bakr al Bagdadi- quiere hacer propósito de enmienda.

«Queremos volver a lo que un día seguimos: un islam moderado, abierto al mundo y a todas las religiones», musitó la semana pasada el príncipe heredero Mohamed bin Salman, un treinteañero que en junio salvó el último obstáculo en su meteórico camino al trono en lo que sus detractores consideran un golpe palaciego que trastocó todas la reglas de sucesión.

La insólita llamada a la moderación de la monarquía saudí -que ha sobrevivido hasta ahora apuntalada por su histórica alianza con los defensores de las tesis más ultraconservadores- se ha urdido desde la vecina Emiratos Árabes Unidos, a partir de la amistad trabada entre Bin Salman y el príncipe heredero de Abu Dabi Mohamed bin Zayed. «Arabia Saudí tenía un problema con su ideología pero en los últimos años sus líderes han trazado una estrategia para enfrentarse al desafío y confrontar la violencia. Más de 6.000 estudiantes saudíes han viajado a Occidente. Sus líderes fueron los primeros en luchar contra la amenaza», reconoce a EL MUNDO el emiratí Ali Rashid al Nuaimi, director del centro de estudios antiterroristas Hedayah de Abu Dabi.

Bin Salman, arquitecto del ambicioso programa de reformas ‘Visión Saudí 2030’ para acabar con «la adicción al petróleo», aprovechó el martes una conferencia sobre inversiones para esbozar su vaga declaración de intenciones. «El 70% de los saudíes tiene menos de 30 años. Sinceramente no vamos a perder otros 30 años de nuestras vidas tratando con ideas extremistas. Las destruiremos ahora y para siempre», deslizó el todopoderoso ministro de Defensa, hijo del actual monarca, desde una lujosa estancia del hotel Ritz-Carlton de Riad. En declaraciones posteriores al rotativo británico ‘The Guardian’, Bin Salman arguyó: «Somos un país del G-20, una de las mayores economías del planeta. Estamos en mitad de tres continentes. Cambiar Arabia Saudí para mejor supone ayudar a la región y transformar el mundo. Es lo que estamos tratando de hacer y esperamos tener el apoyo de todos».

Reformas políticas y sociales

Su pretendida revolución contra una doctrina fundada en el siglo XVIII por Mohamed Ibn Abdel Wahab ha cosechado aplausos y, hasta la fecha, escasa oposición interna en una monarquía absoluta donde Salman y su joven vástago han sofocado cualquier disidencia. «Es probablemente el cambio político más significativo desde la fundación del reino», indica a este diario Ganem Nuseibeh, profesor visitante del Kings College de Londres. «Va en la línea de otras reformas políticas y sociales que ya se han producido como proporcionar más peso público a la mujer e iniciar la liberalización económica», agrega. A finales de septiembre la población femenina festejó un decreto que a partir del próximo junio les permitirá conducir por las carreteras del reino, aliviando una existencia sometida a los caprichos de un tutor varón.

Desde la corte que gobierna con mano de hierro Arabia Saudí y prepara la que algunos mentideros advierten como una inminente sucesión real, el tímido aperturismo es vendido como un regreso a los orígenes tras un periodo de excepcional fundamentalismo. «Lo que sucedió en las últimas tres décadas no es Arabia Saudí. Lo que acaeció en la región durante ese lapso de tiempo no representa a Oriente Próximo. Después de la revolución iraní de 1979, la gente quiso copiar ese modelo en diferentes países. Arabia Saudí fue solo uno de ellos. No supimos como abordarlo y el problema se propagó por todo el mundo. Ahora llegó la hora de desandar el camino«, predicó Bin Salman ejecutando un severo ajuste de cuentas con la generación de su progenitor.

Una revolución sin derechos humanos

En 1979, mientras Teherán cambiaba de página, el asalto y la toma de la Gran Mezquita de La Meca por un grupo de islamistas liderado por Yuhaiman al Otaibi en protesta por la «occidentalización» de la sociedad saudí fue empleado por la monarquía para aplastar cualquier atisbo de tolerancia. La música se desvaneció de la televisión; las salas de cines y las tiendas de música echaron el cierre y los periódicos dejaron de publicar fotografías de mujeres. Unos vetos que habían permanecido inalterables hasta ahora obligando a la población saudí menos militante con las ideas wahabíes a saciar sus necesidades de ocio en ciudades de la región como Dubai o El Cairo o las capitales occidentales.

La transformación social, unida a un cambio de modelo productivo y la privatización parcial del gigante petrolero Aramco, es un programa repleto de riesgos e interrogantes. «Se enfrentará a la resistencia de los sectores más tradicionales de la sociedad, aquellos que se siente cómodos con el viejo modo de hacer las cosas. Algunos podrían incluso plantearse recurrir a la violencia para resistir el cambio», alerta Nuseibeh. En un país que no concede licencias para el establecimiento de lugares de culto no musulmanes y restringe los dedicados a la importante minoría chií y las ejecuciones públicas está a la orden del día, los derechos humanos y la democratización no figuran en la «revolución» anunciada.

Desde septiembre varias decenas de activistas, clérigos, periodistas e incluso miembros de la vasta familia real han sido arrestados por vocear su oposición a la agresiva y controvertida política exterior lanzada por Bin Salman con los bombardeos en la paupérrima Yemen y el aislamiento regional de Qatar. «Estas detenciones son otra señal de que Bin Salman no tiene ningún interés en mejorar el historial de su país en libertad de expresión e imperio de la ley», denuncia Sarah Leah, directora de Human Rights Watch en Oriente Próximo.

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