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«La Iglesia se está jugando su futuro en las escuelas»

Entrevista con Ángel Luis López Villaverde, doctor en Historia.

Castigada con una creciente indiferencia -cuando no rechazo- de los ciudadanos, pero mimada económicamente por el Estado, la jerarquía católica se aferra ahora a la clase de religión para tratar de imponer su doctrina. El libro “El poder de la Iglesia en la España contemporánea” repasa los dos mil años de privilegios de los que ha gozado la institución.

La enseñanza de la religión católica vuelve, veinte años después, a las escuelas públicas: como asignatura evaluable, con influencia sobre la nota media y las becas e impartida por profesores elegidos por la Iglesia pero pagados por el Estado. Un nuevo triunfo de lo que quien fuera embajador de España ante la Santa Sede, Gonzalo Puente Ojea, calificó como la institución de dominación y estructura de poder más eficaz de la historia. El catedrático de Historia por la Universidad de Castilla-La Mancha Ángel Luis López Villaverde analiza en su libro “El poder de la Iglesia en la España contemporánea” (Ed: Los Libros de la Catarata) la evolución del poder eclesiástico a lo largo de los siglos, en los que ha dispuesto de “la llave de las almas”, por no haber tenido en nuestro país la competencia de ninguna otra creencia religiosa desde los Reyes Católicos; “la llave de las arcas”, como estamento económicamente privilegiado; y “la llave de las aulas”, escenario imprescindible en el que perpetuar su influencia social y moral.

¿Sigue la Iglesia teniendo en la actualidad esas tres llaves?
Una, la de las arcas, teóricamente la perdió en el siglo XIX con la revolución liberal, pero le dejaron el llavero muy cerca y ahora goza de una especie de blindaje fiscal. A cambio le dieron la llave de las aulas, que precisamente ahora, cuando el catolicismo está más débil en España y sobre todo los jóvenes están cada vez más alejados de las prácticas religiosas, le va a permitir, gracias a la LOMCE (Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa, la conocida como ‘ley Wert’), recuperar un foro en el que transmitir su mensaje. La Iglesia se está jugando su futuro en la Educación, y por eso esa apuesta tan fuerte. Y la llave de las almas la ha tenido siempre, aunque es verdad que ahora, en una sociedad mucho más plural, no tiene ese monopolio que tenía antes.

¿Cuál crees que es el papel que habría que reservarle a la religión en las escuelas?
El ámbito del apostolado, para cualquier confesión, es el de las familias, y en el caso del catolicismo, también las parroquias. Pero el ámbito escolar no tiene sentido, debiera estar fuera de las aulas. Jürgen Habermas (filósofo y sociólogo alemán) dice que hay que establecer una diferenciación entre la esfera informal y la esfera formal. La informal es el ámbito público, y ahí las confesiones tienen que tener un peso como cualquier otra entidad, organización o colectivo. Pero en el ámbito institucional o formal, donde los gobernantes, diputados o jueces deciden, ahí no puede haber el aliento de ninguna confesión detrás. Por tanto: fe privada, religión pública, pero Estado laico. Y en el BOE, la Iglesia no puede tener ningún tipo de privilegio.

A veces se argumenta que España es un Estado aconfesional, pero no laico, y que eso es compatible con una mayor presencia de la Iglesia. ¿Qué opinas?
Efectivamente, la Constitución estableció un marco de aconfesionalidad, pero no es un Estado laico y ojalá lo fuera. La laicidad implica neutralidad, y la Constitución tiene algunos artículos que establecen una serie de privilegios para la Iglesia católica, que los acuerdos con el Vaticano blindaron todavía más hasta crear esa ‘aconfesionalidad privilegiada’ de que disfruta la Iglesia. Estamos en un Estado aconfesional que no se ha desarrollado hacia un Estado laico, como tenía que haber sido a mi juicio y al de muchos colectivos, incluso católicos.

Hablas en el libro de una “ofensiva integrista” de la Iglesia a partir del mandato de Juan Pablo II, y a la que la Iglesia española se ha mostrado especialmente permeable.
Muchas veces se habla de que la Iglesia española ha tenido, tras Tarancón (cardenal y figura protagonista durante la Transición), un proceso reaccionario. Y no ha sido la Iglesia española, sino la Iglesia católica en general, conducida por Juan Pablo II, que hizo una lectura bastante restringida del Concilio Vaticano II, en clave de recatolización, de recentralización de las decisiones a partir de Roma. También en otros países tradicionalmente de cultura católica se ha producido ese proceso de neointegrismo.

Pero esa ofensiva ha contado en España con la complicidad del PP. ¿Es normal en otros países esa confluencia de intereses entre un partido político y la Iglesia?
Sí, no es algo exclusivo de España: la democracia cristiana en Italia ha estado siempre muy ligada a los intereses del Vaticano, y en otros países de tradición política, como Irlanda y Polonia, podemos ver partidos que van de la mano de los obispos. Pero en España tenemos una diferencia, y es que el nacionalcatolicismo fue la ideología que acompañó la dictadura durante varias décadas, así que cualquier sombra que se proyecte hacia la actualidad es una sombra contaminada de esos perfiles dictatoriales. En Irlanda y Polonia, la tradición católica sirvió para aglutinar a una población sometida a los ingleses en un caso o de los rusos en otro. Allí la vinculación de lo nacional y lo católico ha sido defensiva, no una ideología oficial impuesta.

¿Debe la Iglesia pedir perdón por su comportamiento en la dictadura?
Creo que sí. De hecho, la Iglesia tuvo un momento de reflexión en el año 1971, cuando hubo una reunión de obispos y sacerdotes, una extraña asamblea, en la que a iniciativa del cardenal Tarancón se debatieron diferentes puntos, entre ellos la posibilidad de pedir perdón por haber sido juez y parte durante la Guerra Civil, y no un vehículo de paz, sino todo lo contrario. Hubo una mayoría de asistentes, más del 50%, que quería pedir perdón, pero no se alcanzó el quórum necesario (el reglamento exigía dos tercios para incorporar una propuesta a las conclusiones definitivas). La iniciativa no ha tenido continuidad.

En la situación actual, con un elevado rechazo social a los obispos, un descenso del número de contribuyentes que eligen a la Iglesia en la declaración de la Renta…, si esta no tuviera el apoyo que tiene del Estado, ¿cuáles serían sus perspectivas?
El teólogo Juan José Tamayo dice que si la Iglesia tiene la influencia que tiene actualmente en España se debe al apoyo que sigue manteniendo del Estado. Es decir, esa situación de privilegio con la que ha contado durante tantos años le ha servido para mantener un monopolio de poder, que en las últimas décadas y con la democracia podría haberse reducido todavía más. Pero también es cierto que conserva un capital simbólico que los sectores laicistas no saben ver o no quieren ver, por lo que habría que tener cierto cuidado con determinadas decisiones. Quizás sociológicamente España no sea ese país católico que desde ciertos sectores de la Iglesia se quiere defender, pero culturalmente sí que tiene un gran peso todavía que no se puede obviar a la hora de tomar decisiones.

¿Hasta dónde entonces debe llegar la apuesta por el laicismo? ¿Hay que eliminar las fiestas de origen religioso?
No, no tiene sentido eso. Las fiestas ya han perdido buena parte de ese sentido originario religioso. Lo fundamental es denunciar y renegociar los acuerdos con el Vaticano de 1979 y tener un marco regulador que permitiera llegar a un Estado laico. Nos equivocaríamos si empezáramos por lo de las fiestas, quien hiciera eso se ganaría más enemigos que perjudicarían el objetivo del estado laico.

¿Y esa renegociación de los acuerdos qué aspectos fundamentales debería tocar?
Son acuerdos parciales, así que se pueden denunciar uno a uno, lo que permitiría establecer una hoja de ruta. Un componente fundamental es el de la financiación, que luego se desarrolló con la fórmula de la casilla del IRPF. Hay que denunciar ese acuerdo para tender, si no a la autofinanciación de la Iglesia, a otros modelos que no perjudiquen a nadie. Como el alemán, por ejemplo, donde todos los contribuyentes pagan el 100% de su cuota al Estado y el que quiere aporta un porcentaje más para su Iglesia. No como en España, donde quien señala la casilla de la Iglesia no paga el 100% al Estado. Otro ámbito es el de la Educación. Si los acuerdos no estuvieran vigentes, la LOMCE no tendría fundamentación para poder recuperar la religión como asignatura evaluable. También hay otros acuerdos que tienen que ver con el mantenimiento de los curas castrenses. Y habría que repensar el artículo 16.3 de la Constitución, donde se dice que el Estado tiene que colaborar con la Iglesia católica y el resto de confesiones religiosas, una distinción que es en realidad una trampa.

A veces se ha especulado con la posibilidad de que los sectores católicos más conservadores impulsaran la creación de un partido cristiano por entender que el PP no colma sus expectativas. ¿Tiene sentido?
No lo ha tenido nunca en España. Cuando se pudo impulsar, a finales del siglo XIX, el Papa León XIII negó esa posibilidad porque había católicos dentro de los dos partidos de turno, conservadores y liberales. Ahora ya no estaría acorde con los tiempos. Además, si un partido confesional fracasa, fracasa también la Iglesia, y si la Iglesia ha sobrevivido dos mil años es porque sabe adaptarse a las circunstancias. No le interesa, y en eso la Iglesia siempre ha sido muy inteligente.

Ángel Luis López Villaverde historiador

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