Cualquiera puede comprobarlo: la exigencia de un ‘aforo al 60%’ (o 50%, o la proporción de que se trate en cada caso) es ridícula en numerosos templos, donde el párroco se daría con un canto en los dientes si llegara al 50% en un buen día. Y no, no es solo el miedo al contagio.
En Italia, el país que rodea al Estado Vaticano, centro de la Iglesia, el fenómeno se hace dolorosamente evidente, como señala Andrea Zambrano en La Nuova Bussola Quotidiana. No hay todavía datos fiables, solo estimaciones que rondan el 50%. Es decir, que algo así como la mitad de los fieles salieron del templo cuando los obispos interrumpieron los actos de culto -antes de que el Gobierno lo exigiese, recuérdese, como en España- y no han regresado con la reapertura. Es un nuevo otoño de la Iglesia o, si se prefiere, la aceleración de ese invierno que se inició cuando se anunciaba una primavera.
¿Podía ser de otro modo? Es el fruto de la prisa de los obispos en cumplir sin una palabra de protesta las recomendaciones de los gobiernos e ir aún más lejos de lo estipulado: una Pascua sin misas ni celebraciones, funerales suspendidos, el mensaje constante de que la comunión espiritual en casa o seguir las misas online ‘vale lo mismo’, el énfasis en la salud del cuerpo con olvido de la salud del alma, como si al llegar la epidemia (seguir llamándola ‘pandemia’ con las cifras actuales es deshonesto) fueran ‘a lo que de verdad importa’.
El fiel ha visto en sus pastores -no en todos, pero sí en un número significativo- precipitación, cobardía, tibieza, falta de visión sobrenatural, escasa fe e incluso pereza, sean o no justas estas apreciaciones. Tan importante que resulta la Misa según la doctrina constantemente reiterada y nunca discutida y, llegado el momento, da la sensación de que fuera un mero rito tranquilizador que cualquier policía puede interrumpir sin suscitar vigorosas protestas en el episcopado.
No ha habido, en realidad, nada nuevo. Es solo que la emergencia ha sacado a la luz una crisis de fe -y, por tanto, de apostasías generalizadas- que no se ha interrumpido, solo desacelerado ocasionalmente, desde hace medio siglo. Ha sido para muchos como la gota que colma el vaso.
En Estados Unidos, además, los fieles tienen con qué comparar, al no ser un país mayoritaria ni culturalmente católico. En California, cuenta LifeSiteNews, donde cientos de pastores protestantes siguen oficiando pese a la orden en contrario del gobernador, Governor Gavin Newsom, los obispos católicos, en su mayor parte, siguen desaparecidos en combate, para escándalo de los fieles.
Los pastores protestantes se han opuesto firmemente a las restricciones. Uno de ellos ha presentado una demanda judicial contra la norma; otro ha declarado que seguirá incumpliendo la orden aunque le arresten. “Dios no nos ha llamado a ser cobardes”, declaraba a LifeSiteNews el pastor Che Anh, de la Iglesia de Harvest Rock Church en Pasadena, que se siente respaldado, además de por las leyes de Dios, por la Constitución americana.
Los obispos católicos californianos, en cambio, no han abierto públicamente la boca contra las restricciones draconianas impuestas por Newsom’. Han aceptado mansamente las restricciones al culto, prefiriendo colaborar a protestar.