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Asamblea Sinodal de la Iglesia española

La Iglesia española elude reclamar el sacerdocio femenino y pasa de puntillas por el celibato opcional o los abusos sexuales

“Resulta patente que las cosas no pueden seguir igual y urge dar respuesta a desafíos ineludibles”, señala la síntesis, que recalca “tres urgencias”, que están “claramente entrelazadas: crecer en sinodalidad, promover la participación de los laicos y superar el clericalismo”

No pasó el filtro. Pese a que la cuestión del papel de la mujer en la Iglesia ha sido el tema que “más resonancia” ha tenido en los debates de las 70 diócesis españolas, la ‘Síntesis’ presentada este mediodía por la Conferencia Episcopal española (y que se enviará al Vaticano) elude cualquier petición concreta sobre el sacerdocio femenino o el celibato opcional, al tiempo que pasa de puntillas por la situación de los divorciados vueltos a casar, la acogida al colectivo LGTBI o los abusos sexuales, cuestiones que aparecieron en muchas de las conclusiones conocidas hasta la fecha.

Durante la Asamblea Sinodal que se está celebrando en la Fundación Pablo VI de Madrid, y en la que se han presentado las aportaciones de 215.000 participantes de todos los rincones de España, se ha dado cuenta de un documento resumen, de 13 páginas, en la que los responsables episcopales han ‘pulido’ convenientemente algunos de los temas que han sido protagonistas a lo largo de un trabajo que ha llevado varios meses: la ordenación de mujeres, el fin del celibato opcional o una mayor democratización en la Iglesia.

De hecho, aunque la síntesis reconoce que el tema que “ha tenido una fuerte resonancia en el proceso sinodal” ha sido el del “papel de la mujer en la Iglesia”, entre las propuestas se insiste en que tanto esta cuestión como “el celibato opcional y la ordenación de casados” ha surgido “solo en algunas diócesis y, en ellas, por un número reducido de grupos o personas”. “En menor medida -dice el texto- ha surgido igualmente el tema de la ordenación de las mujeres”.

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“En cualquier caso, en relación con estos temas, se destaca una clara petición de que, como Iglesia, dialoguemos sobre ellos con el fin de permitir conocer mejor el Magisterio respecto de los mismos y poder ofrecer una propuesta profética a nuestra sociedad”. Esto es: leer el Magisterio, y no plantear cambios. 

Junto al papel de la mujer y el celibato, los participantes en el Sínodo subrayaron su “preocupación por la escasa presencia y participación de los jóvenes en la vida y misión de la Iglesia”, así como el “eco importante” que ha tenido “el tema de los abusos sexuales, de poder y de conciencia en la Iglesia, evidenciando la necesidad de perdón, acompañamiento y reparación”.

También, “la necesidad de que la acogida esté más cuidada en el caso de las personas que necesitan de un mayor acompañamiento en sus circunstancias personales por razón de su situación familiar –se muestra con fuerza la preocupación por las personas divorciadas y vueltas a casar– o de su orientación sexual. Sentimos que, como Iglesia, lejos de quedarnos en colectivos identitarios que difuminan los rostros, hemos de mirar, acoger y acompañar a cada persona en su situación concreta”.

“Nos hemos sabido ser escuchados, hemos sido libres al hablar, hemos experimentado esperanza, alegría, ilusión, coraje para cumplir nuestra misión, con un fuerte sentimiento comunitario de seguir en camino y de hacerlo juntos”, recalca la síntesis, que afirma que “resulta patente que las cosas no pueden seguir igual y urge dar respuesta a desafíos ineludibles”.

“No son pocos quienes se preguntan si realmente servirá para algo este proceso de escucha, sobre todo relacionándolo con experiencias anteriores –sínodos y asambleas diocesanas celebrados en algún momento más o menos reciente, que han generado frustración por quedar sin aplicaciones prácticas–”, admite el resumen de la CEE, que admite que “nos sabemos escuchados, pero no protagonistas de la vida y misión de la Iglesia”.

Al tiempo, la síntesis alerta del riesgo de “sobrecargar la experiencia sinodal”, pasando “de la consulta a la codecisión”, y logrando “una mayor apertura del proceso de nombramiento de obispos y párrocos a la participación de la comunidad”. La sinodalidad, en definitiva, como “instrumento eficaz para evitar el clericalismo” que ha llevado a que en algunas diócesis se haya observado “una escasa incidencia del proceso sinodal, que se ha encontrado con el cansancio del Pueblo de Dios”.

“La participación ha sido principalmente de personas ya implicadas en la vida de la Iglesia, mayoritariamente mujeres. Ha resultado escasa la respuesta de los jóvenes y las familias y también entre los alejados y las personas no creyentes, aunque los que han participado expresaron su sorpresa por el interés de la Iglesia en saber su opinión”, recalca el texto.

¿Cuáles son las mayores preocupaciones observadas? “La secularización de los bautizados, la pérdida de la identidad cristiana de los creyentes y, por derivación, de las estructuras de las que formamos parte –instituciones y centros de la Iglesia–”. Al tiempo, se asume que “la liturgia (…) se vive de una forma fría, pasiva, ritualista, monótona, distante”, lo que trae como consecuencia “la desconexión entre las celebraciones litúrgicas y nuestra vida”.

Adaptar el lenguaje y los ritos, así como “repensar el papel de la homilía” para que las celebraciones “toquen el alma de los fieles”. Al tiempo, animan a “profundizar en la vida de oración, sin la cual no podemos vivificar a la Iglesia”.

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Pluralidad y uniformidad

“Somos Iglesia de muchos modos y, en ocasiones, muy diversos entre sí. Pero esa pluralidad ha de ser asumida en clave de complementariedad y hemos de ser capaces de lograr la unidad sin caer en la tentación de imponer la uniformidad”, advierte el documento, quien admite que “tenemos la sensación de que no nos conocemos y andamos divididos”.

“Junto con ello, los cristianos no podemos vivir como si fuéramos una realidad social ajena a este mundo. Debemos caminar junto con la sociedad actual y ello implica esforzarnos por abrirnos a todos. Una resonancia especial posee la necesidad de mostrarnos como Iglesia que escucha y acompaña, también que anima y llega a la vida real de las personas”, añade el texto, que clama por “ir rompiendo prejuicios y clichés contra la Iglesia, favoreciendo el diálogo con la sociedad”.

El drama del “clericalismo bilateral”

Junto a ello, la síntesis advierte del “clericalismo bilateral” que lleva a “un exceso de protagonismo de los sacerdotes y un defecto en la responsabilidad de los laicos”, al tiempo que “se señala con insistencia la necesidad de ampliar los espacios de participación, de animar a más personas a que se comprometan en ellos, de ayudar a los bautizados a descubrir que son Iglesia y que, como tales, todo lo que le afecta les concierne”.

Derivado de lo anterior, “el autoritarismo en la Iglesia (autoridad entendida como poder y no como servicio), con sus correspondientes consecuencias –clericalismo, poca participación en la toma de decisiones, desapego de los fieles laicos– es una de las principales críticas que aparece en las aportaciones de los grupos sinodales”, que incide en que “el papel de los laicos y de la vida consagrada en el momento presente es imprescindible e insustituible, y hemos de ser capaces de encontrar el modo y los espacios para que puedan desarrollarlo en toda su plenitud”.

Fractura entre Iglesia y sociedad

En cuanto al diálogo con el mundo, se recalca la necesidad de “abandonar la visión de una Iglesia de mantenimiento para avanzar hacia una auténtica Iglesia en salida, aunque suponga asumir algunos riesgos”, como aceptar la “clara fractura entre Iglesia y sociedad”, que considera a la Iglesia “como una institución reaccionaria y poco propositiva, alejada del mundo de hoy”.

“En parte, consideramos que la responsabilidad es nuestra, porque no sabemos comunicar bien todo lo que somos y hacemos. Esta imagen de la Iglesia nos duele – porque la amamos– y, en cierto sentido, la sensación de que no llegamos a la sociedad y de que los prejuicios contra la Iglesia son insalvables nos conduce a un profundo desánimo que dificulta la presencia evangelizadora y transformadora de la realidad”.

“Falta espíritu evangelizador”, apunta el documento, que anhela “líderes cristianos en los diferentes ámbitos de la vida pública –política, economía, educación, cultura…– y se ve imprescindible impulsar procesos de formación de estos laicos cristianos que viven la caridad política, así como de acompañamiento en el desarrollo de sus tareas”“Falta espíritu evangelizador”, apunta el documento, que anhela “líderes cristianos en los diferentes ámbitos de la vida pública –política, economía, educación, cultura…– y se ve imprescindible impulsar procesos de formación de estos laicos cristianos que viven la caridad política, así como de acompañamiento en el desarrollo de sus tareas”.

Profesionalidad, transparencia y presencia en medios

Sobre la presencia social de la Iglesia, el Sínodo español propone tres medidas: “la necesidad de una mayor profesionalización en los asuntos de gobierno (esto es, de contar con expertos para la toma de decisiones en los distintos sectores en los que estamos presentes); la conveniencia de extender la transparencia a otros ámbitos diferentes del meramente económico –respecto del cual se valora muy positivamente en términos generales–, para explicar cómo contribuimos al bien común; y la urgencia de una mayor presencia en los medios de comunicación generalistas, tanto en los tradicionales como en los nuevos espacios virtuales, unida a un mejor aprovechamiento de los medios propios”.

Superar el clericalismo

Finalmente, la síntesis recalca “tres urgencias”, que están “claramente entrelazadas: crecer en sinodalidad, promover la participación de los laicos y superar el clericalismo”. En cuanto a la primera, se reclama “asumir la diversidad en las comunidades en clave de complementariedad y tener estructuras eclesiales auténticamente sinodales. Supone dar un mayor protagonismo a quienes forman parte de ellas, desde la complementariedad de las vocaciones, también en cuanto a la toma de decisiones”.

Respecto a la participación de los laicos, se insiste en “subrayar la plena responsabilidad de los laicos en la vida y la misión de la Iglesia”, y se pide “definir los asuntos respecto de los cuales la participación de los cristianos laicos tuviera carácter decisorio, especialmente en aquellos campos que son más propios de su vocación en el mundo”. En este punto, vuelve a repetirse la premura de “repensar el papel de las mujeres en la Iglesia, con un mayor protagonismo y responsabilidad”, pero sin tocar la cuestión sacramental.

Al mismo tiempo,“resulta imprescindible potenciar la presencia acompañada de los laicos en el entramado social: asociaciones de vecinos, sindicatos, partidos políticos, economía, ciencia, política, trabajo, medios de comunicación, entre otros”.

Finalmente, “superar el clericalismo” como “una inercia de tiempos pasados”, lo que “implica también vencer la pasividad y la falta de implicación de muchos fieles laicos en la edificación de la Iglesia”.

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