Poco más de la mitad de los españoles se definen católicos, menos de un tercio de los niños se bautiza y sólo un 13,98% de los matrimonios se celebran por la Iglesia
«De la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad». Aunque podría pasar por la definición de lo que está viviendo la Iglesia católica española en 2022, en realidad se trata del pronóstico de un joven teólogo bávaro en 1970 sobre cómo sería la iglesia en el siglo XXI.
Una descripción que coincide en buena manera con la radiografía que ofrece el análisis de los datos que la Conferencia Episcopal presenta cada año en su memoria anual: una Iglesia sumida en un proceso de secularización, con una pérdida continuada de fieles y de efectivos (sacerdotes, religiosos y catequistas) y donde la celebración de los sacramentos se ve abocada hacia lo residual.
Por contra, en aspectos como la acción social sigue siendo clave. Más de cuatro millones de personas fueron atendidas en 2022 en los nueve mil centros asistenciales y sanitarios de la Iglesia, mientras mantiene el respaldo económico a través del IRPF y se evidencia un aumento en las familias que confían para la educación de sus hijos en los colegios católicos. Una Iglesia más social y asistencial pero menos sacramental.
La propia institución no esconde el problema. En las orientaciones pastorales aprobadas por la Conferencia Episcopal para el quinquenio de 2021-25, los obispos reconocen que «aunque un número grande de españoles se manifiestan católicos», la participación en la vida eclesial es «en muchos casos esporádica». De hecho, explican que «ya son muchos los bautizados que dicen creer sin pertenecer».
Una circunstancia que refleja con claridad el último barómetro del CIS (de este mayo), en el que solo un un 17’3% de los españoles se declara católico practicante y un 38,7% no practicante. Así, poco más de la mitad de los españoles, un 56%, se reconocen católicos, una cifra que, a principios de siglo, rondaba el 80%.
Un fenómeno que se hace más evidente en la celebración de los sacramentos. En la Memoria de actividades de 2020 —los últimos datos facilitados por la Iglesia— menos de un tercio de los nacidos (100.222 bautizos de 341.315 nacidos, un 29,36%) fueron bautizados en la Iglesia y solo 12.679 parejas optaron por celebrar su matrimonio en los templos católicos, un 13,98% de los 90.670 enlaces. Si hacemos una rápida proyección de los datos del CIS, nos encontramos con que sólo unos cinco millones y medio de españoles (poco más del 12% de la población) acuden a misa cada domingo. La consecuencia, como decía aquel joven teólogo bávaro, es que «ya no podrá llenar muchos de los edificios».
Un descenso que el Covid ha acelerado, aunque «no está motivado por la pandemia, puesto que la tendencia la venimos observando desde hace ya muchos años», explica a ABC Jesús Avezuela, letrado del Consejo de Estado y director de la Fundación Pablo VI. Para Avezuela, esta situación se debe a circunstancias «como la tendencia generalizada en las sociedades occidentales a una pérdida de confianza en las instituciones, en los compromisos a largo plazo y a unos valores culturales líquidos».
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Número de creyentes
Los sacramentos
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Fuente: Elaboración propia / ABC
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Un análisis en el que coincide Carmen Fernández de la Cigoña, directora del Instituto de Estudios para la Familia CEU, que atribuye a que el proceso «vaya a pasos agigantados» a la «crisis de las instituciones en general, y en particular en la Iglesia», motivada por un «ambiente social que exalta el individualismo y una libertad mal entendida». «Se pone el acento en lo malo, en lo equivocado y se olvida todo lo que funciona bien», explica Fernández de la Cigoña.
Los obispos, en sus orientaciones también señalan dos «dificultades» para seguir con su «misión evangelizadora». La primera es externa y tiene que ver con «la cultura ambiental», que ya no está «inspirada en la fe cristiana», lo que deriva que las «verdades cristianas son ahora incomprensibles y las normas morales que brotan del evangelio se han vuelto inaceptables». Las otras, que sitúan dentro de la iglesia, tienen que ver con la «secularización interna», la «falta de comunión» y la «debilidad del testimonio misionero en la plaza pública». En un ejercicio de autocrítica, los obispos también reconocen que «los graves casos de abusos u otros comportamientos inadecuados, así como la insistencia en asuntos patrimoniales como inmatriculaciones, IBI, etc., contribuyen a la pérdida de confianza de muchas personas».
Nuevos problemas, respuestas de siempre
Una vez reconocido el problema, ¿qué está haciendo la Iglesia para solucionarlo? Según Jesús Avezuela, aún en una sociedad secularizada existe «una demanda de espiritualidad y de llenar vacíos y una necesidad de respuestas». Para el director de la Fundación Pablo VI, «la Iglesia puede ofrecer muchas de esas respuestas pero tiene que adaptarse, en el siglo XXI, a los nuevos formatos: llegar a los jóvenes a través de la cultura, del arte, de la tecnología y dar respuesta ante situaciones de pérdida de referentes y del sentido de la vida». Respuestas que no deben llegar «desde el juicio y la condena o desde la denominada cultura de la cancelación, sino desde la propuesta, la aceptación y la integración».
El episcopado español, según explica a este periódico su secretario y portavoz, Luis Argüello, concreta estas propuestas en «potenciar iniciativas de «primer anuncio» y de renovación de la catequesis». Además, también hace hincapié en «impulsar la identidad y espiritualidad de los laicos católicos llamados a ser los protagonistas del nuevo impulso evangelizador».
En efecto, con más de cuatrocientos mil laicos asociados a distintos movimientos y realidades eclesiales, ese parece ser uno de los viveros al que la Iglesia podría acudir para recuperar su antiguo peso en la sociedad. Una idea en la que también coinciden desde la vida consagrada, aunque pueda resultar paradójico.
Para Jesús Miguel Zamora, secretario general de CONFER, «todo el trabajo que estamos haciendo con los laicos nos va a hacer descubrir nuevas perspectivas» sobre cómo vivir en comunidad. Así, el futuro de los conventos puede ser muy distinto al que conocemos. «Será una vida religiosa mucho más compartida, con comunidades heterogéneas, con laicos, posiblemente matrimonios, donde se viva realmente lo que significa la fuerza de cada carisma», explica Zamora.
En la práctica, los religiosos son uno de los colectivos más afectados por la secularización. Con una media de edad muy elevada, las congregaciones se encuentran en un constante proceso de reestructuración que se evidencia en las continuas informaciones sobre el cierre de conventos. Sólo en 2020, perdieron 1.779 efectivos, para quedar en 35.507. Casi la mitad en una década. «En el futuro será una vida religiosa minoritaria», reconoce Zamora. «Vamos a ser más espirituales. Serán personas convencidas de que la fuerza no está en el número, sino en el testimonio de vida», añade.
Una necesidad de «ser testigos» que también comparte Fernández de la Cigoña. «Hemos de ser conscientes de que la responsabilidad es de todos. No vale decir que la Iglesia, entendida como sacerdotes y jerarquía, lo hace mal, también es culpa de lo que los seglares somos capaces de transmitir con la vida», explica.
Algo en lo que coincidía nuestro joven teólogo bávaro de 1970: «Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros». Desde ahí, monseñor Argüello propone también como una línea de acción el «promover la vida como vocación e impulsar diversos ministerios eclesiales desde un decidido propósito de «caminar juntos» en permanente discernimiento de lo que Dios nos pide en esta hora tan nueva de la sociedad y de la Iglesia».
La educación católica como «oportunidad»
En sus orientaciones para este quinquenio, los obispos españoles reconocían que es «especialmente llamativo el descenso de matrimonios, y cómo lógica consecuencia disminuyen los bautismos y comienza a descender de manera apreciable la participación en las primeras comuniones». Avezuela también ve «evidente que entre los jóvenes españoles cada vez es menor el porcentaje de creyentes».
Las nuevas generaciones se alejan de las parroquias, pero, sin embargo, aumenta el número de alumnos que acuden a colegios católicos. Un crecimiento de más cien mil en los últimos diez años, hasta situarse por encima del millón y medio. En la práctica, casi una cuarta parte de los alumnos españoles reciben una educación católica.
Una circunstancia que Fernández de la Cigoña entiende más como «oportunidad» que como contradicción. «Muchos padres siguen buscando referentes, y mandan a sus hijos a un entorno donde saben que los van a encontrar», explica. «Si lo hacemos bien, es el lugar donde se puede cambiar esta tendencia», puntualiza. También Avezuela considera que «la apuesta por una educación de calidad y en valores es una de las formas más eficaces para frenar esa secularización, pero siendo conscientes de que vivimos en un Estado laico».
«Aprecio por la obra social»
Es en el campo asistencial donde la Iglesia parece no haber perdido fuerza. Cáritas y Manos Unidas siguen apareciendo como grandes referentes de la acción social. Monseñor Argüello explica que aunque «el proceso de secularización avanza en España, se mantiene un gran aprecio social por las obras de la Iglesia. Esto expresa una débil pertenencia eclesial y una estabilidad en la valoración de las diversas tareas que la Iglesia realiza».
Una situación que, sin embargo considera «preocupante» por la «desvinculación entre la fe profesada, la pertenencia eclesial y la valoración positiva solo de las consecuencias sociales de la fe». En esa apreciación coincide con un peligro del que ya alertaba el joven teólogo bávaro: «El sacerdote que sólo sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y otros especialistas».
Un riesgo que la Iglesia asume, pero que no va a frenar «las iniciativas a favor de la gente que sufre», según explica Zamora. «Desde el momento en que se ve una necesidad hay una respuesta de la Iglesia. ¿Quién recogió la primera patera que llegó a Tarifa? No fue el Gobierno, sino una congregación religiosa», añade. Una idea en la que incide De la Cigoña: «las necesidades de muchas personas son cada vez mayores, pero no acuden al Estado, porque no responde, pero la Iglesia sí».
Muestra de ello ha sido la respuesta frente al Covid-19. «Es evidente que en tiempos de mayor debilidad y fragilidad humana, como es el año de la pandemia, los gestos de solidaridad y de ayuda a los demás se incrementan», comenta Avezuela. Una actitud que ha propiciado que 2020 fuera «un buen año tanto para la «x» en favor de la Iglesia como en la de otros fines sociales».
Un apoyo que no se trata de un hecho aislado, sino que para Avezuela evidencia una « fidelidad fiscal a los fines de la Iglesia católica», fruto del «especial reconocimiento y agradecimiento a las muchas tareas y servicios que presta la Iglesia en los ámbitos de la caridad y los servicios sociales». «Es muy importante ofrecer un testimonio personal y comunitario de la fe profesada» Luis Argüello, Secretario general de la Conferencia Episcopal
En este contexto, para monseñor Arguello el reto se encuentra en «vincular los ‘valores’ que expresan las obras eclesiales con el acontecimiento de fe que las hace posibles. Por ejemplo, la fraternidad que se expresa en la acogida, compasión y solidaridad no es solo un valor, sino ‘un hecho’: somos hijos del mismo Padre». Y para ello «es muy importante ofrecer un testimonio personal y comunitario de la fe profesada».
Por eso, «el anuncio del evangelio y la transmisión de la fe» siguen siendo los principales retos que afronta la Iglesia española según su portavoz. De nuevo coincide con aquel teólogo alemán, que pronosticaba que «la Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica».
Por cierto, por si les despierta la curiosidad y todavía no lo han descubierto, aquel joven teólogo bávaro que en 1970 radiografió, con acierto, la situación de la Iglesia española al comienzo de la tercera década del siglo XXI, se llama Joseph Ratzinger.