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La Iglesia en México arremete contra el laicismo y reclama privilegios

Desde que inició la reforma del artículo 24 de la Constitución Política de México se criticó que pudiese ser el paso para que la Iglesia católica reclamase privilegios amparada en la “libertad religiosa”, entendida como un derecho de las confesiones a tener presencia pública. Se intuía el interés de la Iglesia católica en esa reforma para reclamar posteriormente la religión en la escuela. Pues bien, ayer domingo, el cardenal primado de la Arquidócesis de México así lo ha reclamado arremetiendo contra el laicismo: “En este laicismo, México vive una condición hipócrita al atentar contra el justo derecho de los padres para que sus hijos reciban educación religiosa en las escuelas.”

Lo que en 2011 era una intuición, que los círculos religiosos y eclesiásticos negaban, hoy se hace explícito en este claro mensaje: “reconocimiento más amplio del derecho fundamental de libertad religiosa y sus implicaciones”.

Por supuesto, no pueden faltar los ataques a la “ideología de género y lobby gay” o la reclamación de la “objeción de conciencia como condición indispensable de la libertad religiosa, que cualquier persona pueda argumentar razones de conciencia y de religión contra cualquier ley injusta e inmoral lesivas de sus convicciones más íntimas”.

Igualmente reclaman fondos para el mantenimiento de su patrimonio y el derecho a tener sus medios de comunicación.

A continuación se reproduce el documento de la Arquidiócesis de México para que se pueda valorar  este ataque al laicismo en el fono y las formas:


Libertad religiosa en moderna laicidad

Desde la fe, 05-03-2017

El 28 de enero de 1992; es decir, hace 25 años, los artículos 3, 5, 24, 27 y 130 de la Constitución fueron reformados con el objetivo de “modernizar” las relaciones con las iglesias. Un nuevo ordenamiento legal entró en vigor para regular el culto público, además de otorgar personalidad jurídica a las asociaciones religiosas, en reconocimiento de su existencia negada desde 1917.

Cinco lustros después, México concibe una realidad plural y distinta, que obliga a una revaloración de las relaciones Estado-Iglesias y la legislación correspondiente para que sean afines al nuevo marco legal del respeto a los derechos humanos como condición necesaria de la democracia. Y es que nuestro país parece quedar a la saga en materia de libertad religiosa, no obstante las recientes reformas a los artículos 24 sobre el derecho a la libertad de convicciones éticas, de conciencia y de religión, y 40 sobre la condición laica del Estado mexicano.

En junio de 2011, la Constitución Política sufrió reformas de gran calado que modificaron el régimen de garantías individuales para reconocer los derechos humanos. A la luz de lo anterior, se requiere de una revisión al derecho de libertad religiosa y la actualización de la Ley de Asociaciones Religiosas que parece anquilosada. A nivel constitucional, subsisten preceptos atentatorios de derechos humanos incompatibles con la moderna laicidad. Así, el artículo 130, inciso e) de la Constitución, somete a los ministros de culto para ponerlos en una condición infame y lesiva al prohibir su legítimo derecho de asociación. Los absurdos preceptos, fruto podrido de laicismo, consideran “justo” privar, a ciudadanos mexicanos que han optado por un ministerio, del derecho de opinión, arrinconándolos y etiquetándolos más abajo que ciudadanos de segunda. A pesar de que se nos ha vendido la idea de gozar de un régimen de libertades y respeto de la pluralidad, la verdad es otra. En México se vulneran los derechos humanos de los ministros de culto.

Otro elemento nocivo del apolillado laicismo es la negación de la objeción de conciencia. La legislación internacional de derechos humanos reconoce, como condición indispensable de la libertad religiosa, que cualquier persona pueda argumentar razones de conciencia y de religión contra cualquier ley injusta e inmoral lesivas de sus convicciones más íntimas. La legislación mexicana está asida al irracional argumento que dice que nadie puede oponerse a las leyes del país, incluso si éstas arremeten contra la vida y la dignidad de las personas.

En este laicismo, México vive una condición hipócrita al atentar contra el justo derecho de los padres para que sus hijos reciban educación religiosa en las escuelas. Y es hipócrita porque la ideología de género y lobby gay pretenden introducir en las aulas ideas nocivas y contrarias a las convicciones de millones en desacuerdo con esta imposición ideológica. Efectivamente, en este país no existen garantías para lograr la educación integral y libre conforme al derecho de los padres de familia.

La legislación internacional ha reconocido a la cultura como parte del desarrollo individual y colectivo, y nuestro patrimonio religioso es de los más ricos del mundo; sin embargo, en México hay gran peligro de destrucción de templos y lugares históricos arrasados por el paso del tiempo y la mezquindad de funcionarios incapaces de aplicar los recursos necesarios para salvar esta riqueza cultural. Mientras el presupuesto se dilapida en fiestas y gastos burocráticos inútiles, las iglesias deben mendigar lo que justamente les corresponde para sostener los inmuebles propiedad de todos los mexicanos.

Finalmente, las asociaciones religiosas son privadas del derecho de adquirir medios de comunicación cayendo en la misma simulación que se pretendió acabar en 1992, además de subsistir la concesión de ridículos permisos municipales y federales para celebrar actos de culto público en las calles. Todo esto limita el derecho de libre difusión de las ideas.

A 25 años de aquellas reformas, el panorama está listo para debatir en los temas pendientes de libertad religiosa; sin embargo, la condición necesaria es el diálogo con legisladores y políticos convencidos del auténtico Estado laico. Sólo se dialoga con gente racional y capaz de aceptar el reconocimiento más amplio del derecho fundamental de libertad religiosa y sus implicaciones. Sentarse con laicistas energúmenos y fanáticos sería inútil y estéril.

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