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La Iglesia, contra el progreso y la ciencia

A los que nos hemos interesado mínimamente por conocer la historia de las religiones, y, en particular, por conocer la verdad oculta del cristianismo, no nos sorprende lo más mínimo que la Iglesia se oponga a cualquier avance científico, aunque conlleve la salvación de miles o millones de vidas humanas.

En los últimos meses hemos visto como ciertos ámbitos eclesiásticos se manifestaban rotundamente en contra de los avances en la investigación genética y de los estudios de las células madre; y hemos escuchado la voz de los obispos “poniendo el grito en el cielo” ante el caso del primer niño nacido en España, fruto de una selección embrionaria, que salvará la vida a su pequeño hermano (enfermo de una dolencia hereditaria incurable). Pretenden convertir en anatema una técnica médica, fruto de años de investigación, que puede salvar la vida de miles de seres humanos y acabar con la transmisión genética de enfermedades incurables.

Historial
No es nada nuevo bajo el sol. En el siglo XIX la Iglesia condenó el empleo de las vacunas como algo maligno que “alejaba de Dios”; muchos sabemos que la Iglesia, desde los mismos tiempos de sus inicios, se erigió como el principal enemigo de la ciencia y de los avances hacia el progreso, los derechos humanos y la modernidad. No hace falta remontarse a los tiempos de la matemática Hipatia (dilapidada por amar la investigación científica), ni a los de Galileo, ni Copérnico, ni Newton (cuyos avances en el conocimiento del universo les costó literalmente la vida), para llegar a la certeza indiscutible de que el dogmatismo religioso ha puesto freno secularmente al conocimiento, y ha alentado la ignorancia como base sobre la que sustentar sus mensajes revelados y su poder dictatorial sobre los pueblos.

Estupidez creacionista
Los descubrimientos de Darwin sobre el origen de las especies en el siglo XIX desmentían definitivamente, con pruebas científicas, la explicación sobrenatural del cristianismo sobre el origen y el sentido del hombre y de la vida. Lo que muchos sabían por pura lógica, Darwin lo demostró empíricamente. Y no hay marcha atrás por más que la estupidez creacionista pretenda desmentir lo que la ciencia demuestra como irrefutable.

La Iglesia sufre
A modo de simples ejemplos, Gregorio XVI, en la encíclica de 1.832 “Mirari vos” dijo literalmente : “…toda la Iglesia sufre con cualquier novedad.”, y en el mismo sigo XIX, en 1.864, el papa Pío IX, en el documento publicado por la Santa Sede denominado Syllabus, condenaba categóricamente la modernidad y cualquier avance que supusiera la transformación del orden establecido. Del mismo modo, y en la misma línea, unos años antes, el papa León XII dijo en 1.829: “…quienquiera que recurre a la vacuna deja de ser hijo de dios….La viruela es un juicio de dios,…la vacuna es un desafío lanzado al cielo”.

Sin misericordia
La voz de la Iglesia condenaba en el siglo XIX a morir a millones de niños al negar el avance de las vacunas que, afortunadamente, y a pesar del veto católico, se impusieron como algo natural y sistemático. Igualmente, la voz de la Iglesia en la actualidad pretende frenar un avance médico que salva y salvará de la muerte a miles de personas en el futuro y mejorará la calidad de vida del género humano. En similar actitud, el Islam, por ejemplo, condena en la actualidad a muchas mujeres a morir por prohibirles el acceso a centros médicos (por ser mujeres). Es evidente que poca o ninguna misericordia o amor al prójimo se pueden percibir en tales retrógrados
posicionamientos de las religiones.

Oscurantismo
De haber seguido en el mundo los dictados de Iglesias y religiones, la humanidad continuaría, en pleno siglo XXI, postrada en el mayor medievalismo oscurantista, y sometida a organizaciones totalitarias que, lejos de pretender el bien del prójimo, parecen buscar únicamente la salvaguarda de sus propios intereses de dominio y poder, intereses que nada tienen que ver con el avance democrático de las sociedades, con el respeto a los derechos  humanos, y con ese supuesto “amor al prójimo” que verbalmente (solo verbalmente) tanto preconizan.

Coral Bravo es Doctora en Filología y miembro de Europa Laica

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