Si el amable lector escuchase por ahí que “Fulano de Tal va a revisar su actuación durante el período tal o cual”, siendo Fulano de Tal una persona conocida por haberse comportado de manera dudosa durante dicho período, pensaría seguramente que Fulano está finalmente dispuesto a asumir sus errores y faltas, a hacer una autocrítica. No tendría sentido que Fulano anunciase formalmente que “va a revisar su actuación” y luego no admitiese ningún error sino que reafirmase su postura de siempre, ¿verdad?
Está visto que esperar que la Iglesia Católica tenga sentido, o que muestre un mínimo de decencia institucional, es una pérdida de tiempo.
La Iglesia católica argentina anunció hoy su intención de revisar su actuación durante la última dictadura militar (1976-1983), aunque insistió en rechazar cualquier tipo de "connivencia" entre los obispos y el régimen de facto, tal como había sugerido en 2010 el expresidente de facto Jorge Rafael Videla.
(Videla dijo que había hablado “muchas veces” de la desaparición forzada de personas con el cardenal primado Raúl Primatesta, con la Conferencia Episcopal y con el nuncio apostólico Pio Laghi, y que en algunos casos la Iglesia había ofrecido “sus buenos oficios” para con los familiares de los desaparecidos.)
El comunicado de la Iglesia argentina sobre su “revisión” es de una falsedad repulsiva, casi alucinante. La connivencia de la jerarquía eclesiástica con la dictadura está tan documentada (y no precisamente por personas cuya palabra tiene nulo valor, como Videla) que resulta perverso negarla. La regla en la relación Iglesia-dictadura fue la colaboración, por cobardía o por aprobación explícita; hubo honrosas excepciones, pero fueron precisamente eso: casos excepcionales de valentía individual, algunos de los cuales costaron vidas. La dictadura estaba obsesionada con la preservación del mito de Argentina como país católico, con las Fuerzas Armadas como garantes del orden y la tradición de la Patria; la Iglesia les suministraba argumentos teológicos y justificaciones espirituales para la represión, bajo el paraguas de la lucha contra la subversión marxista y atea, bendiciendo sus armas, conminándolas a continuar el exterminio y asistiendo a los torturadores para que no flaquearan en su dura pero necesaria tarea.
Quien no le crea a este humilde blog puede consultar la amplísima documentación disponible, que no puede impugnarse salvo recurriendo a hipótesis conspirativas alocadas, y que hasta un grupo de sacerdotes se ha encargado de señalar, con profunda vergüenza por las evasivas de sus superiores. Mucha de la colaboración entre Iglesia y dictadura se hizo en secreto, pero otro tanto fue público o al menos abierto: discursos, homilías, cartas y documentos de jerarcas religiosos que quizá pensaban que jamás llegaría el día en que tendrían que dar cuenta de ello. Afortunadamente para ellos, la mayoría ya están muertos. De los pocos que quedan, como Christian von Wernich, sólo hemos obtenido silencios y falsos olvidos que hablan mucho más fuerte y claro que cualquier excusa de las que pueda inventar la jerarquía católica en su pretendida “revisión”.