Hay una aparente paradoja: la mayoría de jóvenes ya no creen y en una década caen un 11,3% los curas y un 18,2% los seminaristas, pero los alumnos de centros católicos suben hasta superar los 1,5 millones
La Iglesia española vive atrapada en lo que parece un misterio. La paradoja del Cristo de la Contradicción, podríamos decir, aprovechando la Semana Santa. Inmersa en una grave crisis de reputación que afecta a todas las grandes instituciones tradicionales y se agrava en su caso por el escándalo de la pederastia, los datos de adhesión muestran a la organización católica en claro declive. Caen los fieles, caen los sacramentos, caen las vocaciones. Al mismo tiempo, este decaimiento se produce en loor de multitudes, en medio de calles abarrotadas donde procesionan cristos cautivos o resucitados y vírgenes deshechas en lágrimas, y con cada vez más aulas escolares llenas de alumnos educados bajo un ideario católico. ¿Qué está pasando?
Sangría de creyentes
Los diferentes datos y encuestas sobre vínculo religioso, reunidos por la Fundació Ferrer i Guàrdia en un reciente informe, muestran una galopante secularización que se prolonga por todo el periodo democrático. La tendencia se acelera con la pandemia. Si en 2019 un 27,5% de la población se declaraba no creyente, la cifra de agnósticos y ateos se ha subido al 37,1% en 2021. Es un aumento de casi 10 puntos en sólo dos años. Los ateos y agnósticos son ya mayoría entre los menores de 34 años. Desciende no sólo la creencia, sino la práctica religiosa, que sitúa en el 18,3%.
Relevante como prueba de pérdida de influencia de la Iglesia es el aumento de los matrimonios civiles hasta cerca de 9 de cada 10. Hace sólo 20 años, el 79,4% eran confesionales. Se trata de un dato conectado con la subida de los nacimientos fuera del matrimonio, que en 2019 fueron el 48,4%. En 1990 esta opción se daba sólo en el 9,6%.
Pérdida de vocaciones (y de influencia)
Las vocaciones eclesiales caen. La Conferencia Episcopal lo ha advertido alto y claro. En 2018, su entonces presidente, Ricardo Bláquez, proclamó ante la asamblea plenaria de los obispos que hay una “penuria” vocacional “extraordinaria”. Las memorias anuales de la CEE le ponen números. La de 2007, primera de la serie, cuantificaba los sacerdotes en 19.121, frente a 16.960 en la de 2019, lo que supone una caída del 11,3%. En el caso de los seminaristas, la bajada es del 18,2%, de 1.381 a 1.129.
La crisis no es sólo cuantitativa. Ni la secularización es sólo de la sociedad. La propia CEE lleva advirtiendo en sus planes pastorales desde el año 2000 de un fenómeno de secularización interna, con una “débil transmisión de la fe” en el seno de la propia Iglesia, “desorientación” del cuerpo sacerdotal y “pobreza de la vida litúrgica y sacramental”. Este diagnóstico concuerda con el que a una escala europea realiza el reputado intelectual Andrea Riccardi (Roma, 1950) en La Iglesia arde (Arpa, 2022), un ensayo sobre la “grave crisis” del catolicismo como religión y la Iglesia como institución, que lleva incluso al autor a preguntarse si corre peligro su supervivencia. Riccardi atribuye a la Iglesia los mismos males de envejecimiento y parálisis que a la propia Europa, al tiempo que acredita su ruptura con las generaciones más jóvenes y su pérdida de voz en la sociedad. En el caso de España, destaca cómo la democracia ha ido aflorando un rechazo a la Iglesia taponado durante el franquismo y cómo en la sociedad adquieren fuerza corrientes, como el feminismo, con las que la Iglesia es incapaz de conectar.
Auge del conspiracionismo
A este cuadro de “declive”, usando un término de Riccardi, se suma una nueva amenaza: el auge de las teorías de la conspiración, las sectas y los pensamientos religiosos alternativos. No es un fenómeno nuevo, pero sí atizado por la pandemia y beneficiado en el caso de España por la pérdida de confianza en la Iglesia, aquejada por la misma crisis que otros mediadores como los partidos, los sindicatos y los medios. Los intermediadores en la esfera divina –como en la política, laboral e informativa– pierden pie.
Interesa observar lo que ocurre en EEUU, tantas veces vanguardia de corrientes que desembocan aquí. La teoría Qanon, una mezcolanza de negacionismo pandémico, culto ultraderechista y demencial relato sobre una internacional de progresistas pederastas, tiene ya 41 millones de creyentes en Estados Unidos, según una encuesta difundida por The New York Times. En España Qanon es –al menos aún– un fenómeno minoritario. Pero la corriente de fondo de la que es expresión es observable en el discurso apocalíptico y conspiranoico de sectores del movimiento ultracatólico español, que llevan dos años martilleando con la idea de que un gobierno ilegítimo conectado con multimillonarios extranjeros está aprovechando la pandemia para la implantación de una agenda anticristiana.
Alberto del Campo, catedrático de Antropología Social en la Universidad Pablo de Olavide, recalca que los tiempos de “tragedia, miedo e incertidumbre” han sido históricamente propicios para las ideas de “castigo divino” y “chivo expiatorio”, a menudo instrumentalizadas por las religiones. A su juicio, la pandemia no es ajena a esta constante, pero presenta unas particularidades propias del siglo XXI. Han cuajado, señala, ideologías “arracionales” que cuestionan la verdad científica, pero no ha sido la Iglesia católica –ni ninguna otra– la que ha capitalizado estas energías, que han encontrado mejor acomodo en un “relativismo” radical que tiene su expresión más cruda en las teorías de la conspiración favorecidas por la masiva difusión de fake news.
El tirón de la Semana Santa
El panorama no parece halagüeño para la Iglesia. Y sin embargo, a pesar del chaparrón de factores en contra, ahí está la Semana Santa, pletórica, con el ejemplo máximo en Sevilla, pero con fuerte tirón popular por todo el territorio español. Para acreditar su éxito no tenemos sólo las fotografías de las calles atestadas de hombres, mujeres y niños, a menudo presos de la emoción. También tenemos datos. Mientras caía el número de sacerdotes y seminaristas, subía el de cofradías inscritas: de 3.284 a 4.521 entre 2013 y 2019 (+37,66%). Sólo entre 2017 y 2019 la cifra de cofrades subió de 896.516 a más de un millón. En Andalucía el mundo cofrade está reconocido por la Junta como el “cuerpo social más numeroso”, con más de 300.000 hermanos.
El discurso oficial del episcopado español es que estas multitudes prueban el arraigo del catolicismo en la sociedad, lo que desmentiría el discurso laicista según el cual la Iglesia goza de unos privilegios impropios de una institución en caída libre. Pero esa es una explicación, al menos, incompleta.
Sería una grave inexactitud colegir que las masas que se agolpan bajo los cristos y las vírgenes se corresponden con el porcentaje de creyentes detectados por el CIS. Es una de las conclusiones que se extraen del ensayo El mito de la tierra de María Santísima. Religiosidad popular, espectáculo e identidad (Centro de Estudios Andaluces, 2021), en el que César Rina muestra a la Semana Santa –tomando el ejemplo de Sevilla– como un hecho social total en el que la estructura social expresa todas sus dimensiones: religiosa, moral, política, familiar, económica, artística… Como ha dicho el programador teatral Ángel López, en Semana Santa es inútil abrir un teatro en Sevilla, entre otras cosas porque el teatro está en la calle. Una interpretación exclusivamente religiosa de la fiesta sería pues restrictiva. Las masas agolpadas bajo los cristos y las vírgenes sin duda proporcionan un refugio puntual a la Iglesia en tiempos de zozobra, pero están lejos de cauterizar su herida.
Más Youtube que misa
“La asistencia a procesiones, la salida de nazareno, o de costalero, a menudo tiene más que ver con sentirse miembro de una comunidad que con las creencias religiosas”, señala Rina, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Extremadura, que destaca que “las dos explosiones del fenómeno cofradiero coinciden con dos momentos de bajada de las creencias” en la sociedad española. Se refiere a: 1) En los años 20 del pasado siglo, con un regionalismo vinculado al tardoromanticismo. 2) En la transición, cuando el autonomismo reconfiguró los rituales populares para subrayar identidades en formación, especialmente en Andalucía. “Cabría añadir –escribe Rina– un nuevo rebrote en la actualidad, ligado a la revolución tecnológica, a internet, Youtube y las redes sociales, ampliando el campo de acción de la globalización de la Semana Santa hispalense. Aprovechando la gratuidad e instantaneidad de la red, la forma de procesionar y de experimentar el rito sevillano está siendo emulada en el resto de España”.
Un dato más viene a avalar la idea de que mal haría la Iglesia en atribuirse como seguidores a todos los cofrades. Una encuesta a 278 cofrades incluida en el libro La Semana Santa de Huelva. Significaciones, instrumentalizaciones y ritualidad, del antropólogo José Carlos Mancha, recoge que casi un 66% se muestran “críticos en diversos temas” y con “cierto desacuerdo” con la Iglesia.
Según Rina, la Iglesia intenta apropiarse de una festividad que no sólo desborda sus contornos sino que incluso ha sido con frecuencia incómoda para la institución. “Puertas afuera, reivindica que la Semana Santa es suya y que se trata de una celebración de católicos que salen a la calle a evangelizar, mientras puertas adentro la ve como una devoción pagana a cuyos seguidores es necesario cristianizar”, señala Rina, cuyo ensayo describe el histórico intento de purificar la Semana Santa por parte del poder religioso, en España fundido con el Estado salvo las raras excepciones democráticas. Al menos desde el arranque el XVII hay informes eclesiales que acreditan la “poca devoción” de unos penitentes dados mayormente al cachondeo.
El antropólogo Alberto del Campo no se muestra sorprendido ni por los datos de secularización, ni por el éxito popular de la Semana Santa, ni por la coexistencia de ambos fenómenos. A su juicio, “la globalización ha resquebrajado el monopolio que tenía el cristianismo”. “Hay –añade– emigrantes que traen el Islam o se difunden nuevas formas de religiosidad que mezclan filosofías orientales y terapias de todo tipo. Ante la sensación de disolución de lo tradicional, de pérdida de relevancia de las instituciones antiguas y de miedo ante lo desconocido, la gente vuelve a lo que parece inalterado e inalterable, lo que te permite experimentar emocionalmente un sentido de lo local, lo propio, lo tradicional”.
El profesor alude a una “revitalización del ritual” en Europa advertida por autores como Jeremy Boissevain (1928-2015). Según Del Campo, el retroceso en la adhesión a ciertas ideas religiosas no tiene por qué aparejar un retroceso del ritual religioso, incluso este podría compensar a aquel, sobre todo cuando cunde en la sociedad, en paralelo a la secularización, “una especie de neotradicionalismo” que busca aferrarse a las viejas certezas en un mundo en tribulación.
Privilegios y aulas
La socióloga Hungría Panadero, una de las coordinadoras del informe de la Fundació Ferrer i Guardià, señala que la Iglesia aún se beneficia de los privilegios anclados en los Acuerdos entre España y la Santa Sede de 1976 y 1979 para proteger su posición en la sociedad a pesar del avance de la secularización. Es cierto, señala, que hay un fuerte avance de la adscripción a opciones de conciencia no religiosas, como el ateísmo o el agnosticismo, pero al mismo tiempo “nuestro calendario se sigue basando irracionalmente en festividades religiosas”.
Panadero cree que hay que “insistir” en el acaparamiento de poder simbólico por parte de la institución católica. Pero no sólo ahí. A su juicio, otro gran “reto” laicista es la “generalización de la educación pública”, ahora lastrada por el auge de la concertada, en su mayoría católica.
He ahí otro foco de resistencia de la Iglesia, otro –quizás el principal– refugio ante el chaparrón: las aulas. Según los memorias de la CEE, entre 2008 y 2019, mientras caían los curas y los seminaristas, los alumnos en colegios religiosos en España pasaban de 1.370.151 a 1.523.777 (+11,2%). Según el INE, más de un 90% de colegios religiosos son concertados. Se trata de un sólido anclaje de la Iglesia en la sociedad , cantera a su vez de su mullida red de universidades y escuelas de negocios. La Iglesia se adapta.