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La hoguera iraquí amenaza al poder, a la autoridad religiosa y a Irán

Desde principios de octubre las protestas se han multiplicado en Irak. Autónomas respecto a todas las fuerzas políticas, movilizando en primer lugar a las y los jóvenes, no solo cuestionan al gobierno, sino también a la autoridad religiosa y las injerencias de Irán.

La revuelta espontánea reapareció repentinamente en la plaza Tahrir en el centro de Bagdad. Si en los últimos años, los partidarios de Moqtada Sadr y sus aliados comunistas de circunstancias, habían podido encuadrar el movimiento popular contra el gobierno, ahora éste afirma su autonomía.

El 1 de octubre por primera vez desde el nacimiento del moderno Irak hace casi cien años, el Hirak (Movimiento) apareció autónomo, pillando desprevenidos a los candidatos al poder, silenciándoles. En su visita a Teherán, Moqtada Sadr se envolvió en la abaya del retiro espiritual ( itikaf ), después de aparecer a los pies del Guía de la revolución Iraní, junto al General Qassem Soleimani, como alguien que demanda la absolución después de años de navegar lejos de las aguas iraníes, y de retiro incierto en tierra saudita.

Las protestas en octubre de 2019 se producen con el primer aniversario de la brutal represión del levantamiento de Basora de 2018, que casi provocó la caída del régimen. Entonces los iraníes, como siempre, intervinieron para sofocarlo a través de sus grupos armados. Estas nuevas manifestaciones ocurren 85 años después que la Liga de las naciones proclamara (en 1932) el fin del mandato británico y un Iraq independiente.

Fuego al polvorín

El verano había sido tranquilo. La ola de ira popular que sacudió el país en 2018 parecía reducida a un recuerdo aterrador para el poder. La calle esperaba un nuevo arranque a la sombra del débil gobierno de Adel Abdel Mahdi, el hombre de las lealtades cambiantes. Las protestas en Bagdad el 1 de octubre fueron inesperadas. Llegaron al final de la temporada tradicional de las manifestaciones de verano, porque el otoño, el momento del comienzo del año escolar, generalmente va acompañado de una disminución de la presión sobre la electricidad.

Contrariamente a todas las predicciones, esta vez, las protestas fueron provocadas por una chispa producida, cinco días antes, en la mañana del 26 de septiembre, durante una concentración de graduados universitarios frente a la sede del jefe del gobierno fuera de la zona verde. Una manifestación dispersada con violencia física y verbal injustificada contra los manifestantes, el uso de cañones de agua caliente y gases lacrimógenos.

Al día siguiente, 27 de septiembre, el gabinete de Abdel Mahdi anunció, en su calidad de comandante en jefe de las fuerzas armadas, el despido del teniente general Abdel Wahab Al-Saadi, comandante del servicio antiterrorista iraquí, apoyado por los estadounidenses , y su traslado al Departamento de pensiones del Ministerio de Defensa.

La decisión de Abdel Mahdi y la represión de la concentración de las y los jóvenes graduados llevaron a las y los activistas a convocar una manifestación el 1 de octubre en la plaza Tahrir. Las autoridades no prestaron mucha atención a esta convocatoria, mientras que la calle, acostumbrada a este tipo de convocatorias en las redes sociales, tampoco mostró gran entusiasmo.

Una mentalidad securitaria

Sin embargo, la mentalidad securitaria considera cualquier invitación a manifestarse como una conspiración. Cuando los pocos activistas, unas pocas docenas como máximo, llegaron a la plaza Tahrir, fueron rodeados por fuerzas fuertemente armadas. En unos momentos se produjeron cargas policiales y la sombría fiesta de la muerte se desencadenó esa noche: gases, munición real y manifestantes aplastados por vehículos.

Ese día, Basora, bastión permanente de la protesta, estaba bajo tensión, pero en silencio. Sin embargo, la ciudad vecina de Nassiriya se levantó, seguida de otras ciudades cercanas. La sorpresa vino de Najaf, la ciudad santa donde están instalados los grandes dignatarios religiosos chiitas (los marja , referentes), incluido el ayatolá Al-Sistani , como dioses que esperan las ofrendas de los fieles. En Najaf se produjeron grandes manifestaciones también reprimidas con violencia.

A menudo, en los últimos cuatro años, han surgido protestas desde Basora en el sur de Irak. Esta vez empezaron en Bagdad y en un momento inesperado. Las realizaron grupos no tradicionales, sin liderazgo ni vínculos con organizaciones políticas. Por lo general, son agentes de protestas que se encargan de convocar a protestar en el escenario público. Esta vez, han desaparecido por completo ante la autenticidad de la ira.

Los indicadores de una situación explosiva en Iraq se han acumulado con la retirada de los espectros de Al-Qaeda y de la Organización del Estado Islámico (EI), grupos terroristas armados y milicias criminales. Las y los iraquíes han enfrentado peligros igualmente devastadores, como el colapso de los servicios públicos, la falta de electricidad, la caída del poder adquisitivo y la inflación. Un déficit presupuestario cada vez mayor a medida que disminuyen los ingresos, todo en medio de una gran corrupción que sigue extendiéndose y una economía paralela dirigida por partidos y grupos armados.

La muerte para huir de la muerte

La idea esencial que el poder no consigue comprender es que Iraq es un país joven. Su estructura demográfica está compuesta por una juventud dinámica y cambiante. La proporción de personas mayores disminuye mientras que aumenta la de 15-30 años. Casi el 80% de esta juventud están desempleada, conoce la miseria y lleva una vida oscura, sin perspectivas; de ahí el aumento rápido y sin precedentes de la tasa de suicidios. En los primeros nueve meses de 2019, 275 jóvenes se suicidaron según la oficina de la Comisión de Derechos Humanos. Las autoridades mataron a más de 300 jóvenes en un mes durante las manifestaciones. Por supuesto, esta cifra de suicidios no es realmente representativa, ya que las familias y los puestos de policía, por instrucciones del gobierno, no registran la mayoría de las muertes como suicidios. Las familias no lo hacen debido a la vergüenza social asociada al suicidio. El poder, por otro lado, está animado por el deseo de enmascarar el fracaso del gobierno.

La psicología de las y los iraquíes no admite el suicidio, pero es una opción preferible para quienes huyen de la muerte lenta a la sombra de un poder corrupto. Es la ecuación de una desesperación social abrumadora. Muerte para huir de la muerte se ha convertido en la ecuación más obvia.

Aunque el gobierno está tratando de sofocar la información para encubrir sus crímenes, la revisión de los vídeos de las manifestaciones de octubre, que continúan a día de hoy, muestra la determinación de las y los jóvenes para enfrentarse a las balas reales con una valentía que da miedo. Durante la primera semana (del 1 al 7 de octubre), la represión fue de una brutalidad sin precedentes: 100 jóvenes fueron asesinados y había cerca de 4000 heridos. Algunas de estas lesiones causan discapacidad permanente. En 30 días de protesta, el número de muertos es de 370 y hay más de 10.000 personas heridas. Se cometieron masacres con brutalidad absoluta en Maysan, Kerbala y Bagdad.

Durante los primeros quince días de la protesta, el poder sumió al país en la oscuridad, se cortó la conexión a Internet y se interfirieron las comunicaciones, por lo que Iraq quedó totalmente aislado del resto del mundo. Junto con la creciente ola de asesinatos para detener la ola de protestas, las milicias del poder, respaldadas por elementos iraníes, atacaron canales de televisión por satélite y emisoras de radio en directo. Se incendiaron varias oficinas y locales.

Frente a esta apuesta despótica por el asesinato para detener las protestas que hacen vacilar al régimen, las y los jóvenes se enfrentan a la bárbara máquina de la muerte, saliendo a las plazas y calles, desarmados, pacíficos, mientras que francotiradores emboscados en los tejados arrancaban sin piedad sus vidas y sus sueños.

Una sangrienta solución securitaria

Más allá de la empatía que uno siente al mirar estos vídeos de asesinatos, la pregunta que prevalece es ésta: ¿por qué estas y estos jóvenes no retroceden, por qué no se van a casa cuando el poder les mata sin piedad a través de grupos y milicias no iraquíes? ¿Por qué no lo hacen cuando están seguros de que el régimen no satisfará su demanda de que se vaya o incluso de que reforme su estructura corrupta?

La respuesta está precisamente en esta enraizada desesperación. La elección que hay ahora se da entre el suicidio como un gesto de protesta individual y el suicidio en masa frente a la brutalidad de la represión, en un rechazo total del mantenimiento del régimen y su control del poder.

Ante la intensificación de la ola de protestas y su extensión a otras ciudades como Nasiriyah, Najaf, Kerbala y también a Babel (Babilonia), Diwaniyah, Muthanna, Maysan, Wassit y Basora, el miedo se ha convertido en el motor del poder, cuando deberían haberse tomado medidas urgentes para contener la situación: llevar a la justicia a algunos peces gordos de la corrupción, lanzar una campaña contra la delincuencia partidista organizada, limpiar las instituciones estatales de las mafias que saquean el bien público, desplegar al ejército en las calles para evitar cualquier contra-movimiento de las milicias de los partidos y de las facciones de Hachd Al-Chaabi (Unidades de Movilización Popular) ligadas a Irán.

Pero la respuesta, fría y totalmente desconectada de la realidad, ha sido un recurso a la sangrienta solución securitaria, a los provocativos discursos del primer ministro Adel Abdel Mahdi, su obstinación en no dimitir; así como discursos similares de dignatarios religiosos chiitas en Najaf, que no fueron menos provocadores, ni menos aislados de la realidad.

“La Marja´iyya no me representa”

Durante 16 años, la marja’iyya religiosa (la institución que materializa la autoridad religiosa en el islam chiita, ejercida por un gran clérigo, el marjareferente para quienes siguen sus preceptos ndlr) de Najaf disfrutó de un respeto que ha ido disminuyendo de un año a otro y de una generación a otra. Los ancianos fieles de Sistani fueron empujados por una generación muy joven que no mira el turbante negro con deferencia, sino que considera que los religiosos están en el corazón del régimen y de su corrupción.

Estos jóvenes lanzaron el hashtag “la marja’iyya no me representa”. El rechazo de los jóvenes de la marja’iyya de Najaf fue embarazoso y llegó en un momento delicado. Dos semanas antes del estallido de la protesta de octubre, 33 personas murieron y, al menos, cientos más resultaron heridas en una avalancha a la entrada del mausoleo del imán Hussein en Karbala durante las ceremonias de la Ashura.

Las autoridades gubernamentales y religiosas consideraron que la avalancha era un accidente, pero algunos participantes en el ritual afirmaron que fue un hundimiento del terreno a la entrada del mausoleo, al nivel de Bab Al-Raja (la Puerta de la esperanza) lo que causó el desastre. Se trate de una avalancha o un hundimiento del suelo, el caso se cerró sin plantearse interrogantes.

Una catástrofe, pero ninguna sanción

Las autoridades religiosas invierten de forma opaca, y fuera de cualquier control gubernamental, fondos considerables en proyectos económicos e inmobiliarios en Irak y en el extranjero, ligados al refuerzo de su peso financiero y su poder político y militar (tienen al menos dos divisiones militares). Pretenden que esos fondos provienen del impuesto de khoms (literalmente el quinto) que los chiitas pagan anualmente para afirmar su lealtad y su fe y beneficiarse de la intercesión después de la muerte.

Estos fondos se invierten a través de organizaciones económicas, empresas y grupos familiares, y una parte se dedica a extender el área de los santuarios sagrados mediante construcciones subterráneas según el modelo de las extensiones hechas en Irán. El mayor inversor es el grupo Khatam Al-Anbiya’a (Sello de los Profetas), una rama de inversiones de la Guardia Revolucionaria iraní.

El desastre de Bab Al-Raja pasó así sin ninguna sanción, las organizaciones religiosas no se hicieron responsables. No se inició ninguna investigación y ninguna de las partes asumió la responsabilidad, ni el Estado ni el gobierno se atrevieron a hacer preguntas. ¡La marja’iyya de Sistani justificó la muerte de los visitantes por el “fervor de los fieles para unirse a su santo”!

Después de los discursos de apaciguamiento de Abdel Mahdi y Sistani y a pesar de los llamamientos a no disparar contra los manifestantes, las puertas del infierno se abrieron ante los manifestantes: el ritmo de los asesinatos tomó una dimensión enloquecida a través del despliegue francotiradores emboscados, el uso de granadas y el bombardeo con mortero de algunos barrios pobres como Sadr City. Moqtada al-Sadr intervino para proteger a sus partidarios y amenazó al régimen con utilizar su milicia si continuaban los asesinatos de manifestantes.

Sin capacidad para dirigir el país

La legitimidad del régimen terminó en Irak. Las protestas iracundas, que se han vuelto diarias, indican que el régimen está al borde de la derrota. Con tanto derramamiento de sangre iraquí, el régimen ya no tiene legitimidad. Otros indicadores lo demuestran: en las elecciones legislativas de 2018, las y los jóvenes lanzaron una campaña de boicot electoral. Solo el 32% de los votantes participó en la votación en todo Irak, aunque la comisión electoral informó una participación electoral del 48 %. Una cifra engañosa porque calcula el porcentaje de votación en el extranjero como una tasa paralela a la votación en el interior. Los 800.000 votos del extranjero se cuentan con los 8 millones de votos del interior y así la tasa de participación se infla. El régimen no ha logrado mantener su legitimidad a través de una práctica democrática.

Sorprendentemente, una admisión tímida de la bancarrota del régimen provino del ex jefe de gobierno, Haidar Al-Abadi, quien admitió que “el gobierno ha perdido la capacidad de liderar el país” . Esto significa que el grupo gobernante es consciente del rechazo popular y que el régimen no puede luchar contra la muerte de personas pacíficas por una represión salvaje. Moqtada Al-Sadr se apoderó de la sangre de las víctimas para saldar cuentas con sus adversarios, anunciar que desautoriza al gobierno de Abdel Mahdi y exigir su dimisión. Anuncios hechos después del repentino regreso de Teherán, una capital que condena furiosamente las protestas como una fitna (sedición) estadounidense-sionista y considera que los disturbios deben detenerse.

Una corrupción endémica

El régimen lucha contra las y los manifestantes, pero no se cuestiona él mismo. Quienes protestan exigen limpiar el régimen del flagelo de la corrupción y restaurar la perdida autoridad del Estado a causa de la hegemonía de las facciones armadas (Hachd Al-Chaabi) que obedecen a Teherán, y a su fuerte representación en la Cámara de Diputados y en el gobierno federal y las administraciones locales. Sin mencionar los partidos y las corrientes religiosas que controlan los ministerios y gastan dinero público para su propio beneficio.

El derroche de dinero público a través de la corrupción se estima en 1 billón de dólares (895 mil millones de euros) desde 2003, lo que explica la extrema riqueza de los partidos, sus aparatos económicos y su fortaleza frente a la pobreza general que sufre el pueblo iraquí.

Irak tiene dificultades para cumplir con la financiación anual del sector público, que se derrumba bajo el peso de un paro disfrazado de sobreempleo y de contratación de nuevos graduados sobre la base de cuotas políticas, diseñadas para contener la ira de la población ante el fracaso del gobierno, la corrupción y el creciente derroche de recursos.

Cada año, el déficit presupuestario aumenta al igual que la deuda. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), la deuda iraquí que ascendió a 132,4 mil millones de dólares (118,53 mil millones de euros) en 2018 alcanzará un máximo de 138 mil millones de dólares (123,54 mil millones de euros) para 2020. El año que viene, en 2020, Iraq ya no podrá llevar a cabo proyectos de desarrollo o modernización de infraestructuras. Solo la factura para las pensiones de jubilación alcanzará los 60 mil millones de dólares (53,71 mil millones de euros), mientras que los ingresos del petróleo no podrán exceder los 90 mil millones de dólares (80,57 mil millones de euros) por año. El déficit ascenderá a 45 mil millones de dólares (40,29 mil millones de euros). El gobierno se enfrentará a una tasa de desempleo de 16 % en el seno de una población en crecimiento mientras que los niveles de pobreza ya son altos: 22,5 % a nivel nacional. En las provincias devastadas por el EI , la tasa es del 41,2%. Irak se encuentra entre los países más corruptos, ocupa el puesto 168 de 180 países, según Transparencia Internacional .

El problema radica en la idea del poder que busca comprar la paz social mediante promesas a los pobres. Los pobres, por su parte, saben perfectamente que el régimen no puede cumplir sus promesas a la sombra de la continua depredación de la riqueza y la inmunidad terrible que disfrutan los peces gordos de la corrupción que nunca son perseguidos.

Las medidas gubernamentales son totalmente infructuosas en la lucha contra la corrupción y están sujetas al chantaje de milicias influyentes. En vano el actual primer ministro Adel Abdel Mahdi anunció hace un año la formación de un Consejo Supremo contra la Corrupción. Hasta la fecha, ningún corrupto ha sido llevado ante la justicia.

A principios de diciembre de 2018, hombres armados asesinaron a Azhar Al-Yassiri, director general de la Oficina de Supervisión Financiera. Sucedió a Ihsan Karim, quien también fue asesinado frente a su casa en julio de 2018. Estos dos hechos subrayan elocuentemente el poder de la corrupción frente a la debilidad del estado iraquí.

Reforzar las redes clientelares

El resurgimiento de las manifestaciones en Irak, con su amplitud y espontaneidad, refleja un rechazo real del régimen y el poder después del fracaso de una experiencia de 16 años. Este fracaso se ha vuelto aún más complejo debido a la estructura de la corrupción, la multiplicidad de líderes que saquean la riqueza de Iraq y el empobrecimiento de la población.

La ausencia de cualquier intento real de reforma y la persistencia del poder gobernante con sus partidos, sus corrientes y sus milicias, en posponer las demandas, en desviar recursos en beneficio de Irán y el régimen de Bashar al-Assad de Damasco y reforzar su opresión en el interior; todo esto refuerza la convicción de que no se quiere un cambio real. Al contrario, este poder solo refuerza las redes clientelares que promueven la corrupción dentro de la sociedad.

El levantamiento actual expresa una profunda desesperación por la capacidad de cambio del régimen, un deseo de suicidio colectivo a través de manifestaciones contra la crueldad de la represión que no duda en usar munición real. La valentía de la desesperación para escapar de una realidad siniestra. La peculiaridad de estas protestas es que han sido provocadas por grupos juveniles ilustrados, jóvenes graduados y graduadas, universitarios, a quienes se han unido jóvenes desesperados desempleados.

Ahora la población está convencida de que el régimen no es reformable. La generación más joven no puede creer las consignas de la reforma cuando observa la corrupción del poder y sus partidos. Además, las nuevas promesas serán la hoguera a la que se ha lanzado el régimen, permitiendo así el paso hacia una nueva República.

Fuente original: OrientXXI

Safaa Khalaf, periodista e investigador iraquí en el terreno de la sociología y del análisis de crisis. Premio Naseej 2017 de la Agence française de coopération médias (CFI) para investigaciones sobre el pluralismo cultural y religioso en Próximo Oriente.

Traducción: Faustino Eguberri para Viento Sur

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