Los actuales gobernantes ya no maquillan o disfrazan las ideas y decisiones que pueden resultar controvertidas, pues al parecer creen cada vez más que España es su España y su cortijo, y obran en consecuencia. Así, el ministro de Educación, José Ignacio Wert, acosado a menudo por los propios miembros del mundo de la enseñanza y la educación, declaraba sin el menor reparo en el Boletín Oficial del Estado del 24 de febrero de 2014 que el currículo de Religión Católica para Primaria, Secundaria Obligatoria y Bachillerato de la LOMCE ha sido confeccionado, a tenor del Acuerdo entre el Estado español y la Santa Sede sobre Enseñanza y Asuntos Culturales, mediante la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis.
En resumidas cuentas, la LOMCE saca de nuevo los cuernos al sol de sus feligreses votantes, queda confirmado que la aconfesionalidad del Estado es pura filfa, y que será motivo de mofa y escarnio quien aún ose afirmar que en un centro de enseñanza deben impartirse saberes racionales y científicos, pero en ningún caso creencias.
Atónito, leo en el BOE antedicho (Anexo I, Educación Primaria) de un Estado constitucionalmente aconfesional (¡qué sarcasmo!): «Jesús no sólo desvela el misterio humano y lo lleva a su plenitud, sino que manifiesta el misterio de Dios, nos hace conocer que el verdadero Dios es comunión: Dios uno y trino» o una perla pedagógica como: «El estudio y reflexión del cristianismo, por su intrínseca dimensión comunitaria, es una asignatura adecuada para desarrollar el trabajo en equipo y el aprendizaje cooperativo».
Asimismo, se establece como uno de los «estándares de aprendizaje evaluables», por ejemplo: «memorizar y reproducir fórmulas sencillas de petición y agradecimiento» (Primer Curso). En román paladino: recitar oraciones y jaculatorias será un criterio de evaluación en el aprendizaje de un niño o una niña de seis años, o «expresar, oral y gestualmente, de forma sencilla, la gratitud a Dios por su amistad» (Segundo Curso) u «observar y descubrir en la vida de los santos manifestaciones de la amistad con Dios» (Tercer Curso) o «identificar y juzgar situaciones en las que reconoce la imposibilidad de ser feliz» (Sexto Curso).
Pienso en los padres y las madres que deciden en los seis cursos de Primaria y los cuatro de Secundaria Obligatoria si sus hijos cursan la asignatura de religión católica, de oferta obligatoria en todos los centros, o la asignatura de Valores Éticos o ambas, considerando que su evaluación formará parte de la nota media global obtenida en el curso académico. Pienso en que un niño no es católico, judío, ateo, agnóstico, musulmán o evangélico, sino solo niño, y me pongo muy alta la canción de los Pink Floyd Teacher, leave those kid alone. Pienso en un incompetente rey borbón (¡otro más!), Fernando VII, que mediante el decreto de 4 de mayo de 1814, declaró nula la Constitución de Cádiz y los decretos de las Cortes, abandonando de nuevo la educación y la enseñanza a manos de la iglesia católica. Y lloro. Y exploto de indignación.
La religión es una de las trece materias optativas (entre ellas, Filosofía e Historia de España) de las que el alumnado de Bachillerato deberá elegir al menos dos. Pues bien, en el currículo de religión de Bachillerato e igualmente como «estándares de aprendizaje evaluables» encontramos, por ejemplo, que un alumno será evaluado, por ejemplo, si es capaz de
a) «descubrir, a partir de un visionado que muestre la injusticia, la incapacidad de la ley para fundamentar la dignidad humana. Comparar con textos eclesiales que vinculan la dignidad del ser humano a su condición de creatura» o
b) «calificar las respuestas de sentido que ofrece el ateísmo, agnosticismo o laicismo y contrastarlas con la propuesta de salvación que ofrecen las religiones» o
c) «reconocer con asombro y esforzarse por comprender el origen divino del cosmos y distinguir que no proviene del caos o el azar» o
d) «informarse con rigor y debatir respetuosamente, sobre el caso de Galileo, Servet, etc. Escribir su opinión, justificando razonadamente las causas y consecuencias de dichos conflictos».
Tras leer toda esta sarta de disparates, acude a mi mente una lúcida frase de Epicuro escrita hace más de 2300 años en su Carta a Meneceo:
«No es impío el que desecha los dioses de la gente, sino quien atribuye a los dioses las opiniones de la gente».