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La furibunda batalla histórica de la Iglesia española en contra de las libertades y las conquistas del «Siglo de las Luces» · por Manuel Medina

​Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

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La lucha historica del clero español en contra las Constituciones

Según Manuel Medina, autor de este artículo, en el curso del torbellino que significó todo el siglo XIX, España se vio sacudida por una épica batalla entre el inmovilismo de la Iglesia Católica y el emergente espíritu liberal y transformador. A medida que nuevas Constituciones buscaban remodelar la sociedad española, el clero se erigía en un violento bastión de resistencia, desencadenando conflictos que marcarían el pulso de una nación drásticamente dividida durante más de siglo y medio (…).

No son pocos los españoles y extranjeros que, a estas alturas del siglo XXI, continúan interrogándose sobre las razones por las que una buena parte del pueblo español ha expresado a lo largo de la historia de los dos últimos siglos, sentimientos y actitudes claramente anticlericales.

  En no pocas ocasiones, esta atribución fue deliberadamente puesta en circulación por la pasada dictadura de Franco, convenientemente respaldada por la historiografía ultraconservadora. Pero, al margen de estas intencionadas y evidentes manipulaciones, lo que sí es cierto es que en circunstancias en las que la convulsión social ha sacudido a este país, sectores concretos de la sociedad española han escogido a la Iglesia como el principal enemigo visible a batir.

    Este tipo de reacciones, históricamente reiteradas, no suelen ser nunca gratuitas. Frecuentemente, responden a razones multifactoriales, pero también a la memoria subyacente que cualquier colectividad social sigue conservando de forma latente.

     Esperamos que los breves datos que se aportan en este trabajo refresquen la memoria histórica y contribuyan a despejar las incógnitas e interrogantes que todavía puedan existir a este respecto.

    La cuestión es que actitud mantenida por la Iglesia Católica a lo largo de todo el siglo XIX en relación con las diferentes Constituciones que durante ese tiempo fueron promulgadas, fue de una resistencia feroz y motivo de duros enfrentamientos con los Gobiernos liberales y reformistas de ese periodo. Con ello, no hacía más que reflejarse una confrontación sin cuartel entre la tradición y los cambios sociopolíticos que tímidamente ya apuntaban en España.

UNA IGLESIA ANTICONSTITUCIONAL

   La Iglesia católica no perdió oportunidad de exhibir su fortísima resistencia frente a los movimientos liberales y sus Constituciones, a través de las cuales se pretendía introducir leves reformas en la sociedad, entre las que se incluían cambios superficiales en algunos contados aspectos del status privilegiado del que disfrutaba la religión católica y su influencia en la vida pública española.

     La confrontación entre la Iglesia y los movimientos liberales se hizo evidente de manera temprana ya en los comienzos del siglo XIX, mediante actos tan significativos como el respaldo eclesiástico al monarca Fernando VII, quien, tras jurar en un principio la Constitución de 1812, rapidamente volvió a retractarse, con el propósito de respaldar el orden absolutista, restaurar la Inquisición y anular reformas liberales de las Cortes de Cádiz.

      Esta confrontación previa se vio particularmente reforzada durante el trienio liberal (1820-1823), cuando la Iglesia, escandalizada por la orientación que tomaba el «viento de los tiempos»,  prestó un apoyo sin ambages a los partidarios de la continuidad de la Monarquía absoluta de los Borbones, oponiéndose rotundamente a las respetuosas reformas liberales que habían sido incluidas en la Constitución de 1812, por un atillo de procuradores, simpatizantes volterianos de la Revolución francesa y de la división de poderes que propugnaba Montesquieu.

     En respuesta a estas tentativas, la Iglesia española, para hacer prevalecer su vieja autoridad, se autoconstituyó en un rehabilitado «Tribunal de la Inquisición», dispuesta a dar antorcha a los «herejes» liberales que se atrevieran a defender una Constitución que, sin embargo y paradógicamente, en su articulado llegaba a reafirmar que «la religión de la nación era la católica, apostólica y romana, única y verdadera».

De tal envergadura fueron las «radicales» reformasque propugnaba la Constitución de 1812.

  LA IGLESIA, BASTIÓN DEL IMPERIO Y CUSTODIA DE LAS «ESENCIAS PATRIAS»  

      La Iglesia era entonces, – y continuó siéndolo a lo largo de una buena parte del siglo XX-, una institución extraordinariamente poderosa, que contaba con gigantescos latifundios, lujosos palacios, Iglesias y toda suerte de riquezas. Por ello, y en perfecta sintonía con la defensa de sus intereses materiales, sus representantes no se privaron de utilizar todo el peso de su influencia para dar todo su apoyo a los absolutistas, efímeramente derrotados.

   Para impedir que su poder pudiera quedar reducido al ámbito de los púlpitos, procedieron a la creación en todos los territorios del país unas llamadas «Juntas Apostólicas», que, enarbolando la bandera de la «Santa Liga Cristiana», convirtieron la causa anticonstitucional en motivo de rebato y de masivas movilizaciones sociales.
 
 

    Estas «Juntas», que contaron con una suerte de sucursales en todas las provincias españolas, se dedicaron, como tarea prioritaria, al derribo y destrucción de los símbolos constitucionales, que habían sido erigidos en numerosos lugares públicos de la geografía del país.

    De esa forma, el clero trataba de demostrar de manera expresiva y violenta su radical oposición a cualquier tipo de cambios que osaran desafiar la continuidad del Antiguo Régimen feudal, en cuyo marco la Monarquía de los Borbones había otorgado al estamento eclesiástico un preponderante papel social y político que desempeñar.

LA BATALLA «COMUNICACIONAL»

    Con similar virulencia, la Iglesia española participó activa e intensamente en campañas de desprestigio contra los Gobiernos liberales. Y lo hizo a través de todo tipo de pastorales político-religiosas en las que trataba de ensombrecer la actividad política y de gestión de los mismos. Vista con ojos actuales, se trataba de una propaganda tosca, en la que un macabro argumentario relacionado con el malvado Belcebú, los fuegos del infierno y la «santaira de Dios»  jugaban su papel.

    No fueron escasos los Obispos y Cardenales españoles que, mediante sus discursos incendiarios, se ofrecieron a participar activamente en un aquelarre macabro, en el cual las brujas y los machos cabríos fueron erigidos por altos dignatarios eclesiásticos que recorrían los lugares más remotos y miserables del país con el propósito de soliviantar a una población campesina analfabeta, amenazándola con el fuego eterno de los infiernos. 


   Para ello, los púlpitos fueron utilizados como eficaces portavoces comunicacionales, que diríamos hoy. Desde ellos,y sin disimulo alguno, los prelados defendían los intereses materiales y la influencia de la Iglesia como si de una suerte de «derecho divino» se tratara.

    Esa turbulenta radicalización en contra de los liberales se puso de manifiesto a través de una estrambótica entremezcla de la teología y los aspectos más triviales de la vida cotidiana.  Mediante este tipo de argucia, el conflicto llegó a alcanzar tal grado de enconamiento que la histeria  arrastró a la Iglesia y a su clero a cometer graves tropelías «en nombre de la fe».

     Difícilmente podría entenderse hoy el anticlericalismo contemporáneo que la historiografía conservadora ha atribuido a los sectores populares si no tuviéramos en cuenta este tipo de precedentes.   

CONTRA «CASI» CUALQUIER CONSTITUCIÓN  

      Pero el rechazo de la Iglesia Católica no se limitó a la Constitución liberal de 1812.  La conducta furibunda desatada por el clero católico en contra de las Constituciones promulgadas a lo largo del siglo XIX afectó, en una u otra forma, con mayor o menor intensidad, a cada una de ellas.


    Con objeto de que el lector pueda disponer de una visión panorámica de cuáles fueron y en qué consistieron esas actitudes anticonstitucionales de la Iglesia, trataremos de resumirlas con este breve esquema:

Constitución de 1812 («La Pepa»)
     Actitud inicialmente hostil: El clero se opuso firmemente a esta constitución debido a su carácter liberal y sus intentos de limitar el poder de la Iglesia. La Constitución de 1812 reducía los privilegios eclesiásticos, promovía la soberanía nacional, y establecía la separación de poderes, lo que amenazaba directamente el poderío tradicional del clero.

Constitución de 1837
     Continua resistencia: La Constitución de 1837, surgida en el contexto de la regencia de María Cristina, intentaba un equilibrio entre el liberalismo moderado y ciertas tradiciones, incluyendo el papel de la Iglesia. Aunque menos radical que la de 1812, el clero seguía viendo con recelo cualquier esfuerzo de reforma que pudiera limitar sus privilegios.

Constitución de 1845
    Apoyo condicionado: Esta constitución consolidó el liberalismo moderado y fue más favorable a la Iglesia, al no cuestionar tanto sus propiedades ni su influencia social. La actitud del clero hacia esta constitución fue menos hostil, mostrando apoyo a un régimen que garantizaba mejor sus intereses.

Constitución de 1869
     Oposición ante el liberalismo avanzado: Promulgada después de la Revolución Gloriosa de 1868, esta Constitución estableció la libertad de culto, lo que representó para la Iglesia un auténtico movimiento telúrico, un golpe directo a la posición privilegiada de la Iglesia Católica. La actitud del clero fue de fuerte y franca oposición, al ver amenazada su hegemonía religiosa y social.

Constitución de 1876 (Restauración Borbónica)
      Reconciliación cautelosa: La Restauración Borbónica buscó el apoyo de la Iglesia para estabilizar el régimen. La Constitución de 1876 reflejó un regreso a un modelo más conservador, sin cuestionar profundamente los privilegios eclesiásticos. La actitud del clero fue de un apoyo más abierto, al ver restaurada su influencia y posición.

     El clero y la jerarquía católica se posicionaron, pues, de forma general en contra de los movimientos constitucionales y liberales  de todo el siglo XIX, defendiendo tanto al absolutismo como asus propios privilegios frente a los cambios sociales y políticos que proponían los liberales, empeñados en franquearle las puertas a un capitalismo incipiente que, a destiempo, trataba de abrirse paso en muy localizados territorios del Estado, sin que para ello contara con grandes apoyos.

    La postura de la Iglesia Católica era perfectamente coherente con el papel tradicional que hasta entonces había jugado, como pilar del orden social y político establecido. Su resistencia a los cambios no hacía más que reflejar su justificado temor a perder la influencia y el poder indiscutible de que había disfrutado hasta entonces.


    ¿QUÉ FACTORES POLÍTICO-SOCIALES DETERMINARON EL POSICIONAMIENTO ANTICONSTITUCIONAL DE LA IGLESIA?


      Pero, ¿en qué consistían los entresijos de una influencia eclesiástica que se proyectaría hasta muy avanzado el siglo XX, salvo el lapso de los seis escasos años que duró la II República española?

   Veamos también aquí de forma esquemática cuáles fueron los resortes que movía la Iglesia católica para mantener su perseverante y frontal resistencia frente a las Constituciones liberales:

     – Defensa de privilegios y propiedad: La Iglesia Católica, siendo una de las instituciones más poderosas y terratenientes del país, veía en el constitucionalismo una amenaza a sus vastos privilegios y propiedades. El constitucionalismo promovía reformas que podían afectar la riqueza y el poder económico de la Iglesia, incluyendo la redistribución de la propiedad y la reducción de los diezmos.

    – Preservación del orden tradicional: El clero apoyaba un orden social y político tradicional, donde la monarquía absoluta y la alianza entre el trono y el altar aseguraban su influencia en la vida social y política. El movimiento constitucional, con su énfasis en la soberanía popular y la separación de la Iglesia y el Estado, era visto como un desafío directo a este orden.

    – Temor a la pérdida de control social: La Iglesia jugaba un papel central en la vida cotidiana de los españoles, no solo en términos espirituales, sino también como institución que proporcionaba educación, caridad y asistencia social. El constitucionalismo amenazaba con transferir estas responsabilidades al Estado, reduciendo así la influencia directa de la Iglesia sobre la población.


    – Reacción contra el liberalismo y el secularismo: El constitucionalismo en España estaba estrechamente asociado con ideas liberales y secularistas que buscaban limitar el poder político de la Iglesia y promover la tolerancia religiosa. Esto era inaceptable para un clero que consideraba la fe católica como la única verdadera y se veía a sí mismo como el guardián de la moralidad y la ortodoxia.

    – Resistencia a Cambios en la Enseñanza y la Educación: Los constitucionalistas abogaban por reformas educativas que incluían la secularización de la enseñanza. La Iglesia, que controlaba gran parte de la educación, veía estas propuestas como un ataque directo a su capacidad para inculcar valores católicos y mantener así su influencia ideológica sobre las futuras generaciones.

     Resumiendo, y a modo de síntesis, habría que añadir que para el clero español las Constituciones representaban un cambio radical en la forma de vida y de Gobierno, que podría diluir su influencia, reducir sus ingresos y cuestionar su autoridad y posición privilegiada en una sociedad agraria como la española.

     Y, en parte, solo en parte, no le faltaba razón.

(*) MANUEL MEDINA es profesor de Historia.

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