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La fe popular, la que no entiende de teologías, confía en las oraciones para que llueva
Al creer de verdad, se convierte en un rito de raíces atávicas que debe tener contrapartidas. Es, en cierto modo, lo que también pedía el poeta Fages de Climent en aquella emotiva oración al Cristo de la Tramuntana: «Senyor, empareu la closa i el sembrat, / doneu el verd exacte al nostre prat / i mesureu la tramuntana justa / que eixugui l’herba i no ens espolsi el blat». Es decir, pedimos bajo demanda. En caso de que nos ocupa una lluvia persistente, pero benéfica, adecuada a las necesidades. La justa. El filósofo Josep M. Esquirol afirmaba que «no somos dioses y por eso pedimos y oramos, y esperamos», un concepto que es la antítesis de lo que describía la teóloga Marion Muller-Colard cuando hablaba del «Dios contractual»: la oración como una transacción. Te invocamos, Dios, te adoramos, pero haz que llueva. Sin embargo, la fe del carbonero no sabe de estas disquisiciones intelectuales.