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La esperanza del Papa

Benedicto XVI vendrá a España en agosto de 2011. Celebrará la Jornada mundial de la Juventud. Pero el centro no será tanto la juventud cuanto el Papa. Papa-Jefe-de-Estado. Rodeado de su corte de Príncipes de la Iglesia. Viaje preparado por su embajador el nuncio ayudado por Rouco Varela como presidente de la Conferencia Episcopal. Cuánto título: jefe, príncipes, embajador, presidente. Todo para representar la sencillez humana de un Jesús de Nazaret comprometido con los pobres, intransigente con los mercaderes, que repudió un estamento religioso fariseo e hipócrita, que se puso al lado de prostitutas y pecadores, que hizo del amor la más bella utopía. Cruces de oro donde hubo madera y anillos brillantes donde las manos desnudas soportaron clavos.

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El cardenal Cañizares, hoy ministro en Roma, lo exige de forma rotunda: España o es católica o no es España. ¿Pero en qué consiste el catolicismo español? Para ser “católico practicante” se exige sólo un cumplimiento ritual y no la lucha por la consecución de valores “radicales” y fundadores de nuestra irrenunciable grandeza: el amor a lo humano en cuanto humano, el valor de la ciencia como revelación del misterio que somos, el cosmos como residencia del Dios-hecho-hombre, prójimo implicado en la aventura temporal e histórica, la libertad poética, siempre creadora de utopías, la pregunta sobre el ser respondida desde el temblor de la provisionalidad, la fraternidad constructora de un mundo habitable para todos y no para unos pocos, la propiedad de los bienes como posesión distributiva, la siembra de un mensaje inquietante, interpelante, agitador de conciencias y nunca narcotizante, la proclamación exigente de los derechos humanos como elemento dinamizador de la evolución humana. Y así podríamos seguir ahondando, pregunta a pregunta, hasta la crucifixión silente de la muerte.

¿Tan poca estima tiene la Iglesia por su esencia cristiana que se siente satisfecha con el cumplimiento periférico, con el simplismo suburbial de unos mandamientos no transformadores de realidades esclavizantes, homófobos, incomprensiblemente amantes de María de Nazaret pero capaces de marginar a la mujer a lo largo de la historia, estructurados alrededor de actitudes costumbristas disfrazadas de tradición, impuestas desde criterios anquilosados y al margen de preocupaciones inherentes al devenir histórico?

Y aquí aparece Esperanza Aguirre, la esperanza del Papa. Proclama a Madrid como “la capital del mundo joven”. Todos los órganos administrativos de la Comunidad estarán al servicio de esa juventud. Será gratuito el transporte y el alojamiento de todos los que acudan a venerar al Santo Padre. Madrid será el resumen de una España que por católica es más España. Madrid compendiará la semana santa sevillana, las lágrimas rocieras, las romerías de pan, tortilla y bota de tinto.

Y el Papa podrá condenar el aborto, el preservativo, la enfermedad de los homosexuales. Proclamará la necesidad de que la mujer permanezca en la sombra. Advertirá sobre los peligros de los avances científicos, marginando, por ejemplo, las células madres que salvan vidas. Dignificará la muerte entre dolores porque Dios así lo ha querido. Predicará la pobreza como un designio de Dios y no como una consecuencia inmoral de la riqueza. Ensalzará la resignación como virtud que disimula la voracidad de un capitalismo aniquilante y remitirá a los hambrientos al cielo mientras en la tierra algunos tienen la desgracia de llenar sus estómagos.

España católica. Madrid católica y gratuita. Esperanza es la esperanza del Papa.

Rafael Fernando Navarro es filósofo
Blog de Rafael Fernando Navarro

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El cardenal Cañizares, hoy ministro en Roma, lo exige de forma rotunda: España o es católica o no es España. ¿Pero en qué consiste el catolicismo español? Para ser “católico practicante” se exige sólo un cumplimiento ritual y no la lucha por la consecución de valores “radicales” y fundadores de nuestra irrenunciable grandeza: el amor a lo humano en cuanto humano, el valor de la ciencia como revelación del misterio que somos, el cosmos como residencia del Dios-hecho-hombre, prójimo implicado en la aventura temporal e histórica, la libertad poética, siempre creadora de utopías, la pregunta sobre el ser respondida desde el temblor de la provisionalidad, la fraternidad constructora de un mundo habitable para todos y no para unos pocos, la propiedad de los bienes como posesión distributiva, la siembra de un mensaje inquietante, interpelante, agitador de conciencias y nunca narcotizante, la proclamación exigente de los derechos humanos como elemento dinamizador de la evolución humana. Y así podríamos seguir ahondando, pregunta a pregunta, hasta la crucifixión silente de la muerte.

¿Tan poca estima tiene la Iglesia por su esencia cristiana que se siente satisfecha con el cumplimiento periférico, con el simplismo suburbial de unos mandamientos no transformadores de realidades esclavizantes, homófobos, incomprensiblemente amantes de María de Nazaret pero capaces de marginar a la mujer a lo largo de la historia, estructurados alrededor de actitudes costumbristas disfrazadas de tradición, impuestas desde criterios anquilosados y al margen de preocupaciones inherentes al devenir histórico?

Y aquí aparece Esperanza Aguirre, la esperanza del Papa. Proclama a Madrid como “la capital del mundo joven”. Todos los órganos administrativos de la Comunidad estarán al servicio de esa juventud. Será gratuito el transporte y el alojamiento de todos los que acudan a venerar al Santo Padre. Madrid será el resumen de una España que por católica es más España. Madrid compendiará la semana santa sevillana, las lágrimas rocieras, las romerías de pan, tortilla y bota de tinto.

Y el Papa podrá condenar el aborto, el preservativo, la enfermedad de los homosexuales. Proclamará la necesidad de que la mujer permanezca en la sombra. Advertirá sobre los peligros de los avances científicos, marginando, por ejemplo, las células madres que salvan vidas. Dignificará la muerte entre dolores porque Dios así lo ha querido. Predicará la pobreza como un designio de Dios y no como una consecuencia inmoral de la riqueza. Ensalzará la resignación como virtud que disimula la voracidad de un capitalismo aniquilante y remitirá a los hambrientos al cielo mientras en la tierra algunos tienen la desgracia de llenar sus estómagos.

España católica. Madrid católica y gratuita. Esperanza es la esperanza del Papa.

Rafael Fernando Navarro es filósofo

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