Muchos colegios imponen el catolicismo a sus alumnos, aquí algunos casos
En la escuela colombiana no hay respeto por la figura del niño ni del adolescente,ni mucho menos por la constitución política de 1991 que en su artículo 19 dice que se respeta la libertad de culto en Colombia y que toda persona tiene derecho a profesar libremente su religión. Parece que viviéramos en la constitución de 1886 que en su artículo 41 decía que “la educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la religión católica”.
Hace unos meses estaba en ejercicio de mi práctica en el aula de una institución educativa pública, y presencié, sentado desde la silla del profesor, cómo el maestro director de grupo, obligaba (literalmente) a los estudiantes a ponerse de pie para rezarle a “papá Dios”.
Noté inmediatamente las caras inconformes de aquellos niños, incluso unos con ganas de llorar, porque no quería rezar. Me miraban con cara de “qué pereza”. Yo solo los miraba con comprensión, fruncía los labios y encogía levemente los hombros. Cuántos de ellos profesarían otra religión (aunque también obligada por parte de los padres de familia) y aun así les exigían la oración católica de agradecimiento al altísimo de los católicos.
Siempre con las amenazas de que si no rezaban, no salían a descanso; y siempre con los cuentos fantasiosos de rezarle a una elucubración fantasiosa. Ya en el bachillerato la cosa no es tan drástica pero sí se sigue imponiendo el catolicismo.
William Ospina en uno de sus libros, Pa’ que se acabe la vaina, decía que durante los 80 y principios de los 90 (y durante mucho tiempo) el modelo escolar estaba hecho para reproducir unas cuantas verdades eternas: que la Iglesia católica era el único credo, fuera del cual no había salvación; que el matrimonio por la Iglesia era la única fuente de legitimidad social; que Colombia era un país blanco, católico, de origen europeo; que nuestro deber era hablar una lengua de pureza castiza, y que la democracia sólo exigía respeto absoluto por las autoridades, sometimiento total a las normas, obediencia al Estado y a sus fuerzas armadas. Omitiendo algunas cositas, cualquier parecido con la realidad, hoy pleno siglo XXI, ¿es pura coincidencia? Tal parece que andamos todavía en los 80. Se sigue obligando a los muchachos a ser católicos. Acá no hay católicos por convicción (eso ya no existe, eso tal vez se podría decir en tiempos de León María Lozano), acá hay católicos a la fuerza.
Yo, por ejemplo, casi que fui víctima de una persecución en el colegio del que me gradúe de la educación básica. Me obligaron a ir a misa en varias ocasiones, a pararme y a aplaudir (estamos hablando de 2011). Ellos me hicieron la guerra, y yo no me quedé sin atacar: fui constante crítico de la mal llamada clase de religión, que solo era catolicismo. Exigía que no hubiera proselitismo religioso, que se nos enseñaran las otras religiones, al menos las principales (eso decía yo, aunque hoy con migajas más de conocimiento, exigiría mucho más). Protestaba por el uniforme, por la constante pedidera de dineros, por la ineficiencia de algunos maestros y por otros asuntos.
Con esas exigencias, lo único que recibí como respuesta fue: “la próxima semana le traigo a un Padre”. Realmente, pensé que era un chiste, un patético chiste por parte del profesor de religión. Efectivamente llegó el padre, con un acento español ibérico bastante marcado. Pues bien, no estaba solo, tenía mi agenda con fechas, datos y demás apuntes, porque mis compañeros estaban en favor, por supuesto, del Padre. Le argumenté mis posiciones, él trató de argumentar las suyas, y al final, algo le incomodó y me levantó el dedo medio de su mano derecha, acompañado de un “con todo respeto, pero sentaos acá, y saludaos a tu abuela”. Y se retiró. Yo solo me reí y le dije que volviera para que charláramos mejor; él se negó. Claro, no era para menos, yo, un puberto, le toqué temas sensibles como las riquezas exageradas del Vaticano, la corrupción de la iglesia católica, la pedofilia, y por supuesto la inquisición, además del catolicismo obligado que nos obligaban a profesar en un país que se dice ser laico.
Lo anterior para ejemplificar el poder que ha tenido la iglesia católica, todavía en nuestros tiempos, sobre las instituciones educativas públicas. Cómo, a toda costa, quieren mantener su vínculo con la educación, y de esta sucia violación, forman parte los directivos, quienes obligan a los estudiantes a ir a los rituales caníbales de esa iglesia, y si no van, les piden algún tipo de certificado, les hacen anotaciones, o les ponen a hacer talleres de relleno (en el mejor de los casos). A mí, por ejemplo, en una ocasión me llegaron a exigir un papel de notaría que certificara que no era creyente, a lo que por supuesto me opuse tajantemente y no presenté más que más argumentos en contra del catolicismo en la institución educativa.
Sé muy bien que la mayoría de los docentes son católicos y que los directivos también van por esa línea, lo mismo que nuestros dirigentes; y que es cuasi imposible tratar de erradicar el proselitismo religioso de nuestras escuelas, pero no queda mal hacer un intento, y quienes sean padres de familia, exigir en las escuelas que no sucedan tales cosas. Pero queda muy difícil cuando los mismos padres de familia colaboran metiendo a presión una religión en las cabezas de sus hijos.
Bien decía Manuel González Prada que la neutralidad en la escuela puede considerarse casi que imposible o muy difícil, que se necesita ser un imbécil o un gran filósofo para profesar una doctrina y no tratar de inculcarla en el cerebro de sus discípulos.
Pero al menos que disimulen, que trabajen con el currículo oculto o qué sé yo, no restregando el catolicismo en la cara de los estudiantes de instituciones educativas públicas que dicen pertenecer a un país y a una educación laica.
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