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La erosión de las religiones y la pervivencia de las iglesias · por Antonio Gómez Movellán

En muchos países europeos, entre ellos el nuestro, millones de personas se declaran ajenas a la religión y también a las iglesias. En la mayoría de los países europeos, los jóvenes entre 16 y 29 años no creen en las religiones, y así sucede en Estonia, Suecia, Países Bajos, Reino Unido, Hungría, Bélgica, Francia, Dinamarca, Finlandia, Noruega; en España, el 60% de los jóvenes se declara no creyente. La mayor concentración de jóvenes adultos que se identifican como cristianos se encuentra en Polonia (83%), Lituania (74%) e Irlanda (59%), mientras que las proporciones más pequeñas se encuentran en la República Checa (9%), Suecia (18%) y Países Bajos (19%).

El fin de la sociedad rural, el predominio de la sociedad urbana junto al desarrollo tecnológico y científico ha golpeado a las religiones, en algunas formaciones sociales, en el reducto que aun conservaban: el terreno mitológico, simbólico e ideológico; ello es así porque la mitología, los símbolos y la ideología del cristianismo europeo, y, en general, de todas las religiones abrahámicas se originaron en “la edad de las tinieblas”. Las iglesias cristinas y las religiones que existen en Europa, cada vez más, están fuera de sitio y constituyen más un legado cultural, y una tradición social que una corriente ideológica activa. Por supuesto, que el declive de los cultos tradicionales y la desaparición de sus iglesias será un proceso lento que reformará a las iglesias existentes, y que irá acompañada, seguramente, con el surgimiento de nuevas religiones. Quizás la expresión de la búsqueda de un nuevo universo religioso e ideológico se encuentre fuera de cualquier esbozo de nueva religión o del establecimiento de religiones importados y lo encontremos en la propia mentalidad social predominante, donde la racionalidad científica y la innovación tecnóloga se constituyen como un nuevo paradigma ideológico que sublima cualquier espiritualidad: en cierto sentido, el transhumanismo ha hecho caer los velos ocultos de las religiones. Pero en las sociedades europeas esta mentalidad predominante también compite con nuevas supersticiones y sacralidades, así como con nuevas formas de alienación social: el deporte de masas, la televisión basura, las nuevas creencias mágicas y nuevas supersticiones populares.

También en las sociedades europeas sectores sociales marginados que tienen su origen en el colonialismo europeo abrazan nuevos movimientos religiosos comunitaritos, como es el caso del islam político, o como miles de personas emigrantes latinoamericanas abrazan los cultos evangélicos de origen norteamericano, y que representan una especie de ideología de prosperidad para los pobres.

Sin embargo, en Europa, y siempre con sus especificadas nacionalidades, las iglesias cristianas y, en particular, la Iglesia católica, tiene y conserva mucho peso debido a su poder corporativo, y también porque constituyen aún la ideología de las clases dominantes y aun forman parte del poder político, pese a la secularización de los estados y sociedades. En los países europeos nórdicos, por ejemplo, las iglesias reformadas son las iglesias oficiales, y sus monarcas son los jefes de las mismas, y lo mismo ocurre en el Reino Unido. En Alemania, el principal partido político se denomina democratacristiano, y así ocurre con las principales corrientes políticas del centro derecha europeo, que se consideran a sí mismas como “cristianas”. En los países católicos europeos la Iglesia tiene y conserva un poder enorme en la educación, en los servicios sociales, en los sistemas sanitarios y en la educación de las élites sociales, y constituyen un factor de poder nada despreciable. La segregación educativa de las clases medias y altas en colegios católicos y en universidades privadas católicas, así como el control de muchas de las principales escuelas de negocios empresariales por las organizaciones religiosas no es nada despreciable, ya que constituye un elemento esencial que une a las élites sociales con la ideología religiosa y constituye un elemento de auto identificación que también va asociado a un modelo de familia cristiana y a una mentalidad conservadora. Igualmente, el control del sistema universitario privado y la implicación de las órdenes religiosas católicas en los negocios y finanzas es también muy importante, y así lo vemos en órdenes religiosas como el Opus Dei o los jesuitas, cuya penetración e influencia en el sistema financiero empresarial y en las organizaciones internacionales es muy importante. Piénsese, por ejemplo, cómo la Unión Europea hoy está dirigida por una mujer ultra católica, o cómo el funcionario de más rango español en Europa, el  vicepresidente del Banco Central Europeo, Luis de Guindos, es del Opus Dei. Todo esto se multiplica a escala de cada nación, y vemos que la política en Europa no está tan secularizada como se pretende, y por eso el interés de la mayoría de los políticos de legitimarse con algún simbolismo religioso. No es casualidad que políticas como Theresa May o Angela Merkel fueran hijas de pastores protestantes, o que Máximo D’Alema, el que fuera joven dirigente del Partido Comunista italiano, y más tarde fundador del Partido Democrático de la Nueva Izquierda y alcalde de Roma, acabara siendo un miembro destacado del Opus Dei.

El transhumanismo ha hecho caer los velos ocultos de las religiones

Simone Weil decía que “cuando los templos están vacíos las religiones desparecen”; sin embargo, esto no es así, ya que la pervivencia del poder corporativo de las religiones hace que las iglesias sigan perviviendo. En Europa nos encaminamos a una sociedad más plural en lo religioso, donde convivirán movimientos integristas de los cristianismos (ultra catolicismo, evangelismo norteamericano), con nuevos comunitarismos religiosos, como el islam político; en algunas sociedades el revival de las religiones tradicionales, como el catolicismo, irá asociada a un ultranacionalismo  populista, como hoy  vemos en Polonia o en Rusia, y durante mucho tiempo las religiones y las iglesias cristianas constituirán la ideología espiritual identitaria para las clases altas y medio altas en Europa, y todo esto convivirá, a su vez, con un secularismo social predominante.

Todos sospechamos que vivimos en un mundo en profunda trasformación, donde los paradigmas heredados de la tradición religiosa europea están siendo enterrados. Quizás el desarrollo científico y técnico experimentado en el último siglo, y los modelos sociales asociados a los mismos deriven, al final, en estructuras políticas y sociales radicalmente diferentes a las que conocemos, e incluso puedan dar lugar a nuevas religiones. Lo que no cabe duda es que en muchos países europeos existen millones de personas que están alejadas de las religiones tradicionales y de cualquier universo mitológico que no resista la prueba de la ciencia. ¿Será la religión futura una religión “científica”?

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