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El objetivo no debe ser otro que la paz. En este sentido, debemos entender y reivindicar la prioridad de la unión cultural a través de la educación, a la unidad militar, financiera y política. El futuro de Europa no es una simple prolongación de su historia, sino que se ha de ir construyendo desde la continuidad y el fortalecimiento de los ideales y valores democráticos
El proceso de construcción de la Unión Europea da un salto cualitativo en el año 2000, en Niza, con la proclamación de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE. Seis pilares que establecen y definen la identidad europea: dignidad, libertad, igualdad, solidaridad, ciudadanía y justicia. En ese marco, la formación de la identidad europea debe comenzar en el despertar intelectual que es la educación.
En este período de “paz”, sin guerras mundiales, pero con cientos de conflictos armados, Europa vuelve a sufrir uno, en su propio territorio, en Ucrania, el mundo parece estar dominado por una marcada mentalidad belicista, donde no pocos líderes mundiales fomentan la confrontación, la violencia, el odio, “crece un deseo autoritario (…) En el plano cultural triunfan las identidades defensivas y ofensivas” (Marina Garcés). En este escenario mundial, la educación debe ser un baluarte de resistencia y un elemento clave en la construcción de una Europa de ciudadanos y de ciudadanas libres y críticos; y debe partir de ese enfoque establecido en la Carta de Derechos Fundamentales, distinto totalmente a la hora de pensar y concebir Europa y la propia Humanidad, poniendo el énfasis en todo aquello que tienen en común los pueblos. En todo aquello que nos debemos unos a otros y que ha hecho posible el avance de la Humanidad.
Nuestros esfuerzos deben dirigirse a los niños y a las niñas, adolescentes y jóvenes, pues como escribe Amin Maalouf “la identidad no se nos da de una vez por todas, sino que se va construyendo y transformando a lo largo de toda nuestra existencia” Para que cada generación sea más humana habrá que educarla mejor. El sistema educativo, con sus tres subsistemas en armonía -escolar, familiar y sociocultural- tendrá que ir construyendo una disposición moral y ética de la persona ante la vida, cuyos fundamentos han de ser la unidad, dentro del respeto a la diversidad, y el apoyo mutuo. La educación, que debe hacer factible una identidad europea, tiene que escribirse desde la altura del logro cultural y social compartido. Educar para construir una ciudadanía europea, desde la educación en valores éticos y ciudadanos, que hagan hincapié en revertir la rivalidad, que la mayoría de las veces aboca hacia la confrontación y el antagonismo, y fortalecer el espíritu comunitario, hospitalario y generoso. “Tanto más valioso será educar a tiempo a una generación que sea capaz de tributar el mismo respeto al inventor en su laboratorio, al genial estratega en su despacho, a un Edison, a un Marconi, a un Einstein, una generación que contemple a los artistas e intelectuales como a los nuevos modelos de su fuerza espiritual” Stefan Zweig.
El objetivo no debe ser otro que la paz. En este sentido, debemos entender y reivindicar la prioridad de la unión cultural a través de la educación, a la unidad militar, financiera y política. El futuro de Europa no es una simple prolongación de su historia, sino que se ha de ir construyendo desde la continuidad y el fortalecimiento de los ideales y valores democráticos, y más humanos, pero siempre con las transformaciones necesarias. En este sentido, la educación tiene un papel fundamental.
Esta apuesta por una educación que fortalezca la identidad europea basada en la Carta de Derechos Fundamentales solo será posible si los países que componen la Unión, los que están en trámite de incorporación y los que forman parte del espacio europeo, aunque no estén en la UE, apuesten verdaderamente por la educación como motor de cambio social y cultural.
“Maestros y profesores reciben elogios, la cursilería de los discursos que exaltan la abnegada labor de los apóstoles de la docencia que amorosamente moldean con sus manos la arcilla de las nuevas generaciones; y, además, reciben salarios que se ven con lupa” Eduardo Galeano. Estas palabras nos sitúan sobre una realidad que aún no se ha superado en no pocos países de Europa: el profesorado, el alumnado y las familias han sido las paganas tanto de la crisis de 2008 como de la pandemia de la COVID-19, con una gran contracción de la educación pública que ha impactado negativamente sobre la garantía del derecho a la educación, la equidad y el trabajo digno. De estos polvos nos vienen estos lodos, que no terminamos de bandear: recortes en la inversión, debilitamiento del derecho a la educación y un gran debilitamiento de la equidad. En España hemos sufrido, y no terminamos de remontar, los recortes en la inversión y las políticas educativas segregadoras, que han actuado sobre la gran mayoría de la comunidad educativa como un tren de alta velocidad que, en vez de pasar por la vía, ha arrasado a cientos de miles de personas que esperaban en el andén para subirse. Y ha sido la LOMCE el artífice de tamaño desaguisado. La LOMLOE, es una palanca de cambio para recuperar derechos, equidad e inversión; pero no todo está hecho, ni todo ha sido revertido. En la reciente Cumbre celebrada en Valencia entre países miembros de la OCDE y los sindicatos de la Internacional de la Educación (IE), se han puesto una vez más de manifiesto, las debilidades y necesidades de los sistemas educativos, también del español: a) recuperar la inversión en la educación pública, y con ella el derecho universal a la educación y la equidad; b) activar las políticas necesarias para el profesorado: mejorar la formación inicial; racionalizar el acceso a la profesión; articular una formación permanente pública y de calidad que permita la puesta al día del colectivo docente que es fundamental para la calidad del sistema educativo; y recuperar la negociación colectiva construyendo el escenario adecuado para la recuperación de la inversión y los derechos perdidos, así como mejorar sustancialmente las condiciones socio-laborales y salariales del colectivo; c) articular las medidas necesarias para hacer frente al problema, cada vez más preocupante, de la segregación escolar; d) la necesidad de un modelo educativo, inclusivo, participado por el conjunto de la comunidad educativa; e) atención personalizada al alumnado para garantizar el éxito educativo; f) atención prioritaria a la infancia que migra; g) políticas públicas que contrarresten los grandes monopolios tecnológicos, reivindicando una transición digital que tenga en cuenta tres componentes fundamentales: el derecho a la educación, la equidad y la ética; h) conciencia ambiental para fortalecer la sostenibilidad del planeta.
Es urgente que la Unión Europea (UE) acuerde una agenda en la que, con el compromiso y la implicación de los países miembros, se pueda articular un mínimo de medidas básicas que, al menos sean directivas que, todos los países miembros, vayan incorporando a sus políticas educativas: financiación, becas y ayudas, políticas de protección a la infancia, políticas laborales y salariales y de apoyo a la profesión docente y a la de otros colectivos implicados en este trabajo tan complejo. Entendiendo que la directiva es una disposición normativa de derecho comunitario que vincula a los estados de la UE.
Las palabras son importantes, pero sólo se las captarán si se traducen en sólidos fundamentos; éstos, a su vez, en prioridades políticas e inversoras; y éstas en un sistema educativo con fines y objetivos de gran calado social y cultural. “Recordemos las palabras de Fausto que declina decididamente la formulación ”En el principio era el verbo“ y sentencia al respecto, de forma categórica, al más certero ”en el principio era el hecho“. Stefan Zweig.
Francisco Garcia | Pedro Badia
Secretario General de la Federación de Enseñanza de CCOO | Secretario de Política Educativa de la Federación de Enseñanza