Si hay una derrota que la izquierda madrileña (posiblemente en toda España, pero en Madrid más) está cosechando sin duda es la de no marcar prácticamente nunca la pauta de lo que se habla. Aquí, Ayuso, Almeida, los teleñecos de Ciudadanos y las sombras de Vox abren la agenda, escriben los titulares y la izquierda se encarga de rellenarlos. Una y otra vez. En la polémica del mural feminista de Ciudad Lineal lo han vuelto a conseguir.
No ha hecho falta ni la imagen de unos operarios pintando de blanco encima de la obra: solo anunciar que el Ayuntamiento del Alcalde Moderado accedía gozoso a la recomendación de Vox para cargárselo ha bastado para que la pandemia, la pésima gestión de la nevada (que seguimos pagando) y multitud de temas mollares que atentan directamente contra las condiciones materiales de los sectores más desprotegidos de la ciudad pasasen a un segundo plano y lo hayamos rellenado con tuits, fotos, concentraciones, energía colectiva y actuaciones varias alrededor de un mural que, apuesto, no se destruirá. Ha permitido al Alcalde Majete además mencionar a ETA. Win win.
No pienso yo hablar de qué debe marcar la agenda feminista porque no lo sé, pero sí puedo decir que esto del mural no ha sido la mayor afrenta al feminismo que han hecho las tres derechas en Madrid en los últimos tiempos. Hablamos de una Comunidad que dedica ahora poco más de la mitad de los recursos a Igualdad que hace una década. Es un retroceso sin precedentes que no ha provocado una movilización tan vehemente como lo del mural. Y no hablo solo de las feministas, hablo de todos nosotros y nosotras.
Mi sensación es que las derechas tiran la galletita de lo simbólico para comerse el solomillo de lo que hace daño de verdad. Y que la izquierda pica. ¿Hay que dejar pasar lo del mural? Por supuesto que no, pero quizá habría que pensar más antes de actuar. O tener una estrategia que sitúe el debate en las condiciones materiales siempre por encima de lo simbólico. La retirada de una placa de Largo Caballero se contrarresta mejor poniendo otras diez placas antes que colocarlo días y días como centro del debate. Si se cargan un mural, pintemos 100. No demos la batalla en sus marcos. Creemos otros. Que tengan más que ver con una estrategia que con lo que nos llega al corazón. Que reflexione primero por qué hacen lo que hacen y qué quieren que pase.
Pongo este ejemplo como ha habido otros antes, no porque crea que en este se haya hecho especialmente mal. Y lo planteo desde la reflexión más que desde la crítica porque tampoco tengo la solución. Lo que sí tengo claro es que les estamos dando lo que quieren. Y que los actos con imágenes, los que nos tocan la sensibilidad, nos movilizan más. Un mural se ve más que el recorte en recursos para la violencia de género, por eso nos invita más a ocupar el espacio mediático o de redes sociales que una modificación en unos números de un presupuesto. Pero todos y todas entendemos y sabemos qué es más grave. Por eso, evidentemente, no estamos respondiendo bien.
Los símbolos no dan de comer. No nos cuidan, no mejoran las condiciones materiales de nadie. Si lo que debe buscar la izquierda es lograr la emancipación de cualquier colectivo desfavorecido u oprimido, la mejor manera es batallar por mejorar sus condiciones materiales. Tengo para mí que gastar energía y espacio mediático en defender un símbolo no lo consigue. ¿Es inevitable moverse por lo emocional? Claro. Y quizá no sea deseable dejar de hacerlo. Pero no así. No comprando su marco. No haciendo lo que quieren. No cogiendo la galleta mientras se reparten el solomillo. Porque su plan es claro y está bien ejecutado. Y la extrema derecha avanza. Y el día que una persona de clase obrera acabe pensando que a él o ella la extrema derecha no le quita de comer, tendremos un problema. Pero para eso hay que explicar que sí lo hacen. Todo el rato. Sin parar.