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La cocaína de los pueblos

En un reciente debate sobre semiótica de lo sagrado, acabamos hablando de esa idea que va desde Maquiavelo a Rousseau, y sigue, de una “religión civil” de los romanos, entendida como un conjunto de creencias y de obligaciones capaz de mantener unida a la sociedad. Alguien notó que, partiendo de esta concepción, que de por sí es virtuosa, se llega fácilmente a la idea de la religión como instrumentum regni, expediente que un poder político (representado incluso por escépticos o no creyentes) usa para controlar a sus súbditos.

La idea estaba ya presente en autores que tenían experiencia en la religión civil de los romanos y, por ejemplo, Polibio (Historia, VI) escribía a propósito de los ritos romanos que “en una Nación formada únicamente por sabios sería inútil recurrir a métodos como esos, pero puesto que la muchedumbre es por naturaleza voluble y está subyugada por pasiones de todo tipo, por una avidez desenfrenada y una ira violenta, no queda más remedio que atajarla con semejantes instrumentos y con misteriosos temores. Por este motivo, soy de la opinión de que nuestros antepasados introdujeron con razón entre las multitudes la fe religiosa y las supersticiones sobre el Hades y que son bastante necios los que intentan eliminarlas en nuestros días. … Los romanos, aun manejando cantidades de dinero mucho mayores en los cargos públicos y en las embajadas, se mantienen honestos sólo por respeto hacia el vínculo del juramento; mientras que en los demás pueblos raramente se encuentra a nadie que no toque el dinero público, entre los romanos es raro encontrar que alguien se ha manchado con semejante culpa”.

Aunque los romanos se portaran de forma tan virtuosa en época republicana, desde luego en un cierto punto dejaron de hacerlo. Y se puede entender por qué, unos siglos más tarde, Spinoza daba otra lectura del instrumentum regni, y de sus ceremonias espléndidas y cautivadoras: “Así pues, si es verdad que el mayor secreto y el máximo interés del régimen monárquico consiste en mantener a los hombres en el engaño y ocultar bajo el falaz nombre de religión al miedo con el que deben ser sometidos para que combatan por su esclavitud como si fuera su salvación … es igualmente verdad que en una comunidad libre no se podría ni pensar ni intentar realizar nada más funesto” (Tratado teológico-político).

A partir de ahí no era difícil llegar a la célebre definición marxista de que la religión es el opio de los pueblos. Pero, ¿es verdad que las religiones tienen todas ellas y siempre esta virtus dormitiva? José Saramago, por ejemplo, tiene una opinión absolutamente contraria, y más de una vez ha arremetido contra las religiones como instrumento de conflicto: “Las religiones, todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los más tenebrosos capítulos de la miserable historia humana” (El País, 18 de septiembre de 2001).

Saramago concluía en otras declaraciones que “si todos fuéramos ateos, el mundo sería más pacífico”. No estoy seguro de que tenga razón, pero lo cierto es que parece que el papa Ratzinger le ha contestado indirectamente en su reciente encíclica Spe salvi, donde nos dice que, al contrario, el ateísmo de los siglos XIX y XX, aunque se ha presentado como una protesta contra las injusticias del mundo y de la historia universal, ha logrado que “de esta premisa se hayan derivado las más grandes crueldades y violaciones de la justicia”.

Tengo la sospecha de que Ratzinger pensaba en esos descreídos de Lenin y de Stalin, pero se olvidaba de que en las banderas nazis estaba escrito Gott mit uns (que significa “Dios está con nosotros”); que falanges de capellanes militares bendecían los gallardetes fascistas, que el carnicero Francisco Franco (dejando de lado los crímenes de sus adversarios, al fin y al cabo empezó él) estaba inspirado por principios religiosísimos y sostenido por los Guerrilleros de Cristo Rey; que religiosísimos eran los vandeanos contra los republicanos que bien habían inventado una Diosa Razón (instrumentum regni); que católicos y protestantes se han masacrado alegremente durante años y años; que tanto los cruzados como sus enemigos estaban empujados por motivaciones religiosas; que para defender la religión romana se arrojaban cristianos a los leones; que por razones religiosas se han encendido muchas hogueras; que religiosísimos son los fundamentalistas musulmanes, los terroristas de las Twin Towers, Osama y los talibanes que bombardearon los Budas; que por razones religiosas se oponen India y Pakistán y, para acabar, que Bush invadió Irak invocando “God bless America”.

Por todo lo cual, estaba reflexionando que, si a veces la religión es o ha sido el opio de los pueblos, más a menudo, quizá, ha sido su cocaína. Al final va a resultar que el hombre es un animal psicodélico.

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