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Estamos a unos días de la hora de la verdad. Se ha dicho de todo. Es posible que asistiésemos a una ‘sobreactuación’, aunque, efectivamente, la izquierda tenía, en esta ocasión, más razón que un santo. Gabriel Le Senne debió marcharse de inmediato, a iniciativa propia. Con palabras, que tomo prestadas de Germà Ventayol, “se lo digo alto y claro: No me representa”. El 3 de septiembre, el PP deberá mojarse. Confío en que no opte por abstenerse, impulse su remoción y nos libere de seguir padeciendo al personaje de marras.
El PP, si mantiene al Presidente del Parlamento, se habrá autoinculpado y habrá dado un paso en falso en la necesidad perentoria de diferenciarse de Vox. Sospecho que, al margen de lo que decidan, en el PP siguen sin enterarse del todo con quién decidieron jugarse los cuartos, de cuál es su metodología de actuación, qué es lo que buscan en política y pueden aportar para un gobierno estable, qué significa el que sean ‘populistas’ de derecha radical y de pura cepa, y qué comporta el que estén organizados como una sociedad religiosa católica. El error suele cometerse de entrada, esto es, pactar medidas, por muy queridas que sean de Vox, que se sabe despertarán rechazo y polémica en una sociedad laica y muy secularizada, y que complicarán por ello la estabilidad del propio gobierno. No olviden, señores del PP, esta sabia lección política, que ya han experimentado.
Me consta que el fondo de la orientación que impulso (Vox, como una organización religiosa, MD), a propósito de mis reflexiones acerca de Vox, les incomoda sobre manera. He padecido su reacción, consistente en el borrado de la memoria, habitual en el mundo religioso católico. En mi caso, les salió el tiro por la culata pues me posibilitó, precisamente, lo contrario: una resonancia mayor. En todo caso, creo conveniente insistir y dar un paso más en esta línea de análisis a fin de aludir a ciertos aspectos de esta profunda raíz explicativa. En ellos podemos, a mi entender, encontrar el por qué de muchos comportamientos políticos de Vox.
Cuando uno se toma la molestia de leer los libros y artículos de opinión de Loris Zanatta, el gran experto mundial del populismo, aprende que es “la clave religiosa (la que) se enmascara en la política radical, tanto de derecha como de izquierda, sobre todo en los países de raíz católica” (Decls. a The objective). Aprendizaje, por otra parte, elemental, aunque esencial, para conjeturar, sin apenas margen de error, los objetivos, las posiciones, los modos de actuar y hasta las soluciones que pueda ofrecer Vox.
Para Zanatta es muy claro que “el populismo es una nostalgia, es una nostalgia holística, esencialmente”. Esto es, añora un mundo considerado como un todo interrelacionado (holismo), un mundo que idea ya realizado en tiempos muy pasados, que se imagina perfecto y armónico, y al que, de alguna forma, se desea regresar. “El populismo es una declinación política, social, cultural, de una visión religiosa del mundo,…” (Ibidem). En el caso de la que fue católica España, esta visión religiosa del mundo, raíz profunda, sin duda, del populismo de Vox, derecha radical, coincide con la visión religiosa más tradicional, con el catolicismo más rancio, con el que, a partir de la Reforma, siempre ha permanecido a la defensiva, detrás de la muralla. Me refiero al catolicismo entendido como religión de creencias, que, en el momento actual, tantas resistencias ofrece al intento de Francisco para hacer que la Iglesia se adapte a los signos de los tiempos y vuelva a abrazar en la vida de sus seguidores el espíritu y la letra del Evangelio.
Esta visión religiosa explica, por ejemplo, la intensa contribución de Vox en la creación de un ambiente de extrema polarización política y religiosa, que caracteriza la realidad española. ¿No les parece totalmente contradictorio que, desde un posición/visión religiosa del mundo, se labore por dividir y enfrentar a los ciudadanos entre sí, por separar y excluir al adversario político? No parece que esta posición sea muy democrática que digamos. Se afirma poseer una verdad (de raíz religiosa y de la moral derivada de la misma) y, al mismo tiempo, se enfrenta con quien no participa ni acepta esa misma verdad. Difícilmente se aparta, en su actividad política, de semejante círculo contradictorio. Es un criterio inamovible. Esta en juego, en expresión de Zanatta, “la gran promesa del populismo, de ahí su impulso religioso, es la salvación”, o la regeneración y redención del mundo.
Eso sí, como populistas radicales, en Vox lo significativo radica en la idea de pueblo interrelacionado en el que el individuo no existe en el sentido de tener limitada su capacidad de pensamiento en libertad. El individuo está totalmente ‘sometido a la totalidad’ (Ibidem), debiendo limitarse a cumplir lo que digan sus dirigentes a nivel nacional entre los que sobresalen algunos miembros del Opus Dei. Aparecen aquí, visiblemente hechos realidad, elementos religiosos católicos como el principio jerárquico, la sumisión y la obediencia a las orientaciones político-religiosas de sus dirigentes supremos y la idea, muy querida a Francisco, según la cual “el todo es superior a la parte” (Evangelii Gaudium,nn. 234-236). Es, en consecuencia, el pueblo todo el que camina hacia la tierra prometida (Ibidem).
En este contexto, debo hacerme eco de una observación de Bernard-Henry Lévy que creo aplicable también a ese mundo oscuro por el que transita Vox. A mi entender, éste “corre el riesgo de resolverse en tiranía cuyo ‘poder inmenso y protector’, tan ‘absoluto’ como ‘pormenorizado’, tan ‘inflexible’ como ‘previsor y delicado’, los ‘estanca en la infancia’ y acaba por quitarles hasta la ‘molestia de pensar’”. Y es que, al margen de verbalizaciones formales, si algo se puede colgar en el debe eclesiástico es su condena global a la modernidad y, muy específicamente, a la libertad en sus diversas manifestaciones. ¡Ojo al Cristo, que es de plata!
No hace falta subrayar, por último, que, en mi opinión, lo que es abiertamente discutible en Vox es su raíz profunda inspiradora: la concepción católica tradicional. Es, por supuesto, libre de abrazarla. No faltaba más. Pero, en este momento eclesial, muchos de sus principios rectores están sometidos a una profunda revisión teológica si no han sido ya abiertamente superados por el tiempo. A partir de aquí, todo encaja.