Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

La casa de los «curitas» malos

Netflix incorporó a su catálogo El Club (2015), la película de Pablo Larraín sobre cuatro curas encerrados en una casa de retiro.

En una casa cercana al mar viven cuatro hombres y una mujer. Todas son personas de fe.  Todas desterradas. Todas guardan secretos, custodian silencios y cargan sus demonios. Integran una comunidad singular, una que transita el castigo y busca el olvido y -tal vez- el perdón.

El Club (2015) es una película del chileno Pablo Larraín, el mismo que dirigió la excelente película “No” sobre el plebiscito a la dictadura de Pinochet, la interesante «Jackie» (2016) sobre la viuda de Kennedy y está filmando «Spencer» sobre el momento que la princesa Diana decidió abandonar al príncipe Charles.

Los cuatro hombres que habitan la casa fueron curas –“curitas”- pero ya no brindan misa ni toman confesiones. Están ahí porque deben cumplir un castigo. Cada uno de ellos cometió uno o varios delitos, son culpables de cometer actos inmorales, aberrantes y oscuros, pero no fueron juzgados en tribunales civiles, la justicia que cayó sobre ellos fue la de la Iglesia que no es precisamente divina.

“Estudié en un colegio de curas y allí conocí a gente estupenda. Gente realmente hermosa -contó Larraín al portal Sensacine-. Pero también conocí a curas que ahora están en procesos judiciales. Y conocí curas que nunca más vi. Esta película va sobre esos curas. La película de los curas perdidos. Me inquieta que la iglesia tenga un lavadero de curas”.

Los “curas perdidos” que protagonizan la película son el Padre Vidal (Alfredo Castro), el Padre Ortega (Alejandro Goic), el Padre Silva (Jaime Vadelli) y el Padre Ramírez (Alejandro Sleveking). Quien se ocupa de custodiarlos, aunque en realidad los cuida, los alimenta y los acompaña, es la Madre Mónica (Antonia Zegers).

Su tranquilidad se evapora cuando llega un nuevo integrante: el Padre Lazcano (José Soza), quien se muestra angustiado, temeroso y perturbado de estar ahí. “Yo no debería estar aquí”, repite más de una vez. Tras una solemne presentación por parte de la autoridad clerical que lo lleva hasta allí, la Madre Mónica presenta a sus compañeros, describe las instalaciones y cada una de sus actividades. Sus palabras intentan trasmitir contención, dulzura, pero los ojos de Lazcano están desorbitados. Ella habla como si se tratase de un hotel, él parece no escuchar, parece que está viendo el horror.

El Club comienza contando poco, o mejor dicho, exponiendo poco, pero desde el principio todo parece gris, oscuro, el espectador sabe que algo anda mal en esa casa. Todo tiene un halo denso, esos curitas cargan rencor y vergüenza. El nuevo inquilino lo expresa en sus ojos, esa casa representa el mal, el mal que cometieron ellos.

Cuando parece que Lazcano va a empezar a relajarse para interactuar con sus nuevos compañeros, el afuera se hace presente para perturbarlo todo. Alguien está escupiendo palabras en la fachada de la casa. A los gritos, pide ver a los curitas, dice que vio llegar al Padre Lazcano, pide que aparezca. En el interior se asustan. Nunca había pasado algo así, no saben cómo actuar. El hombre que está afuera comienza a describir cómo abusaron de él cuando era un niño, cómo Lazcano mantuvo relaciones sexuales con él. Los curas se ponen nerviosos, le piden explicaciones al nuevo, pero dice que no lo conoce. Se angustian, discuten. Van a ser develados, expuestos. Uno de los curas busca un arma y le dice a Lazcano que salga, que vaya a asustarlo así los deja en paz. Lazcano sale, pero decide terminar el asunto de otra manera.

El episodio deviene en una investigación encabezada por el Padre García (Marcelo Alonso), quien llega al lugar no como residente, sino como investigador. Debe inspeccionar cómo funciona la comunidad, entender qué fue lo que pasó y evaluar su continuidad.

El Padre García no finge que es un club, no busca generar cordialidad, ni quiere entablar lazos con sus habitantes. Él viene a recordarles que son culpables, que es una casa de penitencia y que deben pedir el perdón de Dios. Los repudia. Comienza a entrevistarlos, muestra su rechazo y les recuerda porque están ahí. Ellos encarnan lo peor de la institución, mientras que él busca construir una nueva Iglesia, lejos del encubrimiento y los viejos mecanismo de complicidad y ocultamiento.

“No lo dicen así, pero se entiende que creen que solo tienen que rendir cuentas ante Dios y no ante los hombres. Muchos no pensamos así, la sociedad laica, nos soliviantamos. En el fondo, hay sacerdotes que no tienen compasión por las víctimas, incluso por sus víctimas», declaró el director a El País.

El Club es una película difícil. No hay bromas, no hay momentos de distensión y cuándo los hay, nos ponen en un lugar incómodo como espectadores: ¿podemos disfrutar con esos personajes? ¿podes celebrar sus triunfos? ¿podemos empatizar en algo?

A medida que avanza la investigación del Padre García, todo se va volviendo más oscuro. Descubrimos los motivos por los que están los curitas, vemos las consecuencias de sus actos y la impunidad de sus pensamientos. Vamos presenciando la crudeza de sus palabras, la complicidad de sus silencios y el egoísmo de sus justificaciones. No vamos a ahondar en detalles para que el lector pueda hacerlo por sí mismo, pero advertimos: es un descenso a los infiernos.

Larraín es crudo, retrata personajes crueles y sufridos y no tiene problema en montar escenas ásperas.  En otras manos, podría ser una película sobre el perdón, pero ésta es una película sobre el mal. El mal encarnado en cinco sujetos escondidos, lejos de todo, menos de sus pecados.

Sobre el autor

Nahuel Billoni coordina el sitio www.incont.com.ar, en Twitter es @nahue84 y hace otras cosas. 

Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share