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La blasfemia del caramelo

La comunidad cristiana de Pakistán sufre la presión de los islamistas y de las leyes del país que establecen incluso la pena de muerte para los que ofendan la religión musulmana

Sandal Gusher ha vuelto a pasar una Navidad en casa. Esta joven cristiana de la localidad de Faisalabad, en Pakistán, fue acusada el año pasado de blasfemia por proteger a sus hermanos de 8 y 10 años. Tras comerse un caramelo, uno de los pequeños había roto el envoltorio en el que había un verso del Corán. Su hermana mayor tuvo que defenderlos de los vecinos que los increpaban y acabó siendo acusada junto a su padre, ausente en aquel momento, de haber arrancado y quemado páginas del Corán.
Ambos han sido declarados inocentes, pero han pasado 14 meses en prisión. Sandal y su padre tuvieron que salir a escondidas de la cárcel y han tenido que cambiar de domicilio. Los ataques directos contra cristianos se han sucedido en los últimos años, pero el actual clima de tensión es muy propicio para las agresiones de carácter religioso.
«No es tanto una cuestión de religión, también tiene que ver la clase social, porque los musulmanes nos consideran impuros, es casi como si fuéramos la casta de los intocables de la sociedad pakistaní». Lo dice el arzobispo de Lahore, Lawrence J. Saldanha, una de las cabezas más visibles de la comunidad de dos millones y medio de cristianos que sufren en el país una discriminación sancionada por ley y que se aprecia ya desde la escuela.
Medidas de coacción
En la actual situación de violencia y desgobierno, esta minoría tiene las de perder entre el acoso de los islamistas radicales y la desatención de los partidos políticos, para los que cualquier gesto que se pueda interpretar como anti-islámico es contrario a sus intereses electorales.
Hay discriminación a varios niveles. Desde un sistema educativo en el que la religión islámica es materia obligatoria, hasta un mercado laboral en el que los cristianos son discriminados y relegados a los trabajos de menor categoría.
La actual Constitución del país ya niega a los no musulmanes algunos derechos, como ocupar altos cargos públicos, pero el Gobierno del general Zia ul Haq introdujo a finales de los 70 dos secciones del código penal conocidos como la Ley de Blasfemia. La norma contempla incluso la pena de muerte y se utiliza como una medida más de coacción y discriminación contra la comunidad cristiana, ya que se aplica a los cristianos proporcionalmente mucho más que al resto de comunidades religiosas.
Las cifras absolutas son pequeñas, 10 casos documentados en 2008, «pero lo importante no es el número de casos en los que se ha acusado o condenado a un cristiano por blasfemia, lo terrible es el impacto que supone sobre los cristianos que cualquiera pueda ser acusado de blasfemia sin pruebas, muchas veces por venganzas personales», explica Peter Jacob, director de una organización de derechos humanos vinculada al arzobispado de Lahore.
En uno de los episodios más recientes, aunque no el último, siete personas, entre ellas dos niños, murieron en julio pasado cuando cientos de personas atacaron los barrios cristianos del pueblo de Gojra, cerca de Faisalabad. Los altavoces de la mezquita calentaron los ánimos los días previos lanzando acusaciones de blasfemia contra los cristianos. Hay incluso voces que acusan a responsables políticos locales de haber instigado los ataques. 29 personas están aún en busca y captura y nadie ha sido condenado por los hechos.
Kamran Michael, el ministro de minorías del Punjab, la región que reúne a la mayor parte de los cristianos, afirma: «Para acabar con la violencia contra las minorías, especialmente los cristianos, tenemos que abordar los cambios legales necesarios que favorecen la discriminación». Pero ni el Gobierno regional ni el estatal tienen capacidad para hacer frente a las presiones de los partidos religiosos y proteger a las minorías frente a la corriente islamizante que recorre el país. «La sociedad pakistaní no está preparada mentalmente para esos cambios», admite Michael.

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