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¿La amenaza islamista?

En Níger el islam es el verdadero Estado, la organización social, lo que distingue a una cultura de una tribu

Occidente cree que el islam es un problema. Pero el islam puede ser la solución.

Viajo a Níger para escribir un reportaje invitado por Médicos sin Fronteras. Mi visita coincide con la del presidente francés François Hollande, que realiza una gira por África. Los medios de prensa locales celebran la llegada de Hollande con titulares solemnes: “El símbolo de una amistad legendaria”. “Una amistad a toda prueba”. Pero la prensa occidental no menciona ninguna amistad. Hablan de miedo. Radio France International destaca la lucha antiterrorista. Reuters titula: “Hollande advierte contra la amenaza islamista en África Occidental”.

El motivo principal de la cumbre franco-nigerina es organizar una nueva operación militar en el Sahel, la región subsahariana del continente, la más pobre del mundo y donde el terrorismo gana más fuerza. Hace un año y medio, Francia emprendió una intervención militar en Malí, que hasta ahora no consigue erradicar a los yihadistas. En Nigeria, el temible grupo Boko Haram horrorizó al mundo en abril con el secuestro de 200 mujeres. En la propia Níger, 24 soldados y un civil han muerto el último año en ataques suicidas contra las minas de uranio. Este país es la puerta de integristas y armas que vienen desde la convulsa Libia y circulan por toda la región. Ahora, Francia ha decidido movilizar una fuerza de tres mil hombres que tendrá aquí su centro de información. La Operación Barkhane pretende cortar la comunicación y suministro entre yihadistas, e incluye el uso de drones

La ciudad a la que llego, Bouza, está a cincuenta kilómetros de la frontera con Nigeria. Y todos, absolutamente todos sus habitantes son musulmanes. Sin embargo, ellos no entienden la frase “amenaza islamista”. Para la gente con quien converso –médicos, autoridades, pobladores–, el terrorismo es sobre todo una amenaza contra el islam.

–El Corán no ordena matar a quienes no piensan como tú –me dice un predicador–. Los terroristas usan el islam para manipular a la gente. O para justificar sus mafias.

El mismo imán –algo así como el obispo–, que sabe que soy periodista, me permite asistir a la oración del viernes, la más importante de la comunidad.

–Nosotros no somos como dicen –me explica al salir, preocupado por mostrar que en su pueblo no desean secuestrar a nadie.

Aquí, el islam ni siquiera es una religión: es la civilización misma. Islámicas son las normas que rigen la familia y la vida en comunidad. Si tienes un litigio, el juez es la autoridad religiosa. Y religiosa es la educación. En este país sólo sabe leer el 29% de la población y el promedio de escolaridad es de cinco años. La única formación moral y ciudadana constante se imparte en la mezquita. En Bouza no hay agua corriente. Ni asfalto. Ni casas de más de dos pisos. La luz eléctrica llega a pocos hogares, y se corta constantemente. El Estado sólo tiene capacidad para pagar dos médicos en una población de cien mil personas. El islam es el verdadero Estado, la organización social, el código moral, en suma, lo que distingue a una cultura de una tribu. No es el Estado en que yo quiero vivir, pero sí la mejor opción si te toca nacer justo ahí.

George Bush Jr. creía que las personas son demócratas de modo natural. Que si retiras a las autoridades represoras, la población deja fluir sus instintos liberales. Y obró en consecuencia. Gracias a él, este año en Irak se ha proclamado un califato, ese sí dirigido por terroristas. Y Afganistán sólo es gobernable con la complicidad de… los talibanes.

Si Bush quería democracias en Oriente Próximo, habría tenido que financiar mucho más que una guerra: colegios, jueces, y toda una organización social laica. Pero tenía una opción más viable: apoyar a la sociedad civil musulmana mayoritaria, que detesta el terrorismo pero exige respeto a su manera de vivir (o sea, democracia).

Bush ya está fuera de juego. Pero Hollande aún está a tiempo de cometer el mismo error.

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