A las 12 de la mañana comenzaba en la Catedral de Lugo la ceremonia de la Ofrenda del Antiguo Reino de Galicia al Santísimo Sacramento, que se viene celebrando desde 1669. Este año le correspondía a la ciudad de Lugo la presentación de esta Ofrenda. El obispo de Lugo, Alfonso Carrasco Rouco, presidió la Eucaristía en la que concelebraron el resto de los obispos gallegos, y el obispo electo de Astorga. Acompañaron a la oferente, la alcaldesa de la ciudad de Lugo, Lara Méndez, los alcaldes y representantes de las siete ciudades del antiguo Reino de Galicia; así como otras autoridades civiles y militares.
Carrasco Rouco recordaba que el sacramento, en estos tiempos difíciles significa humanidad: «el Señor en el Altar mayor es la afirmación del valor de nuestra humanidad, de la carne y de la sangre en que se realizará la salvación. Es la defensa del humilde, del que llora, del que busca la paz, del que es misericordioso y manso, del que no niega la fe del corazón, del que confía en Dios Padre. Es la victoria del humilde, del que reconoce que no pueda darse la vida, que sus fuerzas no bastan para asegurarle el bien que desea para sí mismo, para su familia y para su tierra. Es la victoria de los sencillos de corazón, que reconocen la verdad manifiesta tan humanamente en Jesús».
El obispo de Lugo agradeció a la alcaldesa la presentación de la ofrenda en «este año tan extraordinario, en que el mundo y también Galicia sufren esta pandemia provocada por el COVID-19». Recordó que «en el origen de este singular privilegio eucarístico, según una vieja tradición, hubo otra opción, un gesto de libertad también en tiempos difíciles, «la opción que llevó a nuestros padres a poner un signo eucarístico en el centro del Altar mayor de su Iglesia principal, fue reconocer otro camino: El del hijo de Dios que se hizo carne, y en su carne realizó la salvación, la llevó a la gloria y a la resurrección. Entendieron que no se bastaban a sí mismos, que no era suficiente organizar bien sus fuerzas, que la respuesta al enigma de la vida venía de un don, de un amor».
Carrasco reflexionó también sobre la hospitalidad del pueblo gallego. «Puede afirmar sin miedo la vida y la dignidad de la propia existencia… que no teme al trabajo y vive en medio de la naturaleza con realismo… que sabe compartir las penas y las alegrías, que sabe poner la mesa y abrirle la casa a los suyos, a los vecinos, a los invitados. Que no cierra la puerta al necesitado, sino que lo atiende y lo recoge. Que cuida de padres y abuelos, que no abandona a los suyos en las dificultades o en la enfermedad. Que se alegra por el esplendor de la humanidad de sus propios patrones, en quienes ve la certeza de las promesas cumplidas y ayuda constantemente en el camino; que celebra sus fiestas sin miedos, ligeros de corazón, compartiendo la fe y la caridad, el agradecimiento y la alegría de vivir»
Finalizó resaltando que en este tiempo difícil: «Recojamos de nuevo el desafío que expresan las palabras con las que nuestros antepasados acompañaron este signo eucarístico: aquí profesamos con firmeza este misterio de nuestra fe. Todos los esfuerzos son bienvenidos, todos los trabajos necesarios. Todas las colaboraciones son causa de alegría y aligeran el camino. Cada gesto cuenta, cada palabra de consuelo, cada momento de compañía. En estos días aprendamos de nuevo, a veces con dolor, que es decisivo decir siempre: cada uno importa».