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La Abadía de Montserrat en una imagen de archivo

«La Abadía de Montserrat forzó a mis padres para que no denunciase por el bien de la Iglesia»

Miguel Hurtado sufrió abusos sexuales a los 16 años. Ahora persigue que el Congreso apruebe una reforma del Código Penal para que los delitos de pederastia no prescriban

“Abusaron de mí cuando era un adolescente. Mi agresor fundó el grupo de scouts y durante ese tiempo abusó de 12 menores”. Es el testimonio de Miguel Hurtado (Barcelona, 1982), víctima de abusos sexuales por parte de la Iglesia Católica cuando tenía 16 años.

El catalán relata a este medio el horror que vivió siendo tan solo un adolescente por culpa de aquel monje benedictino, Germa Andreu, y lo que es peor, la sensación de soledad cuando se atrevió a contarlo. Porque él, a diferencia de muchas otras víctimas a las que el miedo les imposibilita denunciar, sí se vio capaz, pero fue como darse de bruces contra un muro. “Se lo dije a la propia abadía y reaccionó como suele reaccionar la jerarquía católica: encubriendo, sin avisar a la justicia ni a los padres y, por supuesto, eludiendo de buscar otras víctimas”, lamenta.

De hecho, sus padres “sí se habían quejado”, pero los poderes eclesiásticos, aprovechando la condición religiosa de los progenitores, les presionaron para que la cosa se quedara ahí: “Intentaron llamarlos y persuadirles, convenciéndoles de que por el bien de la Iglesia y de todos lo mejor era gestionarlo internamente, sin que la justicia se enterase (…) No tuve apoyo de la familia, ni de la institución”.

“La gente tiene miedo de denunciar. A nadie le gusta ser el primero”

Con esta situación, intentó seguir con su vida “como buenamente pudo”, hasta que ve la luz la investigación de los periodistas de The Boston Globe que destapa multitud de casos en Estados Unidos yque muchos lectores conocerán por la película Spotlight. Entonces habla con su abogada, pero no pudieron hacer nada porque el delito estaba prescrito. Después, intentó continuar: se fue a Londres y estudió Medicina.

Sin embargo, algo no estaba bien dentro de él, no solo a título individual, sino también colectivo, y se dio cuenta de que contarlo podía ayudar -tal y como sucedió- a que otras víctimas dieran el paso. “En 2019 denuncié públicamente mi historia en medios de comunicación. Fui pionero, sí, pero porque en estos casos la gente tiene miedo, a nadie le suele gustar ser el primero”.

Así lo demuestran los estudios. Los mismos que el Parlament de Catalunya aceptó para el pasado miércoles votar a favor de elevar la cuestión al Congreso, y que muestran, entre otras cosas, cómo muchas víctimas no dan el primer paso hasta que cumplen 50 años. Asimismo, Europa, la ONU y otros organismos advierten de la importancia de modificar el Código Penal para equiparar España con otros 32 países que ya han aprobado la imprescriptibilidad de los delitos de pederastia. “Hasta que no denuncia mucha más gente, la Abadía no reconoce en una comisión de investigación que este hombre había abusado de 12 menores (…) Y a pesar de todo, no ha pasado ni un día en prisión”.

Un camino pedregoso por la Justicia

En 2020, Hurtado narra su experiencia en El manual del silencio, un libro que llega después de la derogación del secreto pontificio por parte del Papa Francisco, que supuso un gran paso para el reconocimiento de las víctimas y la aplicación de la justicia para los pederastas que habían sido protegidos durante años; algo que iba categóricamente en contra del modus operandi de opacidad que se había dado bajo el liderazgo eclesiástico de Benedicto XVI, y no digamos antes. 

Cada página y cada testimonio es más duro que el anterior, desde ese silencio cómplice de la guardia pretoriana de la Iglesia o la entidad misma, hasta el pretexto bajo el que justificó actuar el cura. En el manual expone otras cuestiones demoledoras, como que el responsable de los scouts justificaba los abusos para “ayudarle a cursarse” de su posible homosexualidad; y pregunta. “Si los padres no pueden enviar con tranquilidad a sus hijos a Montserrat, ¿adónde pueden mandarles?”. “Tu madre quiere llevarte al psiquiatra para curar tu posible homosexualidad, tu padre quiere llevarte de putas para que te conviertas en un hombre, y el rarito eres tú”. Una radiografía tan dura como acertada de la España todavía rancia de los 90.

Después de publicar el libro, en 2021 consiguió que el Congreso ampliara en 17 años el plazo de tiempo que las víctimas de pederastia tienen para denunciar. Un avance vital, aunque poco menos que un “parche legislativo”. De ahí que el objetivo último para con los delitos de pederastia sea el que se ha expuesto: “Fue un avance importante, sí, pero una ley mediocre que no tiene en cuenta ni la evidencia científica, ni el derecho comparado ni las recomendaciones de organismos internacionales. Pedimos la total imprescriptibilidad”.

En octubre del año pasado valoró el informe sobre la pederastia en el Vaticano elaborado por el Defensor del Pueblo. En aquel momento puso de manifiesto que el organismo no había tenido acceso a los archivos y que había sido la Santa Sede -la misma que había encubierto casos durante años- la que había mirado los documentos.

Ahora, en su lucha particular -pero que es la de todos los que sufrieron abusos y, por qué no decirlo, positiva para el conjunto social- busca que la Cámara Baja apruebe la modificación del Código Penal para que los delitos de pederastia no prescriban.

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