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Julio Llamazares: “Es un anacronismo que las órdenes religiosas controlen todavía la educación”

Lo que busca la Iglesia católica es seguir controlando la formación ideológica y religiosa de los niños españoles

El confinamiento que vivió Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) esta primavera fue tan idílico que casi le da pudor contarlo. Acostumbrado a pasar temporadas lejos de Madrid, donde vive habitualmente, el escritor llevaba tiempo rumiando la idea de alejarse de la ciudad ante el panorama que planteaba la pandemia, y un día antes de la declaración del estado de alarma, Llamazares hizo las maletas y se marchó “casi con lo puesto” a un lagar de Extremadura acompañado de su familia.

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Después de esa primavera apabullante llegaría la vuelta a Madrid y el choque con otra realidad pandémica: la del vacío, la desolación y la crispación. “Cuando llegué a la puerta de mi casa, paramos el coche para bajar el equipaje y empezamos a oír un ruido raro. Eran las 8 de la tarde. De repente, miro para arriba y veo a una señora muy mayor, de unos 80 años, tocando con una cacerola”, recuerda Llamazares. “Lo primero que pensé fue: ¿Esta señora nunca ha tenido ocasión a lo largo de su vida de salir a la ventana a golpear una cazuela para pedir libertad, habiendo vivido lo suyo, hasta que ha llegado un virus del que nadie tiene la culpa?”, reflexiona el escritor de La lluvia amarilla durante una entrevista con El HuffPost. Hasta ahora, esa es la imagen del Madrid pandémico que más le acompaña.

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Estos días se está hablando mucho de la llamada Ley Celaá y a veces se plantea como si fuese una amenaza a la lengua española. 

Nos hemos habituado a vivir en un país en el que todo son amenazas y donde todo se manipula en lo peor de la lucha política. El español, o el catalán o el francés van a pervivir pese a quien pese, o no van a pervivir pese a quien pese, porque las lenguas son organismos vivos que genera la sociedad que las habla y, del mismo modo que no se puede meter el mar en un caldero, no se puede ni doblegar una lengua ni imponerla.

Todo esto es un debate absurdo, por no entrar en las pequeñas cuestiones de veracidad. Lo que nadie está diciendo ahora es que en las anteriores leyes de educación no se establecía la preeminencia del español como lengua vehicular, y se estableció con la ley de 2013 del ministro Wert. E igual que lo estableció ahora lo pueden quitar.

Creo que el problema de fondo detrás de las leyes de educación viene del anacronismo de que las órdenes religiosas estén todavía controlando parte de la educación, cosa que en Francia, para no irnos muy lejos, sería inviable. La religión tiene su ámbito, que es el de la privacidad, y todo el mundo tiene derecho a profesar la religión que quiera, pero el Estado permanece al margen de la formación religiosa. Esa es la verdadera lucha en la ley de Educación; en el fondo, lo del castellano es lo que menos les importa a los partidos españoles más afines a la derecha ideológica. Lo que se está discutiendo es la tarta de la distribución de la educación y, sobre todo, el control de gran parte de la educación y de la ideología por órdenes religiosas y por grupos de poder. Mientras eso siga siendo así, mientras España no sea un país aconfesional, laico, de verdad, seguiremos en esta disputa eternamente.

Sostiene, entonces, que en estos colegios religiosos se vehicula una ideología concreta.

Por supuesto. ¿Por qué crees que tienen tanto interés en seguir controlando parte de la educación? Aparte del negocio económico, lo que hay detrás es el interés por controlar la formación ideológica de los niños y de los jóvenes por parte de órdenes religiosas y grupos de poder. Esa es la cuestión en disputa; lo demás son juegos florales. Lo que busca la religión católica, la Iglesia católica, es seguir controlando la formación ideológica y religiosa de los niños españoles.

A usted ya le acusaron de anticlericalismo por decir en una entrevista que la Iglesia había secuestrado las catedrales

Sí, pero es verdad lo que dije. Durante la pandemia, leí que los obispados se lamentaban de las pérdidas económicas que había supuesto la pandemia para la recaudación turística de las catedrales. No soy anticlerical, pero no oí a una sola autoridad eclesiástica levantar la voz para poner a disposición del Estado español los inmuebles que tienen, monasterios o conventos vacíos, por si se necesitaban como hospitales o para alojar a gente, por ejemplo. Si decir esto es anticlerical, seré anticlerical.

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