La ultraderechista Marine Le Pen propuso prohibir todo símbolo religioso que no sea cristiano, mientras varias asociaciones musulmanas le hicieron juicio a la revista cómica Charlie Hebdo. En las mezquitas, el día de oración tuvo pedidos de ca
La querella por la difusión de las caricaturas de Mahoma publicadas por el semanario satírico Charlie Hebdo se desplazó en Francia hacia el terreno jurídico y político. Dos asociaciones musulmanas recurrieron a la Justicia contra Charlie Hebdo, al tiempo que la extrema derecha francesa aprovechó el episodio para meter su cuchara de odio en medio de un debate que, con el correr de los días, se torna más espeso. El semanario publicó las caricaturas en medio de la batahola que se armó en el mundo a raíz de la película anti Islam producida en los Estados Unidos. Ayer, día de la plegaria musulmana, los imanes de las mezquitas suavizaron sus sermones a los fines de disuadir a los fieles de concurrir este sábado a las manifestaciones convocadas para protestar contra la difusión de las caricaturas, consideradas como blasfemas. Sin embargo, el Estado francés tomó sus precauciones. Además de la movilización general de las fuerzas del orden a nivel nacional, la Cancillería anunció que mantendría cerradas el sábado y el domingo todas las embajadas, escuelas y centros culturales franceses en unos veinte países donde hay una fuerte mayoría musulmana.
Es en este contexto de radicalización de las opiniones públicas y de debate sobre la libertad de expresión y el fanatismo religioso que la líder del ultraderechista Frente Nacional, Marine Le Pen, aportó sus principios antagónicos. En una entrevista publicada por el vespertino Le Monde, Marine Le Pen propuso la “prohibición de todos los signos religiosos, incluidos la kipá judía y el velo islámico, en los negocios, los transportes públicos y las calles” del país. La jefa de la extrema derecha, que nada dijo sobre los signos cristianos, aprovecha la revuelta mundial que levantó la película contra el Islam para beneficio de sus propias ideas: Le Pen hizo de la defensa de las raíces cristianas de Francia uno de sus caballitos de batalla.
El presidente francés, François Hollande, respondió de forma directa a su propuesta durante una visita a Drancy, localidad a unos veinte kilómetros de París de donde más de 60.000 judíos fueron deportados a los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. El jefe del Estado inauguró en Drancy el memorial del Holocausto y llamó al país a la unidad. Cuando se refirió a las declaraciones de Le Pen, Hollande dijo: “Todo lo que separa, divide y fractura es desacertado. Las únicas reglas que conocemos son las de la República y la laicidad”.
Marine Le Pen envenenó un poco más un clima ya delicado. Dirigentes de la comunidad judía rechazaron la propuesta de la dirigente de la extrema derecha y el ministro de Educación, Vincent Peillon, la acusó de ser “la primera de las integristas” y de querer sacar provecho de la controversia con los musulmanes.
Por lo pronto, dos organizaciones islámicas de Francia, UOIF, cercana al pensamiento de los Hermanos Musulmanes, y la asociación de los musulmanes de la localidad de Meaux, se aprestan a iniciar una querella judicial contra el semanario Charlie Hebdo por “incitación al odio racial”. La clase política, los intelectuales y hasta las organizaciones musulmanas están divididas en torno de la posición más idónea.
Por ejemplo, Mohammed Mou-ssaoui, presidente del Consejo Francés del Culto Musulmán, CFCM, interpeló a los fieles para que no fuesen a manifestaciones este sábado. Pero aun así adelantó que está por presentar también una querella contra la revista por su “voluntad deliberada de ofender” a los musulmanes.
Pese a estas iniciativas, imanes y líderes religiosos se esfuerzan por desactivar la bomba de tiempo que el semanario encendió otra vez en Francia. Said Abdillah, el imán de la mezquita parisina de Adda’Wa, le dijo ayer a sus fieles que “la mejor manera de responder a los imbéciles es seguir en nuestro camino, para así decirles: no existirás a través mío”.
La revista Charlie Hebdo mantiene contra viento y marea su derecho a publicar lo que se le antoje. Su director, Stéphane Charbonier, alegó que la libertad de expresión no se puede compartir, ya que dejaría de existir si se cede a las tensiones provocadas por los extremistas. El semanario cuenta hoy con tantos detractores como críticos. El líder de las revueltas de mayo del ’68, Daniel Cohn-Bendit, calificó directamente de “boludos” a los responsables de la edición.
No es la primera vez que esta publicación tiene escándalos como este. En 2007 y 2008 ganó juicios consecutivos por querellas presentadas, entre otros, por la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia. Los grupos islámicos se opusieron ante los tribunales a la publicación de varias caricaturas, pero la Corte de Apelaciones consideró que esos dibujos eran conformes a la ley porque no estaban dirigidos contra el Islam sino contra los integristas. Muchos periodistas, intelectuales y políticos se preguntan ahora si realmente valía la pena volver a entrar en el camino de la provocación en un momento como este y hacer de esa provocación un derecho supremo de libertad de expresión. Los límites de la responsabilidad están fijados cuando, para defender la libertad de expresión en París, se pone en peligro la vida de miles de personas en el extranjero.
En Francia, una manifestación anuncia que los “musulmanes van a conquistar”, mientras que en Líbano y Pakistán hubo violencia.
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