En 2009 se cumplirán 150 años de la creación de las Leyes de Reforma. Acta constitutiva de nuestro Estado moderno: nacionalización de los bienes eclesiásticos; matrimonio y registro civiles; secularización de los cementerios; libertad de
Con esas palabras definió Pellicer al mexicano irrepetible cuya venida al mundo se conmemoró el pasado 21 de marzo. Verdadero consumador de nuestra Independencia, su obra, vigente hoy como nunca, alienta en la esencia misma del Estado nacional y configura la democracia laica de hoy y del futuro.
En medio de las mayores dificultades que haya vivido México —penurias económicas, guerras civiles, invasiones extranjeras— Juárez y sus hombres organizaron un movimiento nacional —político, militar, ideológico— y lo concretaron en un conjunto de ordenamientos legales sucesivos —Leyes de Reforma— cuya expedición en aquellos convulsos, desgarrados años, supuso el nacimiento del Estado nacional, así como el de su respetabilidad, su prestancia, su autonomía. Juárez reivindicó el decoro y la eficacia de la República.
En 2009 se cumplirán 150 años de la creación de las Leyes de Reforma. Acta constitutiva de nuestro Estado moderno: nacionalización de los bienes eclesiásticos; matrimonio y registro civiles; secularización de los cementerios; libertad de cultos, libertad de conciencia…
Así quedó establecida la supremacía del Estado soberano y la separación entre éste y las confesiones religiosas. El régimen jurídico laico garantiza la libertad de creer y de crear —y todas las libertades de la libertad— e impide que se haga política y se busque el poder público en nombre de la religión o en nombre de Dios. La supremacía del poder civil democrático ante los actores y factores confesionales es definida por Mario de la Cueva como una de las decisiones políticas fundamentales de nuestra Constitución.
Entre los exégetas y los seguidores, los estudiosos o los detractores de Juárez, parece haberse dicho todo cuanto es posible en torno del padre de nuestra liberación ideológica. Nada añadamos. Cotejemos sus ideas y sus programas con la realidad mexicana de hoy, a la luz de los problemas del momento, y calculemos hasta qué punto hemos sido capaces de continuar el ejemplo de la generación política por él dirigida y hasta qué grado y en qué medida el Estado ha recogido y ejerce la herencia filosófica y jurídica del juarismo.
Asomémonos a la información periodística, escrita y electrónica: advertiremos la impune frecuencia con la que se infringen normas constitucionales y varias leyes, también derivadas de nuestra reforma liberal. El “¡Viva Juárez!” de Calderón se oyó entre hipócrita y convenenciero, y, además, falso, falso, falso…
Las palabras desafiantes, las conductas facciosas, las acciones políticas de prelados y personeros del clero, mexicano o no, transgreden de modo flagrante disposiciones constitucionales y legales, y atentan contra la convivencia mexicana. Martín Luis Guzmán nos llamó a “vigilar, defender y exigir la vigencia efectiva de las Leyes de Reforma”. Nuestro insigne prosista las consideraba “eslabón maestro del derecho mexicano”.
No se trata de asumir una actitud anacrónica de jacobinismo trasnochado, no, sino de reclamar el cumplimiento de la normatividad garantizadora de la convivencia nacional. La sociedad moderna es laica y no debería el gobierno panista consentir —y lo hace de modo ostentoso— la violación sistemática y reiterada de unas disposiciones, del más alto rango, de cuyo cumplimiento pende y depende la concordia mexicana.
El Estado republicano, laico, democrático y, por lo tanto, cargado de posibilidades de futuro, se concretó en la Constitución de 1857 y en las Leyes de Reforma. Se completó y consolidó en la Carta Magna vigente. Más que una singular existencia humana, Juárez fue todo un hecho moral.