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José María Poirier: “El papa Francisco es un hombre de una clarísima vocación política”

-Desde 2001, la Iglesia católica viene bregando sin éxito por grandes consensos para enfrentar los graves problemas del país. En esta campaña los principales candidatos enarbolaron esta bandera. ¿Se concretarán esta vez?

– Temo que va a ser muy difícil, porque todo acuerdo necesita de la disponibilidad de las partes. No estoy seguro de que exista. Además, en la visión de no pocas personas, la Iglesia en la Argentina quedó de un lado de este llamado a los acuerdos, muy cercana a expresiones sociales de un muy fuerte tono peronista. Esto, en una sociedad escindida, lo torna aún más difícil. Creo que le faltó muchas veces estar por encima de las partes, en una defensa clara de la justicia, la igualdad, la libertad. Y de la Constitución y la república, palabras estas dos últimas, dicho sea de paso, que casi no usó. Escucho con frecuencia a sacerdotes y obispos hablar en un tono partidista que considero fuera de lugar respecto de su función. Me parece que es buscar un espacio de presencia dentro de la sociedad política, lo cual es contrario a lo que definió en ese aspecto el Concilio Vaticano II.

-La presencia del presidente de Cáritas, el obispo Carlos Tissera, en la presentación de un plan contra el hambre que lanzó el candidato del Frente de Todos, Alberto Fernández, suscitó polémica…

-A mi juicio estuvo absolutamente fuera de lugar. Me cuesta creer que un obispo no se dé cuenta de eso. Insisto: creo que la Iglesia en la Argentina debería ser mucho más prescindente de las corrientes políticas. Es cierto que el Episcopado, por el peso específico que tiene el Papa Francisco, debe estar alineado con él. Y Jorge Bergoglio es un hombre de una clarísima vocación política, más allá de que no dudo de su vocación sacerdotal. Umberto Eco, que tenía un pensamiento muy sutil y era un gran conocedor de la Iglesia, decía que Bergoglio no es un jesuita argentino, sino un jesuita paraguayo, o sea, un hombre con un proyecto político como lo tenían los misioneros de toda la región. Fue un proyecto que llevó a la Compañía de Jesús a la disolución porque para Portugal y España los jesuitas habían creado un Estado dentro del Estado. Algo de eso subsiste: una vocación por intervenir en la vida cultural, política y social.

-Convengamos que tiene más gravitación en el ámbito político y social que en el cultural…

-Efectivamente, a mí me llama la atención que en el campo de la cultura no tiene significación. Este ámbito se abandonó. En otra época había miembros del clero, de derecha o de izquierda, pero con una preparación que influía y una capacidad de diálogo importante. Además, hoy el católico intelectual reivindicaría su libertad. Por lo demás, la presencia de la Iglesia en lo político puede jugarle malas pasadas. Tengo la impresión de que hay muchos operadores políticos a los que les interesa estratégicamente la Iglesia, pero sin una identificación con su cosmovisión. Que intentan usarla. Bergoglio tuvo conceptos interesantes sobre la gravedad de la corrupción marcando una diferencia con el pecado. Pero si entramos en el ámbito político, económico y sindical podemos tener un conflicto en este aspecto.

-Acaso uno de los dirigentes al que más se lo vincula con el Papa sea Juan Grabois…

-La verdad es que no me suscita ninguna simpatía su personalidad, su manera de actuar. Creo que lo que aporta es polémica, provocación. Además de una confusión nunca aclarada respecto de en qué medida representa al Papa. En fin, no colabora como tampoco colabora el ex embajador ante el Vaticano Eduardo Valdés y tantos otros que se presentan como si fueran voceros del Papa. Es verdad que Roma no se encargó mucho de aclararlo. Quizá no debería hacerlo El Vaticano, pero me gustaría que lo hiciera el Episcopado argentino. Es verdad que también del lado de la Iglesia no aportan mucho ciertas intervenciones del canciller de las academias pontificias, el argentino Marcelo Sanchez Sorondo, cuando visita el país.

-Hay un grupo llamado Curas en Opción por los Pobres, que no debe confundirse con el Equipo de Sacerdotes de Villas, que apoya abiertamente a Cristina Kirchner…

-Eso me parece un mamarracho. Uno podría en cierta forma entenderlo en aquella España tan dolorosamente dividida entre franquistas y republicanos, con católicos de uno y otro lado. ¿Pero de qué estamos hablando acá? Por otra parte, algunos sacerdotes muy comprometidos con lo social en los barrios humildes y con organizaciones sociales caen a veces en un lenguaje que no une, que no acerca a las partes, sino que tiene un sesgo muy confrontativo. Considero que la cúpula eclesiástica debería ser más clara ante esta situación. La función de la Iglesia no es actuar en política. Si un cura cree que tiene que actuar en política, lo cual es muy respetable, debe tomar distancia de su ministerio sacerdotal porque su función es transmitir la fe.

-No pocos sindican al propio Jorge Bergoglio como kirchnerista, pese a que cuando era arzobispo de Buenos Aires fue muy criticado por el matrimonio presidencial…

-No creo que sea kirchnerista. Sí que pueda haber tenido gestos estratégicos con el kirchnerismo. Es como si dijéramos que Perón era de izquierda. Nunca lo fue, pero estratégicamente le vino bien para su vuelta al país y para tener casi el 62 % de los votos en 1973. Bergoglio sí tuvo simpatías con el peronismo, pero con el de Guardia de Hierro, o sea, el peronismo de derecha. El “peronismo de Perón”, como dicen sus seguidores tradicionales. En cambio, es evidente que no tuvo feeling por Mauricio Macri, por motivos que sería más difícil analizar. Por lo demás, Bergoglio tiene una clara sensibilidad social y una gran preocupación por la justicia, pero también es inadecuado que por eso algunos lo cataloguen como filo-comunista.

-También le achacan “meterse” mucho en la política de su país…

-Coincido en que se mete mucho. Pero más intervención que la que tuvo Juan Pablo II en Polonia es difícil de imaginar. Lech Walesa jamás habría llegado a ser presidente si Karol Wojtyla no hubiera estado detrás. Así le fue a Walesa. Terminó mal.

-Loris Zanatta considera que, en el fondo, lo que busca la Iglesia argentina es volver al modelo uniforme de “nación católica” que intentó instaurar en los años ’30. En contraposición, las relaciones entre el Estado y la Iglesia católica, según el acuerdo entre El Vaticano y la Argentina, de 1966, se rigen hoy por la fórmula de “autonomía y cooperación”.

-Lo que plantea Zanatta es un viejo debate y muchos argentinos y extranjeros se abocaron a ese estudio. Esa visión puede parecer un poco obsesiva. Pero ciertamente advierte sobre algunas cosas, y un intelectual debe estar abierto a las lecturas y lecciones de la historia. En cuanto a la fórmula del acuerdo, quizá fue demasiado anunciada y poco bajada a la práctica. Porque, por ejemplo, la Iglesia siguió considerando que ciertos ámbitos de la vida nacional eran patrimonio propio como la educación. O con el caso del divorcio, con el cual puede estar en desacuerdo, pero eso no implica que la sociedad no deba legislarlo. A la Iglesia le cuesta diferenciar lo que sostiene para sus propios fieles de lo que el Estado, de manera laica, discute en el Congreso.

-A propósito, ¿cómo evalúa el papel de la Iglesia en el debate sobre la legalización del aborto?

– Creo que se vio en un brete. Porque, en realidad, la presión fuerte la hicieron los evangélicos, que tenían una posición rígida: el aborto no se discute. Evidentemente, había cierta incapacidad de diálogo. En cambio, la Iglesia católica afrontaba la dificultad de combinar el mal que significa el aborto en sí mismo con el desafío pastoral ante las personas inmersas en este problema. Francisco facultó a los sacerdotes para administrar el perdón en el confesionario a las mujeres que abortaron, sin necesidad de la autorización del obispo. Lo cual pastoralmente es importante. Por otra parte, la Iglesia católica tiene el derecho y es su obligación decir que toda vida que se elimina es un mal grave. Pero, de nuevo, no puede imponérselo a la sociedad civil. Es obvio que como católico no voy a propender al aborto porque sea legal…

-¿Pero no cree que la Iglesia en la Argentina en los últimos años, digamos, se modernizó luego de haber sido muy conservadora?

-No lo sé. Efectivamente, era muy conservadora. Después de su terrible trauma por su acción y su inacción durante la dictadura militar quedó tan desautorizada que empezó a buscar salidas porque no sabía cómo posicionarse. Lo mismo le pasó más recientemente ante el escándalo de los abusos sexuales cometidos por miembros del clero. Es tal el horror y el desánimo que suscitó… Días pasados me decía un sacerdote que es partidario de que la Iglesia se llame a silencio por algunos años como una forma de reconocer errores y pedir perdón como institución. Quizá sea exagerado. Pero me parece que algo está indicando ese parecer respecto del hecho de que la jerarquía católica habla de tantos temas tan disímiles cuando debería tomar mayor conciencia de los dramas en los que está inmersa.

-Es una obviedad decir que es un momento muy difícil para la Iglesia… 

-Que va a durar mucho. Creo que Bergoglio, que es realmente inteligente, se dio cuenta que las parroquias se iban desinflando y entonces propició una “Iglesia en salida”. Ir a dónde está la gente. También quiso convertir las parroquias en santuarios, promoviendo la religiosidad popular. Pero, cuidado, si lo religioso se limita a ir caminando a Luján estamos complicados. Al mismo tiempo, está haciendo enormes esfuerzos, mucho mayores que los que se le reconocen, para sanear el escándalo de los abusos. Y con mil dificultades, con ideas y vueltas, a veces por incompetencia propia, tratando de transparentar las finanzas de la Iglesia.

-¿Cree que están dadas las condiciones para que venga el Papa al país? Porque en el Vaticano se dice que la grieta es un obstáculo…

-A mi juicio, las condiciones siempre estuvieron dadas y no dadas. Si no vino hasta ahora es por una decisión suya. Él sabrá por qué. Yo desconozco sus razones. Eso sí, considero que habría sido más interesante que hubiera venido a poco de comenzado su pontificado. Ahora, el único riesgo es que su presencia, más allá de su voluntad de unir, incremente los enfrentamientos. De todas maneras, siempre será bienvenido.

Un referente del catolicismo liberal

Es habitual que se analice la interna de la Iglesia en la Argentina –replicando las líneas del catolicismo mundial- con las categorías de conservadores y progresistas. Pero el director de Criterio –la revista más antigua del país, que el año pasado cumplió 90 años-, José María Poirier, cree que es más apropiado hablar de una corriente católico-liberal y otra católico-nacionalista. Y reconoce que Criterio es, claramente, un exponente de la intelectualidad católica que ficha en el primer grupo. Pero aclara que se trata de “un liberalismo más político que económico, que se entronca con lo republicano. En cambio –añade-, el nacionalista encaja mucho más fácilmente con el peronismo de derecha, el del primer Perón”.

Poirier no tiene dudas de que en el último siglo “prevaleció en la Iglesia la corriente nacionalista, muy poco interesada en los valores republicanos”. Y señala que “la simpatía de la jerarquía eclesiástica con Perón fue evidente por más que hubo épocas de enfrentamiento como la persecución a la Iglesia que derivó en la quema de templos en 1955. Porque, en el fondo, gran parte del Episcopado creía encontrar en Perón cierto eco de la doctrina social cristiana. O porque veía en el peronismo la posibilidad de una toma de distancia, tanto del comunismo como del capitalismo anglo-americano. Una tercera posición inexplicable –acota-, pero el peronismo es difícil de explicar porque tiene muchas caras”.

Si bien en sus primeros años Criterio, que comenzó a editarse en 1928, abrevó en la corriente nacionalista con su primer director Atilio Dell’Oro Maini, en la última etapa de su sucesor, el padre Gustavo Franceschi, muestra simpatía por la naciente democracia cristiana. La línea liberal se consolida con su continuador, el entonces padre Jorge Mejía (luego sería cardenal y destacado miembro de la curia romana), el padre Rafael Braun, el politólogo Carlos Floria y, desde 1996, Poirier, quien admite, por lo demás, un poco en serio, un poco en broma, que la revista “antiperonista fue siempre”. Y concluye: “Criterio nunca fue una revista amada por la Iglesia, pero sí respetada”.

Ciertamente, editoriales y artículos de la revista fueron clarividentes. Como el editorial de Mejía en vísperas del golpe de 1976, que anticipaba la noche oscura que sobrevendría, en contraposición con la visión de los miembros del clero más conservador. Y otros que sacudieron al propio Episcopado, como aquel de fines de los ’90 que denunció “dinero bajo la mesa” en la relación entre la Iglesia y el Estado, en referencia a los ATN (Aportes del Tesoro Nacional) que recibían del gobierno nacional ciertos obispos que simpatizaban con el gobierno de Carlos Menem.

De fuerte formación filosófica y un apasionado del cine y la literatura, Poirier no oculta su gran satisfacción por haber entrevistado varias veces a Jorge Luis Borges. De hecho, se convirtió en un estudioso de su obra y llegó incluso a publicar en Italia un ensayo sobre su poesía. Confirma que el gran escritor, pese a ser “de un pensamiento agnóstico libre, rezaba el Padrenuestro todas las noches, pero solo porque se lo había pedido su madre, que era muy católica”.

José María Poirier nació en Buenos Aires en 1950. Está casado. Cursó sus estudios primarios y secundarios en el colegio de los hermanos de la Sagrada Familia, del barrio porteño de Villa Urquiza. Estudió periodismo en el Instituto Grafotécnico de Buenos Aires, fundado por la Compañía de San Pablo, del cual llegaría a ser su director. Y curso parte de la carrera de Letras en el Instituto Joaquín V. González. Radicado durante una década en Italia, se licenció en Filosofía en la Universidad Lateranense de Roma. Crítico literario, desde 1996, es director de la revista Criterio.

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